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#68 Entrevista a Alejandra Costamagna en Espiral

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Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner, periodista y escritora, te doy la bienvenida al programa #68 de Espiral, tu podcast de literatura y creatividad. Hoy nada más ni nada menos, converso con la escritora chilena, Alejandra Costamagna. Hace varios años que la leo y ella representa a una generación de escritoras  en ha marcado una renovación en cuanto a temas y a la forma de contar. Porque ella va más allá de lo obvio y con una delicadeza que impacta. No por nada Roberto Bolaño en 1999 dijo: “Hay una generación de escritoras (chilenas) que promete comérselo todo. A la cabeza, claramente, se destacan dos. Estas son Lina Meruane y Alejandra Costamagna, seguidas por Nona Fernández y por otras cinco o seis jóvenes armadas con todos los implementos de la buena literatura”, dijo Roberto Bolaño. Además, Alejandra Costamagna, le gusta que le digan Ale, ha ganado muchísimos premios, como el prestigioso el Premio Anna Seghers a la mejor autora latinoamericana del año 2008. “El sistema del tacto”, su última novela, fue finalista del Premio Herralde de Novela 2018.
«El sistema del tacto» fue finalista del premio Herralde de Novela 2018

Recuento personal

                Estoy grabando encerrada en un clóset en un hotel en Boston. Vine junto a mis dos hijas y mi marido, a ver a unos de mis hijos que está estudiando en la universidad. El hotel queda al frente de la plaza donde termina la Maratón de Boston, que justamente se correrá el próximo lunes 18 cuando este episodio de Espiral salga al aire.

Ha tenido excelente recepción el artículo que publiqué sobre “El silencio de mi familia” vinculado a mi historia familiar y Ucrania. Si quieres leerlo o escuchar te dejo en la transcripción todos los links, en la transcripción de este capítulo obviamente.

Gracias a los que me mandaron mensajes, entre ellos dos queridísimos amigos de la universidad y casi como un chiste, los dos se llaman Alejandro. Uno de ellos, uno de los Alejandros me escribió: “Qué lindo lo que escribiste de que en tu familia no existe la memoria. ¡Me encantó! Yo soy un enamorado de las historias familiares. Todas tienen algo de cuento, de fantasía, en un amplio sentido de la palabra (con sus dolores, horrores y alegrías). Es imposible que sea de otra forma, creo. Gracias Alejandro”. 

Rebeca Schilkrut me contó que abuela fue al colegio en Balti, en el podcast sobre el silencio de mi familia, nombré este pueblo, y Rebeca tiene más información que yo sobre el pasado familiar.

Revisa la columna que realicé en suburbano.net

Otra cosa, me gusta mucho agradecer. ¡Agradezco a Planeta Libros y a la escritora Magdalena Salazar! Me regalaron la última novela de Magdalena titulada “El aire que nos faltó”, ya la estoy leyendo y es preciosa. Son cuatro voces que se entrelazan para descubrir que, de una u otra forma, a todos nos puede estar faltando el aire.

«El aire que nos faltó»- Magdalena Salazar

Una cosa bien interesante es que aquí en Boston la gente sigue leyendo en papel, se ve gente leyendo además y hay varias librerías. Encontré una preciosa, se llama Trident Booksellers, casi está escondida, cerca de donde me estoy alojando y compré un libro que se llama “Los mejores 100 ensayos norteamericanos del siglo” editado por Joyce Carol Oates. Te invito a escuchar a Alejandra Costamagna en Espiral.

Entrevista a Alejandra Costamagna

KC: Hola Ale, ¿cómo estás? 

AC: Hola Karen. Muchas gracias por invitarme. 

KC: Gracias a ti ¿qué estabas haciendo cuando fueron las tres de la tarde y te tuviste que unir a esta conversación de «Espiral»? 

AC: La verdad es que estaba dándole comida a la gata especialmente para que estuviera quietita ahora mientras conversarnos, sino está rondando, le encanta rondar los Zoom, es fanática.

KC: ¿Siempre has sido de gatas o de gatos? 

AC: Siempre he sido de animales, sí, siempre he tenido un acercamiento con los animales domésticos y no domésticos. Pero en los últimos años, por el lugar donde vivo, un departamento, han sido los gatos. Se han ido instalando como una compañía muy importante. 

KC: En ese sentido ¿dirías que eres una animalista? 

AC: Sí, o sea, yo soy animalista, pero soy más que animalista porque en realidad a mí lo que me hace tener este amor por los animales es pensar en trascender las jerarquías de lo humano como aquello que está por sobre las otras especies, y también por sobre la naturaleza. Entonces yo creo que ahí hay una mirada más política que solamente el pensar en el animalismo como en una especie de espejo del animal, como una persona chiquitita y yo no veo a los animales así. Yo creo que hay una otredad súper importante de respetar ahí.  Pensarnos en convivencia, la convivencia de las distintas especies. Desde ahí me acerco más bien. 

KC: Y esta gata ¿cómo se llama? 

AC: Pascuala.

KC: ¿Y Pascuala te ha generado este sentimiento, porque yo sé que tú no eres mamá, optaste por no ser madre, pero sientes que te genera este sentimiento de protección y un vínculo potente que hubieras alcanzado con la maternidad? ¿o tampoco lo buscaste en esto?

AC: No, yo creo que son dos cosas muy distintas un poco por lo que decía antes, porque no veo a los animales, a las especies de compañía como las llama Donna Haraway, como sustitutas de hijos, ni de esos afectos. Sin embargo, sí creo que hay un punto importante cuando se piensa en cómo hemos ido cambiando el parámetro muy normado y muy cristalizado sobre las composiciones de las familias tradicionales, y ahí es donde aparecen las figuras de un padre con ciertos roles, una madre con ciertos roles, unos hijos que también responden a esos roles y toda una estructura que creo que se va rompiendo y que podemos tener múltiples acercamientos a esa constitución familiar: familias homoparentales, familias de madres solteras, familias dónde están los abuelos, las abuelas, familias mucho más comunitarias. Ahí sí también entra, en ese sentido, las familias integradas por estas otras especies y que no es qué sustituyan la presencia de los hijos o las hijas, sino que entran como un afecto más disponible también en este catálogo afectivo. 

KC: Nombraste la palabra política ¿crees que todos somos seres políticos o uno puede elegir serlo?

AC: No, yo creo que en los actos que son definidos como no políticos, hay una postura política, sin duda. El decir yo no tengo opinión sobre esto, es manifestar una opinión de descrédito, hay una postura ahí que se vuelve política, claro que sí. 

KC: ¿Te ha traído problemas ser tan politizada dentro de lo que se entiende, no estoy hablando de la política de izquierda a derecha, sino de tener estas opiniones tan contundentes como tú dices?

AC: Yo no los visualizo como problema porque creo que quizás sí puede que haya algunos espacios en los que yo no me doy cuenta, en los que no me van a invitar, pero como no me doy cuenta, no los vivo como problema. La verdad es que me gustaría ser mucho más política, en el sentido, de poder tener más participación activa en cosas, finalmente el tiempo es finito y no nos alcanza para hacer todo lo que quisiéramos hacer. Político, en ese sentido, o sea, podría estar más presente en ciertas causas, ciertas cosas que ocurren a nuestro alrededor. Me parece que es súper importante tener participación en lo que está pasando a nuestro alrededor y no ser burbujas, eso creo que es súper relevante como experiencia de vida. 

