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Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner, periodista y escritora, te doy la bienvenida al programa #67 de Espiral, tu podcast de literatura y creatividad. Hoy voy a hablar de un tema candente, pero muy distinto a lo que hago suelo hacer aquí en Espiral. ¿Por qué me duele tanto la guerra entre Rusia y Ucrania? ¿por qué no puedo ver las imágenes y escuchar los testimonios de las familias que están huyendo? La idea de este episodio de hoy tiene su germen hace unas semanas cuando tuve que escribir la colaboración mensual para la revista suburbano.net. Me di cuenta de que esta guerra me estaba afectando más que otras, me di cuenta que vivo entremedio de un silencio familiar, y por medio de la escritura y reflexión, entender porqué. Aquí podrás escuchar algunas de las conclusiones sobre ellos.
Recuento personal
La eterna promesa de “la otra semana estaré más tranquila”, o la “otra semana nos juntamos a un café”, me está transformando en una Karen de promesas incumplidas. ¿Qué me sucede? Simplemente y tal cuál como te conté en el último boletín -acuérdate que te puedes suscribir siempre en mi página web www.karencodner.com– el tiempo no me alcanza. Hay tres posibilidades:
1. O estoy haciendo más de la cuenta.
2. Mi trabajo es tan personal y no funciono como una empresa donde la escritura se puede delegar.
3. O la combinación de ambos.
Creo que es una combinación de ambos, hoy día insólitamente cuando grabo este capítulo este jueves 31 de marzo, el último día del mes, me siento más tranquila. Pero igual me cuesta hacer la selección. Esto se parece al libro de Alejandro Zambra, “Facsímil” que está basado en las pruebas de selección múltiple donde el autor va jugando con la historia chilena y mundial. El lector casi se convierte en un cómplice al elegir ciertas respuestas, es bueno el libro, me gusta mucho. A Alejandro Zambra lo entrevisté eñ año pasado, lo encuentras en el archivo de Espiral es el capítulo 30 y 31, y es históricamente uno de los entrevistados con más escuchas.
Ayer -estoy grabando este capítulo el jueves 31 de marzo, pienso ¿quién me mandó a elegir esta temática sobre el taller “Mis rusos”? No solo por la guerra sino porque exige muchísimo, preparar una clase de estos tremendos escritores no es menor. Pero me da la sensación o estoy segura, y creo, que aún quedan muchas personas en este mundo, gracias a Ds que les interesa la literatura clásica, porque los cupos del taller se llenaron. Ayer revisamos “Almas muertas” de Nikolái Gogol y ya en abril y mayo, nada más ni nada menos que “La guerra y la paz” de Lev Tolstói.
Algo que me dejó perpleja, o todavía sigo así, fue que me había programado, hace bastante, para mandar mi segunda novela al concurso “Bestia literaria” de la editorial argentina Bestia Equilátera. Por lo mismo, volví a revisar las bases y me di cuenta de que el máximo de palabras en un texto es de 70 mil palabras, casi me desmayo. Mi novela (estoy eligiendo el título), fácilmente llega a las 100 mil, igual la verdad es que fue bueno que me sucediera, porque me obliga a ser más cuidadosa cuando leo las condiciones para postular a algo y por otra parte porque me dio tiempo para realmente editar bien. Y me permitió seguir con ciertas ediciones que son necesarias, no hay que apurarse aunque lo único que quiero es terminar.
Ya les he dicho y no me canso de repetirlo: comenten, escríbanme, reenvíen los boletines y podcast. Para mí, en serio, es el mejor regalo del continente, si es que no planetario. Así fue como Clarita me escribió: “Hola Karen, ¿cómo estás? Te cuento que fue todo un descubrimiento para mí Espiral. Escuché el episodio donde entrevistaste a Irene Vallejo y luego ¡no pude parar! Yo estoy empezando mi camino como escritora, por lo que ha sido muy valioso escuchar lo que cuentas en el programa y las conversaciones con otros escritores ¡muchas gracias!”. Gracias a ti Clarita.
También le gustó a Marcela Ramicone la conversación con Luis Poirot: “¡Interesante entrevista! sí, de las buenas , y sobre todo ver cómo este hombre ha vivido y sufrido”. Un posteo en redes que tuvo excelente recepción fue justamente el de “Torres de Malory” -me carga salir en las fotos y justamente estoy con el libro. La pregunta que hice fue “¿cuál libro te marcó?”, Clarita, la auditora que hace poco descubrió Espiral, también comentó el posteo: “Te escribo, además, porque vi tu publicación donde mencionas ´Torres de Malory´ de Enid Blyton. Esta colección, junto con ´Las mellizas en Santa Clara´, me marcaron profundamente cuando niña. Me encantaría que mis hijas también leyeran estos libros, ¿sabes desde qué edad será recomendable que los lean?. Mira, ¡mis niñitas son súper lectoras! Son chicas igual, tienen 8,7 y 6 años”. Yo le dije que mejor esperara un poco, e irse a la segura con algo tan bueno.
