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Queridos amigos:

Ya estoy de regreso en Santiago, corrí la maratón en Londres y crucé la meta, no con el tiempo que me habría gustado (muy lejos de eso), pero tengo la medalla. ¿Contenta? Debería estarlo, aunque es inevitable que la frustración se apodere de mí, luego de tantos meses de entrenamiento apostando por un mejor resultado. Esa es la belleza de este deporte, siempre te está recordando que puedes dar el máximo, pero no está en tus manos el resultado, y debes aceptar la derrota.

Como pasé tantas horas en aeropuertos me di cuenta de un fenómeno creciente: más perros acompañando a sus amos. De acuerdo con las regulaciones, deben ir en una caja, con ventilación y si es pequeño, digamos de hasta siete u ocho kilos pueden ir arriba en cabina. Por ejemplo, si es un chihuahua, yorkshire terrier, poodle o maltés tendrás el lujo de tenerlo contigo. Hasta le puedes comprar un asiento. Mi peor pesadilla sería viajar entre un perro y un bebé con cólicos. Lo tomaría como un castigo divino. ¿Se alzarán las voces contra perros y humanos?

Veamos el caso de Fifi, una perrita que hace poco viajó entre Hong Kong y Estambul en su propio asiento de primera clase. En el Instagram de la perrita, su dueña escribió:

“Fifi Little Darling es una dachshund terapéutica certificada de Hong Kong. No sólo alegra a sus humanos, sino a todos los que conoce mientras viaja por el mundo. Su video se hizo viral. Ha estado en seis países y acaba de celebrar su cuarto cumpleaños”.

No me mal entiendan, me encantan los perros y si pudiera tendría uno en mi casa.  ¿Qué hubiera sucedido si algún pasajero sufriera fobia con los perros? ¿Cuál derecho prima? ¿O que hiciera sus necesidades en la mitad del pasillo? ¿Escuchara algún ruido molesto y comenzara a ladrar?

Eso es con los perros, pero la situación con infantes no es más sencilla. Los mismos chiquitos que nos sacan una sonrisa en una heladería se pueden convertir en nuestra peor pesadilla. No veo con nostalgia los años que tuve que viajar con mis hijos pequeños, más todavía si ir a cualquier lugar desde Chile me tomaba por lo menos siete horas (descotando los países vecinos). En mi maleta de mano iban pañales, colados, leche en formula, ropa de cambio, varios chupetes – siempre se podían caer por la ranura de los asientos- libros, todo tipo de alimentos procesado como papas fritas, chocolates, galletas. Lo que fuera con tal de asegurarme de que mi hermoso hijo, hija, se comportara a la altura de una madre abnegada. Pero ¿quién me aseguraba el éxito? Entonces no existían los iPads y la única pantalla era la que venía con el asiento. Hoy, en estos tiempos de hiper conexión la cosa en algo se ha hecho más sencilla. Y yo, la que intento disminuir mi consumo de los amados amigos electrónicos, hubiera vendido mi alma al diablo con tal de evitar el descalabro. Lo admito: les permití intoxicarse con esa comida y esa pantalla. Claro, pero tampoco eso te asegura nada, porque muchos niños no soportan los audífonos y escuchan lo que sea que estén escuchando, a viva voz. Así Peppa Pig se convierte en tu mejor amiga y los disparos del juego de turno en tu confidente. Cuando volé a Londres tuve que pedirle a un chico de diez años en más de una ocasión que bajara el volumen de su serie.

“¿Por qué todos estos problemas de viajar con niños?” se preguntó un lector de The New York Times:

“Cuando yo era pequeño, los niños se sentaban donde les decían, mantenían los pies fuera de la tapicería y ya está. Si queríamos divertirnos, mirábamos por la ventana. Puede que sí- le respondió la autora, Dorothy Barclay- Pero niños tan meticulosamente disciplinados son raros en esta época». Ese intercambio de opiniones ocurrió hace unos años en 1956.

El tema se pone más complejo cuando se sube de categoría y el viaje será en el paraíso, es decir, en clase ejecutiva. Muchos no quieren compartir su lujo con menores de edad. Esto vendría a ser una clase “libre” de niños. Así como hay piscinas y resorts solo para adultos, lo mismo sucedería en los aviones. De acuerdo a Elaine Swann, fundadora de una escuela de etiqueta en California, los padres deberíamos darles toda la comida, refrescos y pantalla del mundo con tal que no lloren. Otra especialista, Jacqueline Whitmore considera que los padres son los que deben tener el criterio para elegir el tramo y las horas en que viajan con sus hijos o bien, si eso es imposible, pedir una fila donde no interrumpan el descanso de los otros pasajeros.

¿Somos cómplices los padres del mal comportamiento? Considero que la crianza se pone a prueba en este tipo de espacios. No solo no está bien visto ser duro y decirle a tu hija “o te quedas quieta en tu asiento o te quito la pantalla” o “te quedas tranquilo porque yo te lo digo”, sino que puede ser contraproducente y por eso nos pasamos varios minutos en una negociación estéril.

El tema de fondo es que la educación que los padres impartimos pertenece al ámbito privado y cuando viajas en un avión, bus o tren, ingresas a un espacio público y los padres están bajo escrutinio de cientos de personas. Es un escenario donde debemos congeniar un bien superior, que es preservar la especie con un bien personal: viajar. De una u otra forma, en un avión, donde no puedes abrir ventanas, ni caminar a otro vagón, es una prueba de cuánto somos capaces de soportarlos. Quién no ha pensado: ojalá no me toque una guagua a mi lado.

No vaya a ser que nos acostumbremos a viajar con perros y a los niños los mandemos en el sector de carga. O peor aún, no tengamos este problema porque habrá más mascotas que bebes en un avión.

Mis recomendaciones

Un libro: Tres luces de Claire Keegan. Una niña irlandesa vive una temporada con sus tíos donde conoce lujos que hasta ese momento no existían en su vida, como un baño caliente, un refrigerador y la caricia humana. Una joya.

Mis momentos

Aprendí: Gracias a que estoy leyendo Los miserables de Víctor Hugo, que tras el reinado de Napoleón en 1814 vino lo que se llamó la Restauración y con ello, se desataron una serie de motines y alzamientos.

Fui feliz: Visitando el Kotel (Muro de los lamentos en Jerusalén) y comiendo hummus con pan pita.

Estoy agradecida: De que una querida amiga se está recuperando bien tras una delicada operación que tuvo hace poco.

Lee. Escribe y crea con perros y niños. 

Karen

 

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