KC: Pero es interesante, esto casi podría ser una dicotomía. Tú lo dijiste en una entrevista, los escritores vivimos en esta soledad, tú estás en tu departamento y yo estoy aquí en mi taller. Es nuestra burbuja. Y con el COVID-19 para que decir ¿cómo nos vinculamos con el medio cuando nuestro trabajo se define por salirse, por retraerse?

AC: Pero sabes que yo creo que ahí una operación súper interesante dialéctica. Efectivamente es necesario ese espacio de cierto aislamiento, pero ese aislamiento no funcionaría si no fuera porque tiene una relación directa con el afuera. El escribir con la ventana abierta y ojalá estar saliéndose por esa misma ventana y por la puerta también. O sea, salirse por lugares inesperados para traer eso de afuera a la escritura. Y por eso yo creo que – bueno, hay gente que lo puede ver experimentado distinto- pero para mí el tiempo, seguimos en pandemia, pero el tiempo más duro de la pandemia, del encierro total en que había gente que decía, pero ideal para los escritores este tiempo de encierro para escribir. Y no, porque justamente no teníamos conexión con el afuera y ahí es donde entonces uno ve que permanentemente están en dialogo esas dos cosas. Yo creo que no podría haber escrito ninguno de los libros que he escrito si no hubiera estado mirando lo que ocurría afuera, y de alguna forma mis libros recogen eso, y no es que los recojan de manera directa, yo no creo que los libros sean espejos de la realidad, sino que crean una realidad que dialoga con esa otra realidad. Pero para eso tiene que existir esa relación. 

KC: Esa dificultad que hablas de la literatura, de la escritura, ¿fue tu primer libro en 1996 el más difícil de escribir?

AC: Sí y no. Sí, en el sentido de que yo no tenía las herramientas, era la primera vez y un poco uno se tira al agua y no tienes mucha idea de lo que estás haciendo, no tienes todavía feedback.

KC: ¿Tenías veintiséis años?

AC: Claro, cuando lo publiqué, veintiséis, pero como bien sabes, los procesos de escritura son largos, entonces yo esa novela la estuve trabajando unos tres años, los primeros balbuceos deben haber sido como en el 93′. Entonces estaba esa dificultad técnica, pero al mismo tiempo estaba el arrojo de la juventud, el arrojo del hacer algo por primera vez, que quizás también lo hacía menos consciente, o sea, hacía menos consciente la dificultad. También eran tiempos en los que había mucho menos exposición, yo creo que ahora con el tema de redes sociales y todo tan visible a veces hay también como un agobio de estar teniendo esa exposición tan grande. Entonces creo que sí, que en cierta forma fue difícil por esas herramientas, pero al mismo tiempo fue un trabajo muy bonito en que yo participé en un taller que fuimos trabajando, o al menos yo trabajé mi primera novela. Pero hubo otras personas, era un taller en que participaba la Nona Fernández, Marcelo Leonart, Andrea Jeftanovic, Patricio Tapia. Un taller de mucho compañerismo, fue bonito crear en ese contexto, también de estar leyéndonos ya como un colectivo.

«En voz baja» es la primera novela de Alejandra Costamagna

KC: Ese el libro, me recuerda una cita que te la tiene que haber dicho Bolaño, cuántas veces. Voy a citarlo: “Hay una generación de escritoras (chilenas) que promete comérselo todo. A la cabeza claramente, destacan dos, estas son Lina Meruane y Alejandra Costamagna, seguida por Nona Fernández y por otras cinco o seis jóvenes armadas con todos los implementos de la buena literatura”. ¿Te acuerdas en qué año fue que lo dijo? 

AC: Si no me equivoco, el 98’. 

KC: Casi, 99′, tres años después que publicaste la primera novela. ¿Qué siente cuando alguien, guste o no guste Bolaño, pero no podemos reconocer su peso sobre la literatura universal hoy en día? ¿qué sientes?

AC: Es una cosa compleja con los premios, con los elogios o con los espaldarazos, o lo que sea, claro, por supuesto, hay una emoción, pero al mismo tiempo un cierto pudor como que uno no sabe mucho que decir. Yo soy de las que sí me gusta mucho lo que hace Bolaño y precisamente, cuando Bolaño hace esa declaración, yo lo había leído bastante y me gustaba mucho lo que hacía, entonces sí fue un gesto bonito, muy bonito, pero no sé si puedo hacer mucho más. 

KC: Te da pudor ese tipo cosas ¿o no? Veo tu carita que se te pone como roja. Está bien que te de pudor, eso habla bien de ti. Está bien, a mi parecer, creo que las personas pudorosas y que no se creen tanto el cuento, llegan siempre lejos. Pero hablando de los talleres de literatura, tú fuiste tallerista también, ahora ya no estás dando talleres, creo, ¿o sí? 

AC: Mira, estoy dando talleres. Yo partí justamente como por esos años, debe haber sido, lo que decías del 99′ o antes, creo que el 98′, partí haciendo talleres en Balmaceda 1215, que fue una experiencia hermosa, es un lugar que ahora se llama Balmaceda Arte joven, si no me equivoco. En ese tiempo era por la ubicación, que estaba en Balmaceda, detrás de la Estación Mapocho y fue una experiencia hermosa porque era un taller gratuito para quienes postulaban, que organizaba esta institución, y eso que fuera gratuito y además que estuviera orientado a una edad que creo que eran entre 16 y 19 años o 15 y 19 años. Eran chicos y chicas que no tenían ni una posibilidad de tomar ningún tipo de taller pagado y que llegaban desde comunas periféricas, y para ellos, era una instancia muy relevante para de alguna forma darle escucha a su voz, y yo me encanté, o sea, desde ese momento quise de ahí en adelante hacer siempre talleres, por lo que uno aprende en esa experiencia, ir guiando un proceso de escritura. Yo podía entregarles algunas herramientas, sí, pero sobre todo era guiar un proceso, guiar con lectura, guiar con sugerencias, también con el guiar la conversación para que ellos mismos, de forma horizontal conmigo, fuéramos construyendo esos caminos. Yo he seguido haciéndolo, sí, pero ahora por tiempo, en realidad estoy haciendo algunos que se insertan en diplomados o en otras instancias universitarias, hago uno en la Católica, otro en la Católica de Valparaíso. 

KC: Pero eso es completamente distinto. 

AC: Es distinto, pero no son parte de las mallas académicas, o sea también hago en un pregrado, pero estos otros son grupos que se arman exclusivamente para eso, entonces, sigue manteniendo un poco la lógica de la voluntad, no es el ramo que tienes que tomar, ni la nota, sobre todo la nota porque poner nota por un proceso escritural es súper delicado. Pero me gusta muchísimo hacerlo la verdad. 

KC: Hay escritores que no valoran los talleres literarios o dicen que no se puede aprender a escribir, o esta gran cantidad de oferta universitaria justamente sobre la escritura. ¿Qué opinas tú de eso? 

