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Queridos amigos:
Me causaron gracia las respuestas sobre el boletín de la semana pasada ¡Pesadilla! Viajar con perros y niños. Muchos coincidieron con mis aprehensiones, pero a la vez, confesaron el amor inconmensurable hacia sus mascotas y la felicidad que sienten al regresar a casa tras un día de trabajo. Otra lectora me contó que en un vuelo compartió cabina con…¡cuatro perros!
Al parecer estoy pasando por una fase de fijación obsesiva hacia mi entorno, porque así como hablé de perros en aeropuertos y aviones, hoy es el turno de unas queridísimas amigas, que con el otoño, tienen su tiempo de gloria: las sopladoras de hojas. Qué lindos son los liquidámbar y el acer japónico, que me recuerdan la perfección de los dibujos de un cuento de niños, con sus colores amarillos y rojos fosforescentes. Sus hojas pueden llegar a ser tan grandes como la palma del gigante enojón, inundan las veredas y alcantarillas. Es en este territorio donde las sopladoras hacen su trabajo y donde vivo cada día hay una por ahí. Los martes es el turno de los jardineros del condominio, los miércoles, a las ocho de la mañana puntualmente, el de mi vecina y el jueves, el mío. Hace unas semanas quise recuperarme de una noche insomne, pero fue imposible a pesar de que me puse audífonos con cancelación de ruido. El fin de semana que paso recién leí la siguiente carta:
Señor director:
El uso de sopladores mecánicos para “barrer” hojas debe ser prohibido. Producen alta contaminación acústica y empolvan el vecindario. Se añora la vieja y querida escoba.
Reconozco que no soy tan valiente para volver al pasado de la escoba y regalarle una al jardinero. En el 2017 en Orihuela, una ciudad de Valencia, decidieron reemplazarlas por las eléctricas. Hace dos años prohibieron las de combustión en Pasadena, California, y en Washington DC establecieron horarios de uso.
Algo que me dejó ¡plop! es que las de motor a combustión, es decir, el diésel, son más caras que las eléctricas y no estoy hablando de unos pesitos, sino de muchos. ¿Por qué? Porque el motor que tienen es más complejo, así como una mayor fuerza. Estaba segura de que era a la inversa, como los autos bencineros versus los eléctricos. Parece que voy a comprar una para mi casa, espero que a los señores jardineros les guste.
Antes de despedirme con mis recomendaciones y momentos, los dejo invitados, obvio a los que viven en Santiago, a la presentación de la novela El baile de la abuela muerta (editorial Cuarto Propio) de la escritora argentina Elina Malamud. Tengo el honor de ser una de las presentadoras. La historia es preciosa, es un ejercicio de memoria sobre sus antepasados que vivieron la revolución rusa, la primera y Segunda Guerra Mundial. De dos familias que tienen el mismo apellido: Lifschitz, una vivía en Bielorusia y la otra en Besarabia, curiosamente donde parte de mi familia también vivió.
Mis recomendaciones
Un libro: Una música de Hernán Ronsino de editorial Hueders. Con esta novela, el autor trasandino ha ganado dos premios no menores, el Premio de la crítica de la Feria Internacional del libro de Buenos Aires y el de la editorial Eterna Cadencia. Si lo lees, entenderás porque lo recibió. Simplemente, una delicia. Además lo entrevisté para el podcast Espiral, que pronto saldrá al aire con este episodio.
Un podcast: “The Joy of Math with Sarah Hart” en People I (mostly) Admire. Este podcast lo conduce Steve Levitt, quien rastrea a otros grandes triunfadores para conversaciones sorprendentes y reveladoras sobre sus vidas y obsesiones. En este episodio invitó a Sarah Hart quien nos abre un mundo de posibilidades sobre cómo vivir las matemáticas y combinarlas con la literatura.
Mis momentos
Fui feliz: Cuando dicté los dos últimos talleres de lectura.
Aprendí: Que debo ser muy cuidadosa con aquellos a los que les cuesta los cambios de agenda.
Agradecida: De tener un guatero (bolsa de agua) para ponerlo en mi cama antes de dormir para los días más helados.
Lee. Escribe y crea.
Karen.
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