Claudia Pellegrini escribió: “me encantan tanto los de ´Santa Clara´ como los de ´Torre de Malory´ y a veces los vuelvo a leer”. Yo, en cambio, te contesto Claudia me da temor hacerlo y perder la magia infantil. También Macarena Covarrubias dijo: “Uf, tantos, ´Mujercitas´, ´Hombrecitos´, ´La cabaña del tío Tom´, ´Papaíto de piernas largas´ y ´Perico trepa por Chile´”. Por su parte mi fuel auditora y seguidora Eva Holz la marcaron todos los de Louisa May Alcott. Y a Ana María Godoy también la marcó “Mujercitas” y Vivi Koenig parece que se emocionó porque comentó “Le leí todos los libros, me encantaron, fue vivir con esas chicas las maldades, sus penas, todos, cómo iban creciendo”.
En otro tema te cuento que estoy de nuevo vendiendo otra vez el “Cuaderno de escritura”, así que anda por tu ejemplar, ya sea en tu librería amiga, en Buscalibre, ya que si vives en cualquier parte del Planeta te lo despachan y en mi website, esta promoción es por el mes del libro. Si quieres el digital descargable tiene un valor de $1.990 pesos chilenos, y físico $3.990 más despacho.
Te invito a escuchar este episodio Espiral sobre “El silencio de mi familia”. Este noviembre voy a cumplir cincuenta años en noviembre y hoy se cumplen sies semanas desde que los rusos comenzaron la guerra. Ayer leí que los ucranianos, en el afán de poner punto final al conflicto desistían de sus planes de sumarse a la OTAN. Pero hoy, abro el homepage del New York Times y los rusos siguen atacando. Recuerdo la guerra en Kuwait, el derrumbe de las Torres gemelas, Afganistán, los eternos conflictos entre Israel y los palestinos, Siria, Beirut. Entonces ¿Por qué me duele tanto la guerra entre Rusia y Ucrania? ¿Por qué no puedo ver las imágenes y escuchar los testimonios de las familias que están huyendo? Soy chilena, nací aquí y nunca he visitado esos parajes, pero ahora que recuerdo visité San Petersburgo.
Pero hay un dato trascendental: soy segunda generación en Chile. Al igual que millones de judíos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, mis abuelos paternos no hablaron sobre el pasado. El silencio fue el lenguaje con que se comunicaron. Eso mismo le sucedió a María Stepanova -poeta, novelista y periodista rusa, editora de Colta.ru, medio digital censurado por Putin al estallar la guerra en marzo – ella es autora de uno de los libros más extraordinarios que he leído en los últimos meses: “In Memory of Memory” o “En memoria de la memoria”, que pronto va a salir en español. Este fue nominado al Booker Prize y de acuerdo al diario DW: “La crítica literaria internacional elogió la diversidad del ensayo lírico de Stepanova sobre su propia historia familiar y la naturaleza de la memoria: historias de amor, diarios de viajes, reflexiones y reseñas. La obra es un reflejo de la familia ruso-judía-europea de la autora y su vida a lo largo de un siglo. Es una historia que no está en los libros escolares, tampoco en los rusos”.
Sin embargo, a diferencia de María Stepanova, yo ni siquiera tengo fotografías o registros escritos: en mi familia no existe la memoria. El vacío es de tal magnitud que ignoro cómo suplirlo. ¿Deberé ficcionar? O quizás tenga que ocupar la estrategia de la poeta y escritora norteamericana con raíces taiwaneses, Victoria Chang. En su libro “Dear Memory” o “Querida memoria” rellena el silencio con suposiciones. A Chang la descubrí en “Between The Covers” o “Entre las portadas” un podcast sobre literatura. Pocas veces me he sentido tan identificada con la negación total al pasado y la desesperación que se produce cuando es imposible conocer los orígenes, otra gran lectura que te recomiendo.
Chang comenta: “What if my mother never told me stories about the war or about her childhood? Does that mean none of it happened?”o “Mi made nunca me contó historias sobre la guerra o sobre su niñez ¿eso signifca que no existieron”. Victoria Chang transmite la desesperación frente al silencio y la ignorancia sobre el pasado, se pregunta ¿cómo va a existir en mí y luego en mis hijos lo que ignoramos?.
Mis abuelos paternos emigraron en 1939 y la familia de ellos no quiso escapar. Mi abuelo Marcos -a él no lo conocí- nació en Besarabia, una región del sureste de Europa Oriental que incluye a la casi totalidad de la antigua república soviética de Moldavia, parte de Ucrania. Limita al norte y al este con el resto de Ucrania y al sur y al oeste con Rumania. Cuando mi abuelo se casó con mi abuela Sara (le decíamos Babi), de acuerdo a terceras fuentes, se instalaron en Sokyryany, una pequeña ciudad de Ucrania, en el norte de Besarabia. Stalin en su momento cedió este territorio a los ucranianos.