AC: Sabes que yo creo que ahí hay algo que quizás va por otro lado, pero apunta a lo mismo. Yo creo que hay dos cosas que siempre están dialogando, que son, la técnica por un lado o las estrategias, como uno quiera llamarles, las dos palabras como que a uno le repelen, yo no escribo con una técnica, pero sí escribes con una técnica, o sea quiero decir, si hay un mecanismo que define desde que lugar narras, desde qué perspectiva, qué temporalidad usas, cómo vas generando cierto ritmo, en fin, hay cosas que tienen que ver con el oficio, un oficio que yo considero que es una artesanía y en la artesanía también uno va usando, es como qué pieza le pongo acá a este aro y uso esta mostacilla o esta otra, y este alambre más fino o este otro, o sea, son mecanismos que requieren de esa especie de ensayo a partir del material. Uno está trabajando con un material que es el lenguaje y que es como una arcilla o como una plastilina, que uno la va moldeando. Creo que esas cosas sí se pueden 

intentar compartir, o sea, en sentido el taller tiene un poco ese compartir esas herramientas. Y en directo diálogo está todo lo que es más intuitivo, la emoción, el embriague, la idea de la inspiración y todo eso. Pero yo no creo que ninguna de las cosas por sí sola funcione, o sea, tienen que estar las dos en una especie de enganche, no creo que exista esa musa inspiradora y que uno de repente, ups, me llegó el poema y escribo el poema, ni tampoco creo que solo técnicamente, o sea, sé cómo se escribe el poema y el soneto tiene esto y listo, y armo el poema fabuloso. Creo que tiene que haber esa conjunción de las dos cosas. Y, por lo tanto, ahí, yo creo que sí, que el taller nunca va a ser, no es la idea que el taller va a crear un escritor, el taller va a poder entregar herramientas y sobre todo va a poder funcionar como una instancia – cuando se plantea así el taller – colectivo, de dialogo, de salir un poco de la burbuja, nuevamente, de poner los textos también a disposición de otros ojos, de construir colectivamente, porque nunca escribimos solos, un poco lo que decíamos al inicio, pero ahora me refiero a que nunca escribimos solos con ideas que no vienen de la nada, siempre estamos dialogando con lo que hemos leído. El lenguaje mismo ya nos hace tener claridad al respecto, o sea, si no compartiéramos el lenguaje no podríamos estar acá y eso es algo colectivo. Entonces, sí, yo creo que los talleres si uno los plantea de esa forma y no como una instancia vertical en que hay el maestro, el genio que te va a enseñar cosas verticalmente, de arriba abajo, si no lo planteas así, vamos bien. Ahí sí me interesa todo esto que estoy diciendo. 

KC: ¿Cuál fue el último taller que fuiste como alumna, con quién? 

AC: Juan Radrigán. 

KC: Mira. 

AC: Sí, fue un taller bien bonito e interesante, porque era salirme de mi ámbito. Pero fue pensado así, él abrió este taller con la idea de que viniera gente de otros ámbitos. Ámbitos, algunos muy emparentados también, pero estaba, por ejemplo, Rodrigo Bazaes, que es escenógrafo, estaba también Jaime Collyer, estaba la misma Flavia Radrigán, que está entre los dos lados, la dramaturgia y la narrativa. Era un grupo bien diverso y en el que yo intenté hacer el ejercicio de desacomodar lo que naturalmente me salía, yo quería escribir una obra de teatro porque estoy muy cercana al teatro, pero inmediatamente me iba hacia la narrativa, yo necesitaba una instancia en la que me sacudieran y me ayudaran a desencausarme, desordenarme un poco la cabeza y fue muy bonito.

KC: Pero tú eres básicamente una escritora que tiene dos polos: el cuento y la novela. 

AC: Sí, es que se van acercando, pero sí porque están entre medio, bueno. «Había una vez un pájaro» es un libro que algunos hablan de un cuento largo, otros de una novela corta, y que surge de una especie de escritura lateral, en dialogo con mi primera novela «En voz baja», pero se publica en un libro en el que hay otros dos cuentos, entonces está ahí, en una frontera medio difusa, y me gusta que la cosa sea así, que se vaya un poco difuminando, que las fronteras se vayan volviendo más porosa, que no entendamos por novela una cosa súper cerrada, que la novela se salga un poco de sí. Creo que en «El sistema del tacto», que es mi última novela, hay algo también un poco de eso, no que se “acuente”, que se acerque a los cuentos sino que rehúye un poco de quizás cierta servidumbre de lo completo, pensar la novela como algo completito, armado y que pueda irse por las ramas. Yo creo que escribir para mí es irse por las ramas.

KC: Pero cuando te sientas a un proyecto de alguna manera lo tienes que definir ¿o no lo defines? Cuando vas a escribir un cuento, ¿sabes qué vas a escribir un cuento o no? 

AC: Mira si es algo por encargo, que a veces ocurre, sí, ahí intento, pero aun así a veces eso por encargo se transforma en otra cosa y entonces lo dejo ahí apartado como para que tenga esa rienda. Pero yo intento, también hay como un vaivén entre cierta claridad y cierta conciencia de lo que estoy haciendo, pero también dejando mucho espacio a que sea el material el que me vaya llevando hacia donde haya que ir. Y nuevamente, no es que el material mágicamente va a hablar y va a sacar una vocecita, sino que en el fondo se van estableciendo algunas conexiones con lo que uno va haciendo, donde operan asuntos que tienen que ver con el inconsciente, con la memoria, con los estímulos que estamos teniendo de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, con lo que te va pasando internamente y a veces, también eso, como del orden, de cierta musicalidad que emana de un texto y que al leerlo en voz alta vas descubriendo otras cosas y eso puede hacer que el texto derive hacia un lugar inesperado, que se salga de sí como decía antes.

KC: Que se salga de sí, que tú crees controlarlo, pero no lo controlas. 

AC: Claro. 

«Había una vez un pájaro»- Alejandra Costamagna

KC: Hablemos de un tema que yo me acuerdo que la primera vez que te descubrí, ya ni sé cuántos años, hablaste del insomnio, cosa que muchos escritores o artistas sufren ¿cómo es tu relación con el sueño? No con el insomnio, con el sueño.

AC: , son dos cosas distintas, uno a veces dice, he estado con mal sueño y se refiere al dormir y no a soñar, una palabra con unas resonancias tan distintas y tan bellas, el soñar, ojalá nunca dejemos de soñar, aunque sea un cliché. Pero mi relación con el dormir es compleja, pero trato no volverla más tema del que es. Lo veo como un problema de salud y vivo con él, vivo con ese problema. He tratado de “productivizarlo” pero no me funciona mucho, entonces al final, me he rendido a que es parte de mí. Gente que tiene lunares, que no sé, tiene una complejidad de gastroenteritis o lo que sea, bueno, yo tengo insomnio y vivo con él. Y creo que de pronto he podido, también, si no “productivizar” esas horas, pero sí creo que va a apareciendo como una característica que se cuela en lo que escribo, se cuela en los personajes, se cuela en los temas. Por ejemplo, en «El sistema del tacto» en mi última novela, es una novela que trata sobre el desarraigo y en algún momento yo empecé a pensar que el insomnio era también una forma de desarraigo, uno está de una forma desarraigado de una estructura del buen dormir y eres un poco un extraño en ese universo, y yo creo que eso, tiene ciertas resonancias que me permiten, más allá de que el personaje pueda o no ser insomne abordar la novela también desde un lugar extrañado. Escribirla también teniendo conciencia que hay una zona de los personajes, pero también de mí, en la que es como si estuviéramos en una piscina donde no hacemos pie, que estamos en esa zona en la que no alcanzas a tocar con el pie abajo y eso puede ser también interesante como sensación atmosférica para trabajar un texto. Entonces, claro, no quiero hablar de “productivizar” el insomnio, pero sí de tratar de manejarlo como una herramienta posible. 

KC: ¿Y este insomnio es de los que te despiertas la mitad de la noche, no puedes

conciliar es el dormir? ¿cuál es? ¿o es los dos? 

AC: Le lleva de todo, pero también depende de los periodos, los momentos. Hay momentos que son más de lo primero, otros que es conciliar el sueño. Va variando, no es muy quietito este señor o esta señora.

KC: ¿Tomas medicamentos o no?

AC: Sí, tomo medicamentos.

