Oda al silencio #179
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Queridos odistas,
El fin de semana pasado estuve en el sur de Chile, en el lago Ranco. Solo fui por dos días con mis amigas. Como siempre, el sur no me decepcionó, al contrario, me conectó con una paz infinita y la inmensidad de la naturaleza, verde, exuberante, en fin, hermosa.
Me impresionó el silencio. Tanto de día como de noche, no había ruido ambiental. Un tremendo regalo. Nos hemos habituado a vivir con las bocinas, las micros, las máquinas sopladoras de hojas, las construcciones, la música -ya sea la personal o la de los vecinos- que siempre debe sonar en los espacios comunes como los restaurantes, las tiendas y cafés. En Australia no tocaban la bocina, los buses tampoco emitían sonidos, para qué decir los restaurantes y las tiendas. Tampoco en la playa.
Mi hijo Simón de veintidós años me abrió un mundo, porque para él la música es fundamental. La necesita para sus quehaceres, lo ilumina y acompaña. Yo en cambio, elijo escucharla en momentos precisos, por ejemplo, si me está costando escribir; tengo unos discos que son precisamente para eso de George Winston o Max Richter. Pero el silencio es lo mío. Me gusta sentir la inmensidad del mundo. Es una molestia cuando estoy en espacios con ruido, creo que nos hemos deshabituado a vivir así, y tendemos a esquivar esos momentos de conexión. Pero ya ven, el ejemplo de mi hijo, para él es más fácil con música. No existe una regla.
Esta Oda no es sobre la música, porque ella es importantísima, nos ayuda a sentirnos vivos, a vibrar, a soñar y gozar. Hoy me estoy refiriendo al ruido, al que te invade en tu quehacer diario y del que tienes cero control. Tengo la fortuna de vivir en un sector bastante silencioso.
Sin embargo, mis vecinos son buenos para festejar y es común que los fines de semana pongan la música bastante fuerte. Mi habitación da a su terraza y literalmente, es como si yo estuviera en su celebración, ya sea por el partido de fútbol, porque su equipo ganó la liga o terminaron el semestre en la universidad. Pueden estar hasta las cuatro de la mañana. Una vez, este verano, hicieron una “junta” un jueves. No lo podía creer. Es una pelea que tengo más o menos perdida, para ellos, es natural. Para mí, un infierno.
Debería existir el deber de los ciudadanos al silencio. Hace unos años escribí sobre las sopladoras de hoja. De echo, ahora mientras escribo esta Oda, hay una que suena y suena, son las diez de la mañana. En algunas ciudades las prohibieron y en otras, regularon su funcionamiento. Estoy esperando que mejore la tecnología y den con una silenciosa. Me pregunto si los jardineros no terminan sordos. Ahora sé que está llegando el otoño a Santiago.
Una cosa positiva de ir haciéndose más vieja es que te conoces mejor. Quizás a los veinte años me importaba poco este tema, ahora, sobre los cincuenta lo encuentro vital. Cuando estoy en silencio, sin ruidos de la ciudad, mi cerebro funciona mejor, siento que se abren las conexiones neuronales. ¿Te pasa lo mismo?
Mis recomendaciones
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Una novela: Nostalgia del desastre de Constanza Michelson (editorial Seix Barral), en este híbrido de novela y ensayo, la autora chilena se conecta con su infancia cuando presenció a su padre intentando asesinar a su madre. Ese es el arranque pero en su poco más de doscientas páginas, ella logra combinar reflexiones muy lúcidas en torno a temas candentes, como las redes sociales, el estallido social en Chile, el rol de la psiquiatría y varios temas. También conversa con grandes escritores como Susan Sontag, Stefan Zweig, Roberto Calasso, Anne Sexton, Fiodor Dostoievski. En Constanza Michelson hay una propuesta que merece visitar, los hará reflexionar sobre cuestiones inherentes a nuestra sociedad hiperconectada, además del fenómeno de las revoluciones que están haciéndose cada vez más comunes.
Aquí un par de citas:
“Explicar es una forma cerebral de ordenar el mundo”.
“El tiempo le roba novedad a las cosas”.
“El despertador provoca un despertar desencantado”.
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Un documental: The Only Girl in the Orchestra (o la Única mujer de la orquesta) de Molly O’Brien que este año ganó el Premio Óscar al Mejor Documental Corto. Trata a sobre Orin O’Brien, la primera contrabajista mujer en ser miembro a tiempo completo de la Filarmónica de Nueva York.
Mis momentos
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Fui feliz: Con mis amigas en el sur alrededor de la chimenea Bosca.
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Algo que aprendí: Estoy iniciándome en la acuarela, algo que desconozco por completo.
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Estoy agradecida: De que paulatinamente está mejorando la fisura que tengo en la rótula, espero volver a correr en un par de meses. Agradezco que encontré un buen doctor y kinesiólogo.
¿Escuchaste a Constanza Michelson en la entrevista en profundidad en Espiral?
Lee. Escribe. Crea con silencio.
Karen.
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