KC: ¿Y cuándo empieza esta relación con tu amigo insomnio? ¿cuándo se comienza a visualizar en ti, a verlo? ¿cuándo lo comienzas a vivir?

AC: No estoy tan segura. Creo que quizás hay algo que no había sido asumido, problematizado como tal desde hace, no sé, mis años de Universidad. Yo soy muy noctámbula, trabajo mucho de noche, estoy mucho más despierta de noche, entonces probablemente es algo que viene dándose un poco por un hábito. Los hábitos van generando también que el cuerpo reaccione a eso. Entonces sí, ya vive conmigo. 

KC: Alan Pauls me dijo que él combatió mucho tiempo esto de despertarse a mitad de la noche, hasta que un minuto dijo okey, no te combato más y voy a leer, y voy leer todo lo que tenga que leer hasta poder volver a dormir o no. Que es una posición muy sabia, pero requiere también de una fuerza y de no tener compromisos a las ocho de la mañana, obviamente. 

AC: Claro, exactamente. Yo creo que también ahí hay un cierto patrón un poco normado de cuál es la vida sana y la vida ideal y la felicidad como si fuera de un solo bloque, y creo que también en esa felicidad normada entran las agendas que tenemos que tener para cuidarnos. Yo creo que muchas veces pasa eso, que hay cuerpos que funcionan orgánicamente mejor de noche o mejor de día, y tienen que adaptarse o super adaptarse a esta normativa de que hay que ser hiper productivo y que me parece bien que pueda funcionar, o sea, que si hay ciertos trabajos que requieren de ese horario. Pero cuando ese requerimiento no está por horarios, porque uno puede escribir a las doce de la noche o a las cinco de la mañana, es muy democrático y debería ser muy democrático ese espacio. Pero no funciona como tal y yo creo que hay un cierto prejuicio también con el trabajar de noche y el no despertarse al alba. Y bueno, eso es complejo porque la mayoría sociedad está organizada de esa forma, entonces hay que ir a contracorriente. 

KC: Es ser revolucionaria ¿cómo ves la escritura del año 90, cuando comenzaste y la escritura al 2022?  Si tuvieras que decir cómo ha cambiado el mundo los escritores a nivel local en Chile, pero también mundial. 

AC: Es que yo creo que han pasado muchas cosas que tienen que ver, por un lado, con lo tecnológico y que eso no es nada menor, cómo a partir de la apertura de redes, que inicialmente eran los mails, o sea en los 90′ todavía no nos relacionamos ni con los mails. Te voy a decir que yo empecé a escribir además en máquina de escribir, ya dijiste mi edad, así que no importa, pero eso ha hecho que nos relacionemos de otra forma, que las formas de mirar a los otros, a las otras y a lo otro, a lo que está a nuestro alrededor, cambia radicalmente, la forma de experimentar también, lo que ocurre a nuestro alrededor. Ahora, muchas veces y con la pandemia para que decir, no teníamos ni que salir de nuestra casa porque el Google Maps nos podía llevar hasta donde quisiéramos. Entonces, la forma de experimentar el viaje, la relación con los demás, los vínculos, está en un profundo cambio. Hoy también, creo que eso se ha acelerado en los últimos años, pero si uno mira hacia atrás lo que ocurría en los 90′, cómo nos relacionamos en los 90′, era muy distinto y eso ha hecho también que, por ejemplo, exista un abanico de posibilidades de publicación, un abanico de posibilidades también de lectura, de autoras y autores que antes eran muchísimo más restringido el campo de lo que podíamos acceder, no teníamos cómo enterarnos de lo que estaba ocurriendo en un una región lejanísima a la nuestra, si no era a través de una editorial grande, que distribuía los libros y que entonces nos hacía llegar a través de la prensa. Había un mecanismo para hacer circular los libros también que daba cuenta de una creación quizás muy pobre en relación con todo el gran material que estaba ahí disponible, o potencialmente disponible. Entonces, eso me parece que hoy nos ha abierto una posibilidad preciosa de poder democratizar un poco más la lectura y la escritura. Pero también eso ha hecho que estamos con una cantidad de estímulos enorme y que ahora no es que no tengamos acceso a los libros, sino que tenemos quizás demasiada cantidad de libros circulando y no nos da el tiempo para acercarnos a ellos. Bueno, más allá de que también sigue habiendo un tema complejo con el acceso por el tema de los precios y todo, pero están las posibilidades igual de conocer a autoras y autores que antes no podíamos haberlo hecho. 

KC: ¿Existe, Alejandra, la literatura femenina como tal? 

AC: Yo tengo un problema, primero con pensar en lo femenino como algo esencial, como algo que venga dado naturalmente, porque sobre lo femenino hay toda una construcción cultural, qué es lo femenino finalmente termina siendo una construcción muy patriarcal que se define también de forma muy binaria, en relación a que es lo masculino. Y en esas construcciones lo femenino siempre va a quedar adscrito a ámbitos de lo privado, de lo puertas adentro, de lo pasivo, de una serie de características que se reproducen en lo social y se reproducen también en lo literario, se espera que la literatura femenina responda a un cierto molde o patrón único. Entonces me aproblema un poco eso. Y por otra parte, también me aproblema pensar que si sacamos la palabra femenino y pensamos mujeres y lo ponemos por mujeres también me aproblema porque creo que es suponer que todas las mujeres podamos escribir de la misma forma y responder también a los mismos parámetros y ahí hay diferencias muy importantes y que son necesarias: diferencias de clase, de raza, de localización, de generación, en fin, de contextos que hacen imposible pensar en que exista una literatura única de mujeres, me parece que eso es problemático, es bien problemático. Y, sobre todo, eso reproduce prejuicio. 

KC: Los seres humanos somos prejuicios. No podemos dejar de obviar una cosa de la naturaleza humana, tendemos a discriminar, tendemos a tener opiniones a priori sobre otros u otras.

AC: Sí y no, porque creo que más que porque eso sea algo natural del ser humano, es porque vivimos en una sociedad que nos ha hecho ser súper competitivos, hiper productivos, o sea, que estamos en permanente disputa con ese otro. Creo que ahí hay una sociedad que nos hace permanentemente desconfiar del otro, de la otra, y yo espero que eso pueda revertirse y de hecho se revierte en espacios comunitarios en los que uno puede, cuando hablábamos antes de los talleres, más allá de que sean talleres de literatura o de cualquier otra cosa esos espacios son los espacios de la solidaridad y del entender que no podemos funcionar sin los otros y las otras, que somos como ramitas de un mismo árbol, que estamos ahí, que nos necesitamos unas a otras, unos a otros también. Yo quiero pensar que no es la naturaleza humana esa, sino que es más bien la sociedad en la que vamos entrando en esa dinámica. Y, que, bueno, a mí me alienta mucho pensar que estamos construyendo algo distinto desde nuestra reflexión y proceso constituyente ahora. Todo lo que ha implicado eso, las discusiones que ha habido sobre eso.


KC:
 Claro, ponerse en escenarios nunca antes vistos. 

AC: Exacto, que no habíamos discutido. 

KC: En un lenguaje completamente nuevo. 

AC: Tal cual. Pensar, por ejemplo, en nuestra relación con la naturaleza, cosa que no habíamos hecho, no la habíamos hecho en ese plano, en un plano público, en un plano que nos compete a todos, colectivo. Que todas esas decisiones no son decisiones que tienen que ver con que voy a poder tomar más o menos agua, sino que ¿voy a hacer sustentable este planeta o no? ¿vamos a sobrevivir como especie o no? porque el planeta va a seguir existiendo probablemente, pero nosotros como especie no, así como van las cosas. 

KC: ¿Cómo te sientes tú frente a las redes sociales? ¿cuál es tu relación con las redes sociales? Eres bien activa ahí. 

AC: Paso por momentos. Un poco lo que decía antes, este momento importante que estamos viviendo y que me hace ser más activa porque tengo una opinión y me interesa un poco poder participar de lo que está ocurriendo a mi alrededor. Pero la verdad es que me gustaría no tenerlas. O sea, me gustaría que no existiera esta necesidad de hacerlo y que existieran otros canales, desgraciadamente, hoy día todo está medio atravesado por las redes. Entonces yo trato, dentro de mi participación, acotarla primero a ese ámbito, para el ámbito del tener una opinión sobre asuntos que me interesan, limitarlo un poco a eso. No meter mucho mi vida privada, que no interfiera tanto en ese lugar porque también el tiempo es finito, el tiempo mental, el tiempo para leer y el tiempo para escribir y el tiempo para estar con las personas que queremos y para participar de todas las cosas, justamente, de las que estamos hablando en las redes, participar de manera real no da.

KC: ¿Y sientes que tus hábitos de lectura se han visto mermados por este tema de las redes o de la dependencia a la conexión?

AC: Mira, sí, pero creo que también, no puedo dejar de pensar en los últimos dos años que donde el tema de la concentración, si para mí se vio súper hiper afectado, el tema de la pandemia, digo, estar con toda esa aparente disponibilidad de tiempo y sin embargo, no poder concentrarse en una página porque era como si el cerebro no entendiera del todo lo que estaba viendo, lo que estaba escuchando, había ahí como un desfase. Entonces, claro que ahí las redes eran nuestra forma también de estar en contacto, no podíamos estar en contacto, y ahí sí, sin duda, leí una décima parte de lo que leo habitualmente. 

KC: ¿Lees siempre a una misma hora o eres libre en eso? 

AC: No, soy bastante desordenada y libre para leer.

KC: ¿Desordenada que lees varios libros al mismo tiempo, varios títulos? 

AC: Sí.

KC: ¿No necesariamente los terminas?

AC: Antes era mucho más rigurosa con eso, con los años estoy siendo mucho más flexible, porque sí, en realidad le doy bastantes oportunidades al libro y tampoco lo achacó del todo al libro, no es como la postura soberbia de no, este libro no pasa la prueba, sino que a lo mejor ese momento no es el momento para leer ese libro, entonces lo dejo y lo dejo para un momento más propicio. Porque creo que – decía lo del desorden- pero en realidad es como un dialogo entre los libros, me encanta leer encadenadamente, que un libro me despierte las ganas de ir a otro libro que va a dialogar, sin que ese libro se haya propuesto, con ese otro. A lo mejor no tienen idea entre las autoras, los autores que los estoy poniendo en diálogo, además con temporalidades distintas, con geografías distintas, lo que sea, pero me gusta un poco ir siguiendo esa cadena de una lectura que te vaya llevando a otra lectura y a otra lectura y hacerse un entramado. El poder leer como despeinando también los textos de la propuesta que está ahí a flor de piel.  Leer, entonces, en los intersticios de los textos a ver qué pasa si uno lee desde otro lugar. Quizás leer un texto, por ejemplo, después de ver una obra de teatro o de ver una película y establecer sintonía entre ambos. 

KC: ¿Eres de las que rayan los libros, los dobla? ¿o eres preciosista, el libro como objeto? ¿cómo es tu relación con los libros?  

AC: No, los rayo, pero a ver los rayos mucho, pero siempre con lápiz mina, o sea, igual hay como un permiso total, pero al mismo tiempo jamás con lápiz pasta. No sé, con la idea que es algo que podría borrar en algún momento. No lo hago, pero podría borrarlo. Pero, sí, me gusta mucho por lo mismo, porque creo que es una lectura en la que estoy como activándome como lectora al conversar con el libro.

KC: Alguien alguna vez me dijo, pero para qué los rayas, para qué los marcas.

¿cuándo vuelves a ver eso?

AC: Bueno, dos cosas, yo vuelvo leer, me gusta mucho el ejercicio de la relectura, eso por una parte, y por otra también, quizás tiene sentido lo que te decían, pero es que hay algo que va más allá de la utilidad práctica que es cómo hacer participar al cuerpo incluso en la lectura, cuando tú le estás pasando, estás como apoyando la mano en el libro. Creo que hay una cosa como corporal que hace la lectura distinta cuando estás con el lápiz ahí. 

KC: ¿Cómo fue tu infancia? 

AC: Uy, es una pregunta muy amplia. 

KC: ¿Fue una infancia feliz?

AC: Yo creo que sí. Pero creo que todos los recuerdos siempre tienen algo de ficción, y la ficción tiene algo también de la memoria, de los recuerdos. Creo que recordamos hoy de alguna forma mañosamente ese personaje que fuimos en la infancia. Sin embargo, yo creo que sí, que fui feliz, tengo unos padres que quiero mucho, un entorno que fue muy acogedor. Una hermana que quiero mucho. Unos perros y unos gatos a los que quise mucho también. Creo que mi primera imagen de la muerte, fue justamente la de una perrita que teníamos y que me impactó y hasta el día de hoy, yo creo que es quizás uno de los primeros recuerdos que tengo, sin duda el primer recuerdo de la muerte, esa impresión de algo que ya no respira, que ya no está. Ese vacío es muy difícil de comprender para un niño, para una niña, qué significa la muerte en términos prácticos. Lo podemos entender metafóricamente, pero cuando te das cuenta de que ese ser que querías y que tenía vida, movimiento, respiración, es una cosa quieta. Creo que es un golpe fuerte en la infancia. 

KC: Te emocionas. 

AC: Yo creo que los recuerdos cuando uno los va trayendo al presente, mueve otras teclas que en realidad tiene que ver con la carga de lo experimentado hasta hoy. Quizás, si yo esto mismo lo hubiera hablado a los 10 años, a los 15 años, sería distinto porque no hubiera tenido todas las otras experiencias que han pasado en la vida, en la que ha habido pérdidas, en las que uno se ha acercado también a la muerte desde otros lugares y entonces, mueve otras teclas un recuerdo como ese. 

KC: ¿Y cómo es tu relación con la muerte? 

AC: Es una relación, yo quisiera creer que es asumida o sea no hay un tabú para mí con la muerte. Pero la verdad es que no sé, hasta el minuto en el que llega la de los seres queridos uno no puede realmente tener nada muy concreto que decir. 

KC: ¿Con la enfermedad?

AC: Sí, con la enfermedad he tenido algunas experiencias con enfermedades de gente que he querido mucho, y sí me fragiliza harto. 

KC: ¿Eres una persona obsesiva? 

AC: Yo diría que sí, pero también pienso ¿qué escritor no es obsesivo, que escritora no es obsesiva? 

KC: ¿Pero, por dónde van esas obsesiones? ¿cómo se manifiestan? 


AC: 
Bueno, creo que pensando en lo literario para mí hay como ciertos tópicos que aparecen y vuelven a aparecer, y que sin duda vuelven porque son obsesiones que están ahí. Y yo respondo un poco a eso, cuando veo que hay algo que está, que está y que está y que lo escribo sin darme mucha cuenta y aparece, y vuelve a aparecer le prestó atención. En ese sentido, creo que trabajo con las obsesiones, que ahí si las vuelvo recurso, en vez de tratar de batallar contra ellas, es, bueno, okey entren, les abro la puerta y vamos a trabajar con ellas, a ver qué hacemos con esto. 

KC: En entrevistas has hablado de los diarios de vida que empezaste a escribir a los diez años ¿los has vuelto a visitar? ¿los tienes contigo? ¿cuál es tu relación con esos escritos? 

AC: Hay escritos que he vuelto a visitar, papeles sueltos, sí, tengo como cuadernos que podría ser diario y me gusta mirarlos para ver a esa persona que era, ese personaje incluso que era y que soy y no soy yo. Me gusta mucho encontrar ahí las formas de la escritura, como era el balbuceo, que quizás empezaban a configurar algo. Pero dónde hay una cosa que me gusta mucho de las escrituras de la infancia, es en la libertad de la errata y como hay algo no moldeado, algo no domesticado que es muy hermoso porque hace unas conexiones, hay invención de palabras, hay una cosa de un léxico, de una gramática que está todavía salvaje y me gusta muchísimo volver a ella. Bueno, he vuelto a ella, como un poco lo he vuelto tema, por ejemplo, en «El sistema del tacto» cómo aparece esto de la profesora que no quiere moldear esas escrituras, justamente, más crudas de los alumnos.

KC: ¿Pero te da pudor leerte o ternura? si tuvieras que elegir un sentimiento.

AC: No, me da ternura, sí me da más ternura que pudor.  

KC: ¿Sabes dónde están esos diarios? ¿los tienes guardados en un lugar específico?

AC: Están repartidos, no los tengo como en un lugar. O sea, yo soy muy archivera, pero también soy desordenada con los archivos, entonces hay muchos archivos por aquí, por allá.


KC:
¿Y con los libros, ¿eres ordenada, en ordenarlos en tu biblioteca?

AC: Sí, pero en realidad la población libresca supera a los estantes, entonces, me voy inventando como ciertos montoncitos. Siempre digo en algún minuto del verano que viene voy a ordenar la biblioteca y eso no ocurre, entonces parece que hubiera más desorden, pero yo sé bastante bien en qué montoncito está qué libro.

KC: Hablemos de Chéjov y Dostoievski ¿cómo has vivido esta tensión que se está dando con los escritores rusos, de habla rusa? Con esto que ayer – aquí no me quiero equivocar- la obra de teatro en el Centro Cultural de Las Condes, “Las tres hermanas» de Chéjov se suspendió. Me encantaría saber qué opinas. 

AC: A mí me parece delirante, en realidad esa es la palabra, delirante. Creo que confundir un conflicto geopolítico, de intereses económicos, además con unas aristas que se nos escapan porque son los equilibrios de los poderes mundiales, con la cultura y con las identidades y sobre todo con escritores que no pertenecen – porque ni siquiera estaría de acuerdo con que fuera con los contemporáneos- pero para que decir con escritores que vivieron hace años de años y cuyas obras han sido un aporte para la humanidad, entonces me parece realmente delirante. No entiendo qué puede pasar por la cabeza de alguien al censurar obras por su origen, por su nacionalidad.

KC: ¿Es una postura para sumarse a esta cultura a la cancelación, como se dice? ¿cómo te explicas algo tan extraño? 

AC: Yo creo que hay como quizás unas señales muy equivocadas de no querer ser interpretado como apoyando una causa o la otra en materias que no tiene nada que ver con las implicancias de instituciones como las instituciones culturales. Pero en realidad, digo por decir por decir algo, porque no me lo explico, me parecen el descriterio, me parecen descriterios que están desconfiando también de la capacidad del arte para generar reflexión, y están pensando que el discurso del arte es como una especie de inyección, que porque el arte hable de un tema, porque el arte mencioné un territorio, se localiza en un determinado lugar, el receptor, el espectador va a ser como un ente pasivo que va a recibir eso como si no tuviera capacidad de reflexión, de absorción de eso, de dialogar con eso, no tuviera capacidad de ser un ente activo frente a eso, entonces es también como infantilizar a las audiencias. Ahí ya no estoy pensando necesariamente lo de Chéjov, pero sí recuerdo que el año pasado, si no es en el mismo teatro fue en la misma comuna al menos, la censura a una obra de 31 Minutos. Es un poco eso, para mí ahí hay un ejercicio de censura que me parece lamentable y muy criticable. Y también es pensar en las audiencias como infantilizadas. 


KC:
 ¿Y cuál es tu opinión respecto todo esto de ser políticamente correcto, que hay que ir con un cierto tipo de lenguaje, todes qué si tú no dices todes, te van a mirar de tal forma, de adecuarse a todas estos neo-lengüismos? ¿cómo lo ves tú como escritora? 

AC: Sabes que yo lo veo distinto porque creo que así como en la discusión de la interrupción del embarazo, pensar en el lenguaje inclusivo es pensar en la posibilidad de incorporar a otras, otros, a otres, a quienes no se sienten dentro de las categorías binarias, como lo femenino y lo masculino que hablábamos antes y, por lo tanto, incorporar a aquellos que no se sienten en lo femenino ni en lo masculino, y con la posibilidad del lenguaje inclusivo es que elles tengan un lugar en el que se sientan acogidos en ese lenguaje, que ha sido un lenguaje establecido. El lenguaje no es natural, el lenguaje es un código social que hemos establecido, un pacto. En ese sentido, cuando se habla de romper la lengua o el lenguaje y transgredir algo natural, es que no es así porque de hecho el lenguaje va cambiando y se van incorporando palabras por el uso. Entonces, esto me parece un uso que responde quizás a un momento en el que se están moviendo ciertas piezas, a pensar en aquello que siempre ha quedado fuera o que no ha tenido un lugar, que ha permanecido sin espacio, y que no es una imposición, sino que, si alguien quiere hablarlo, excelente y si alguien no quiere hablarlo, pues muy bien.  Por eso, hacía la analogía con la interrupción del embarazo, cuando se habla de la imposición del aborto, no, esto es la posibilidad de que, si alguien quiere interrumpir su embarazo, por lo que sea, por la violación, porque está en riesgo la vida de la mujer, porque no existe viabilidad de ese embrión, en fin, tienes la posibilidad de hacerlo y es un asunto de salud pública. Pero por supuesto que, si alguien no quiere hacerlo, nadie lo va a obligar. Con el lenguaje inclusivo creo eso, que es una forma también para mí simbólica y lo simbólico es súper relevante. No porque sea simbólico va a dejar de ser menos real, menos importante. Una forma de pensar en hacer justicia desde la lengua, desde el lenguaje con el que trabajamos todos los días, de dar vuelta un poco, ponernos a reflexionar por qué ese lenguaje ha sido creado con esos énfasis, por qué cuando decimos todos, tenemos que pensar que en esa masculinidad se incluyen también a las mujeres, y por qué cuando decimos todas no podríamos incluir también a los hombres. Es como reflexionar sobre el lenguaje y quizás la norma no va a entrar o el lenguaje inclusivo va a pasar, pero negarse de buenas a primeras a abrirse a esas posibilidades, a mí me parece que es como un poco obtuso quizás, yo no le tendría miedo a que las palabras puedan llevarnos a otros lugares.


KC:
 Y esto, Alejandra ¿cómo lo sumas a tu narrativa, entonces?  

AC: Es que en la narrativa yo creo que todo el tiempo uno está en el cuestionamiento de las

palabras adecuadas para decir aquello que quieres decir. Para mí no da lo mismo, decir “rostro”, que decir “cara”, porque para mí hay incluso una formalidad en el decir rostro, hay otras coordenadas que están operando, no es lo mismo decir cuarto que decir pieza, por ejemplo, porque me lleva a unas coordenadas también distintas, a lo mejor en Colombia dicen mucho más “cuarto” que acá, pero para mí “pieza” entonces tiene toda una serie de coordenadas, cronotrópicas, de tiempo y espacio muy locales. Si un personaje está comiendo un pan con mantequilla, eso me sitúa en un espacio y un tiempo determinado, me da ciertas coordenadas. Uno siempre está tomando decisiones del lenguaje al escribir que son decisiones que a lo mejor no son tan visibles como lo del lenguaje inclusivo, pero que finalmente son decisiones también políticas, en cierto sentido. Política, en el sentido de pensar que yo no quiero, por ejemplo, escribir en un lenguaje neutro, lo neutro, lo entiendo como limpiecito, como higiénico, comprensible para todos por igual, sin particularidades, sin las singularidades de un lugar situado geográficamente, espacialmente. Son decisiones que yo creo que tienen que ver con una visión de mundo también. Yo recuerdo siempre que Sylvia Molloy, que es una escritora argentina, decía en algún momento que a ella le habían publicado un libro – ella es Argentina y vivió en España- en España el editor le había cambiado un montón de expresiones, y ella dijo, hay una con la que yo no voy a ceder y era que decía, lo del pan con mantequilla, pero en Argentina tú sabes que dicen manteca. Entonces, ella decía que el personaje estaba comiendo un pan con manteca, y el editor le raya al lado y le dice mantequilla, manteca es la grasa de los cerdos. Y ella dijo no, aquí no, cámbiame todo lo que sea, pero la manteca es la manteca. En Argentina comemos pan con manteca. Y en el fondo tiene que ver, aunque parezca una cosa superficial, pero con un asunto de identidad también. No somos todos productos hechos a máquina en serie, tenemos particularidades y hay asuntos que tienen que ver con una expresión muy propia.

KC: Estaba muy interesante. 

AC: Pero tiene que ver con eso, con que hay reflexiones sobre el lenguaje que están permanentemente en nuestros textos. 

KC: Aquí de nuevo te voy a citar, en una nota de El Mostrador en el año 2020, comentaste y te cito: «Hay un ruido en querer seguir escribiendo y produciendo como si nada. Seguir escribiendo mi rinconcito mientras afuera el mundo se desploma. Hoy tenemos una sobredosis de actualidad que apabulla y que a mí al menos se me hace incompatible con una escritura más reposada, que haga un diálogo con el pasado y permita entrar en zonas grises» ¿cómo lo ves hoy? 

AC: Estoy de acuerdo conmigo misma. No sé qué el texto fue pero fue escrito en pandemia, en el momento de pandemia más dura, y dónde me parece que esa exigencia a veces no explícita, pero que estaba ahí como de fondo, de seguir haciendo como si acá no se estuviera derrumbando todo, era muy compleja, es muy compleja porque yo siento que siempre existía al inicio de la pandemia la pregunta de qué iba a pasar con todo esto, qué sociedad, qué lecciones íbamos a tener de esto, y finalmente eso, si iba a ser una sociedad en la que pudiéramos como regular ciertas cosas que nos estaban llevando realmente a la catástrofe en términos de salud mental, de desigualdad. 

KC: ¿Tú crees que lo estamos regulando? 

AC: No, yo creo que no.

KC: Ah, ya.

AC No, no, estás loca. 

KC: ¿Tú crees que se hizo más crítico?

AC: Por supuesto. 

KC: Se acrecentó.

AC: Totalmente. Porque, de hecho, seguimos operando, por ejemplo, con muchas actividades que funcionan por Zoom y que las empresas se ahorran también ese gasto y, finalmente no distinguimos tampoco los espacios privados, de la vida íntima y la vida de trabajo, creo que estamos hiper explotados. 

KC: Pero ¿cómo lo vamos a solucionar? Te pregunto porque esto es como la pregunta, las redes sociales de la hiperconectividad, ya es, o sea los cambios que tuvimos feroces en dos años, ya son ¿o no?

AC: Yo creo que tiene que haber quizás un hasta aquí nomás.

KC: Pero eso de nuevo sería imponer, que es algo que tú odias. Entonces, ¿cómo solucionas? ¿tiene solución de verdad? 

AC: Sí, pero de verdad, en él hasta aquí no más me refiero a que es como una especie de acumulación de fuerza hasta que creo que va a llegar un momento en el que ya no vamos a poder más, no más. Y vamos a empezar a organizarnos para que no sé, desde lo más mínimo, desde los espacios más micro para hacer un párele.

KC: O Alejandra, quizás que esto va a ser como el slow food, el movimiento de comer lento, cocinar en la casa, como algo más alternativo y la gente de las grandes corrientes va a seguir por una forma. 

AC: Sí. Lo que me preocupa un poco ahí, es que esto no sea finalmente la posibilidad que tenga un grupo más privilegiado, y el resto siga operando con los mismos parámetros, la misma dinámica. Está complejo, pero yo creo que al convertirse ya en tema, hay algo, o sea, estamos discutiéndolo y eso está bueno. Yo creo que hay algo que con la pandemia realmente no se ha tomado en cuenta el peso de los grandes daños en la salud mental. Ese es un asunto que está ahí como al pendiente, yo creo que estamos todos un poquito piteados. 

KC: A mí me produce una desesperación, una pena profunda cuando veo a todos y me incluyo caminando viendo el teléfono, haciendo una cola para ir al supermercado, para ir al banco, con el teléfono, en los paraderos de micro, con el teléfono, en todas partes ¿cómo vamos a ocupar nuestra imaginación y los espacios de ocio y conectarse con lo más profundo de uno si ya solo te conectas con una pantalla? 


AC:
 Sí, es complejo, a pesar de que yo creo que si fuera el teléfono solamente porque estamos en el paradero de micros porque hay una aplicación que es maravillosa, que es la que nos permite también saber cuándo viene la micro, si eso fuera operativamente y que estamos en el supermercado porque tenemos la lista ahí en vez de tener el papel que antes teníamos, perfecto. El tema es cuando eso empieza a llenar espacios que están borrando y que están haciendo imposible que exista lo presencial, que existe el pacto, que exista el relacionarnos, el interrelacionar, convivir con otras y otros. Si el teléfono sustituye eso, esa otra vida, es lo complejo. Pero yo creo que hay que pensar también en la posibilidad de que la tecnología en realidad opere a nuestro favor y no al contrario, o sea, no ser esclavos de la tecnología. Podríamos decir con los autos que uno finalmente ya no camina, claro si el auto finalmente se transforma un sustituto de tus piernas, horrible, pero el auto también nos permite poder ir de acá a Puerto Montt e ir deteniéndote y mirando el paisaje. Tratar de pensar en eso, en cómo hacemos ese uso adecuado. 

KC: Nos quedan dos preguntas de este primer bloque y después viene la encuesta Espiral, encontré una foto en tu perfil de Instagram: Esta señora me hace feliz. ¿Sabes quién es? 

AC: Mi mamá. 

KC: Me gusto tanto eso, «esta señora me hace feliz». Yo no sé si escribiste que esta era mi mamá, yo también interpreté que era tu mamá, pero ¿por qué te hace feliz? 

AC: Porque yo creo que ha sido una mujer de la que he aprendido mucho, no solo que he querido mucho, sino que ha sido muy compañera, me ha dado muchas herramientas. Yo creo que la escritura viene de ahí, a pesar de que mi mamá es científica, viene de otro ámbito, pero quizás justamente por lo mismo, pues por permitir que haya una apertura y no haya cerrazones, en respetar a lo diverso, respetar a lo otro. Es una persona que me ha abierto la mente en muchos aspectos, en los emocionales también, sin duda. 

KC: ¿Le has dicho que te hace feliz? 

AC: Yo creo que sí, aunque quizás no se lo he dicho con esa expresión, pero yo creo que cuando la abrazo lo estoy diciendo. 

KC: Ahora vamos a ir a esta última pregunta. ¿Qué estás leyendo y a quién nos puedes recomendar? Es una pregunta mucho más fácil de contestar que la anterior. 

AC: Es que yo siempre estoy leyendo, lo que te decía, estoy como leyendo así en lo dispar pero justo lo último que estaba leyendo ahora es un libro muy hermoso de una escritora colombiana que se llama Vanessa Londoño y que publicó una novela que se llama «El asedio animal», y es una novela que se la publicó la editorial Almadía en México y ahora la acaba de publicar Eterna Cadencia en Argentina, y bueno, espero que llegue a Chile a través de Eterna Cadencia con la distribución de Big Sur.

KC: ¿Y nada más?

AC: Uf, no, es que son muchísimas. 

KC: La primera que se te vino a la cabeza. 

AC: Sí, es que es la más inmediata, es la que estuve leyendo hasta hace dos horas. 

KC: ¿Y estás trabajando en algún proyecto en específico? Porque hace tres años publicaste ya la última novela.

AC: Sí, pero tomando apuntes, sin prisa. 

KC: No te angustia no haber publicado en tres años. 

AC: No, para nada, o sea tres años me parece que es súper poco. Ahí también es lo que de lo que hablábamos antes, yo creo que hay como exigencias también como del mercado, de la vigencia, como si los libros escritos hace diez años no tuvieran nada que decir sobre ellos. Tiene que ver con las redes sociales, también porque lo que no es inmediato, ya no, y yo creo que eso si hay que cambiarlo. 

KC: ¿Y cuánto te demoras en escribir un libro, por ejemplo? En general, un proyecto ¿cuánto, más menos? 

AC: Es muy variable, lo que diría que no es menos, para mí, de tres años. 

KC: ¿Puedes trabajar en dos proyectos al mismo tiempo? Por ejemplo, un volumen de cuentos con una novela o eres de una sola.

AC: El hilo central, el hilo conductor, en general, tiene que ser solo uno, pero si puedo ir como dejando algunas huellas para otras cosas. Pero me meto de cabeza realmente con lo que hago entonces, no, salirme me hace difícil después retomar. Así que no, trato de ir en una sola dirección.

KC: Ya Ale vamos a hacer ahora el cuestionario Espiral, como te conté al comienzo ¿cuál es tu idea de la felicidad? 

AC: ¿Tiene que ser una sola palabra?

KC: No, puede ser una oración, no respuestas tan elaboradas. 

AC: Aire libre. 

KC: ¿Tu mayor miedo?

AC: El miedo al miedo. 

KC: Yo no puedo, yo tengo que quedarme callada. 

AC: Esa norma te la impusiste tú no más.  

KC: Sí, porque me gusta que sea así como dinámico, como quedarse con ganas de más.

¿Lo que más te molesta de ti misma?

AC: Uf, muchas cosas. Quizás el no poder dormir. 

KC: ¿En los demás?

AC: El egoísmo. 

KC: ¿A qué escritor vivo admiras? 

AC: Son muchos, muchas. Diamela Eltit.

KC: ¿Muerto?

AC: Hebe Uhart.

KC: Hoy en la mañana ¿qué desayunaste? 

AC: Yogur con avena. 

KC: ¿Agenda de papel, electrónica o ninguna de las anteriores? 

AC: Agenda de papel. 

KC: ¿Cuál es tu mayor vicio? 

AC: Los chamitos. 

KC: ¿Cuándo mientes? 

AC: Recién. 

KC: ¿Quién ha sido la mayor influencia en tu vida? 

AC: Mi mamá. 

KC: ¿Ayer te sentiste feliz cuándo?

AC: Cuando me puse a ver una película en la noche. 

KC: ¿Y hoy? 

AC: Cuando acaricié a la gata, cuando estaba al solcito. 

KC: Antes de acostarte, siempre. 

AC: Le doy su remedio a la gata. 

KC: ¿Cómo es un típico día tuyo? 

AC: No hay días típicos, no existen.

KC: ¿Té, café o agua? 

AC: Agüita

KC: ¿Azúcar, endulzante o nada?

AC:  Miel

KC: ¿Cerveza, blanco, tinto, champán, bebida?

AC: Cerveza. 

KC: ¿Instagram, Facebook o Twitter?

AC: Facebook de ninguna manera, tienen utilidades distintas, depende para qué. Para informarme Twitter. 

KC: ¿Lo que más te inspira? 

AC: La ventana abierta. 

KC: ¿Has sentido odio? 

AC: Sí.

KC: ¿Qué te hace enojar? 

AC: El egoísmo, como decía antes. 

KC: ¿Selfies?

AC: No me gustan mucho. 

KC: ¿Qué es lo más extravagante qué has hecho? 

AC: Uy, no lo sé, paso, de tendría que pensarlo más. 

KC: Si fueras un personaje femenino, serías. 

AC: Pucha, pero es que todo suena pretencioso porque son personajes que una admira. Sería quizás Leonor de cuento de Hebe Uhart.

KC: Se dice, 99% trabajo y 1% inspiración, ¿qué opinas? 

AC: No, yo creo que los porcentajes de ninguna manera son eso, y en todo caso son más equilibrados. No quiero decir tampoco cincuenta, cincuenta porque a veces puede operar con otras cifras, pero no de ninguna manera uno versus noventa y nueve.

KC: Tres consejos para escritores que comienzan. 

AC: Leer, no apresurarse, detenerse.

KC: Tres aciertos que has cometido como escritora.

AC: Ay, no, no puedo. 

KC: Y tres errores que has cometido como escritora.

AC: No, también pasó con la pregunta.

KC: Si volvieras el tiempo atrás ¿qué harías distinto? 

AC: Creo que estaría más tiempo con algunas personas que no estuve lo suficiente. 

KC: ¿Cómo te relajas? 

AC: Me relajo viendo películas. 

KC: ¿Tienes un hobby?

AC: Lo que pasa es que la gente cree que leer es un hobby, entonces podría decir que paso todo el día en un hobby. Pero no, creo que no, no sé. 

KC: ¿Dios, meditación o nada? 

AC: Nada

KC: ¿Fama, dinero o ambas? 

AC: Un poquito de dinero como para no que no falte. Pero eso. 

KC: ¿En tu velador, qué libros tienes? 

AC: Van variando todo el tiempo. 

KC: ¿Kindle, papel o audiobook?

AC: Papel.

KC: Terminamos. ¿Hay algo que te gustaría agregar que te quedaste pensando? 

¿O estás bien? 

AC: No, estoy bien. Una conversa es súper diversa. 

KC: Muy diversa, esa era la gracia de poder tener como un 360 tuyo, pero distinto de poder abrirte a otras reflexiones. Oye, un millón de gracias y sigue escribiendo mucho, mucho porque lo haces increíble. 

AC: Gracias Karen. Fue súper cálido.  Chao. 

KC: Gracias, chao.

 La sección “Cuestionario Espiral” ha sorprendido a todos los que se los he realizado. ¿Por qué? por el tipo de preguntas y el formato dinámico de respuesta. Ellas son divertidas e inesperadas. Alejandra Costamagna es una mujer fuerte y de principios, históricamente ha sufrido de un insomnio severo y tal como me contó, a veces tiene períodos críticos pero ha aprendido a vivir con ello.

¿Cómo duermes? ¿sabes lo que es la higiene del sueño? Cuéntame, me encantaría saber.

  Lee. Escribe. Crea.
  Chaoooo.


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