Mi abuela materna nació en Rumania. Rumania tuvo que ceder Besarabia a los soviéticos. Hoy Besarabia es aliado de Putin. Mi abuela paterna hablaba ruso, escribía ruso. Mi abuela paterna hablaba español con acento. Mi abuela materna hablaba yidish. Mi abuela materna hablaba español con acento. Mi abuela materna llegó muy chica a Chile, su familia escapó de los pogromos o masacres que hubieron alrededor de 1915. Me pregunto ¿en qué idioma soñaban?
En mi transcripción podrás ver la imagen de la tumba de mi abuela Sara Chijner (Z.L) en el Cementerio Israelita de Santiago y la tumba de mi abuelo Marcos Codner (Z.L) en el cementerio israelita de Santiago.
Hace menos de una semana solo sabía: mis abuelos paternos se casaron en 1939 y escaparon de la guerra aventurándose a Latinoamérica. Los que quedaron en el pueblo murieron a manos de los nazis. De los diez hijos, es decir, de los nueve hermanos de mi abuela, solo sobrevivieron ella y otro más, Moisés. Él terminó viviendo en Siberia, y jamás se volvieron a ver.
Cuando aún no existía Zoom logré contactarme por Skype con Moisés, el hermano de mi abuela, el único además de ella que sobrevivió. Él no sabía inglés, solo ruso por lo tanto no pudimos conversar. Nos mirábamos a través de la pantalla hablando en silencio, no he vuelto a saber de él. Frente al vacío que se iba haciendo del tamaño de un cráter, decidí hace poco que no podía dejar pasar más tiempo y comencé a trabajar más seriamente en la investigación.
La madre de mi papá, Sara, vivía en un pueblo ¿cuál? tenían caballos y un poco de tierra. Algo extraordinario para una familia judía, por ende, no eran tan, tan pobres. Mi abuela fue al colegio en Balti, una ciudad bastante grande y Moisés a una escuela rumana, además un rabino le enseñaba Torá. Esto me hace suponer que la familia de mi abuela era observante. Según mi padre, la familia de Sara la asesinó un pelotón de fusilamiento de los nazis. Pero esto no coincide con lo que yo misma escribí en séptimo básico cuando mi abuelita me contó sobre la historia de su familia. Ella me dijo que sus padres, David y Paulina (¿Pesa?) fueron asesinados en Auschwitz. Hoy, cuando llevó más de diez años trabajando en una organización que registra y preserva los testimonios de los sobrevivientes de la Shoá en Chile (www.mviva.org) sé que existió el “Holocausto en balas”. Seguramente para mi abuela creía que Auschwitz y el asesinato por balas eran sinónimos. El “Holocausto en balas” fue otra forma de aniquilación que idearon los nazis. Mataron a miles de judíos que vivían en el frente oriental al no poder trasladarlos a los campos de exterminio.
“Historia familiar” se llama la carpeta donde he ido guardando la información. En un certificado que encontré dice: “Sara Chijner (puede ser Kirchner) nació en Dondeshem, Besarabia (Moldavia) y mi abuelo paterno, Marcos Codner (puede ser con K) en Beltz, Besarabia. La primogénita, Sabina nació en Rumania (pero su fecha de nacimiento es imprecisa)”.
Comparto la afición de la historia familiar con un sobrino. Él fue el que fotografió las lápidas en el cementerio judío de Santiago de Chile. Mi sobrino cree que la madre de mi abuela fue Pesa. Al parecer trabajaba en un hogar de ancianos. Del yidish al español se lee más o menos lo siguiente: “Una mujer respetable y de buen corazón atendía y ayudaba a los ancianos de un hogar de ancianos”.
Pesa es una variación de Pessy, un nombre común de los judíos de Europa del este. Se vincula con el nombre bíblico de “Batya” que en hebreo significa “hija de D-s”. Mi sobrino también concluyó, gracias a sus averiguaciones, que Codner no corresponde al original que fue Kadener. Se escribe קדנר y fácilmente pudo haber mutado a Codner porque ambos se escriben igual en hebreo.
Cuando los judíos llegaban a Latinoamérica era muy común que les cambiaran el apellido, pues los oficiales de aduana no le daban mucha importancia a ello. No sabían español ¿cómo podrían haber comprobado que escribían correctamente el apellido? Quizás esto explica los años infructuosos de mi investigación.
Mi padre está vivo está vivos pero él tampoco sabe mucho. Lo más probable es que tendré que seguir los pasos de Stepanova y de Chang: volcarme a los supuestos y la investigación sin fuentes directas.
Un doctor de Estados Unidos -no lo conozco y solo compartimos el apellido Codner- con el que he intercambiado un par de correos electrónicos, me dijo que podría acceder a los archivos desclasificados de los ucranianos. Una conocida de un amigo trabajaba allí. Parece es demasiado tarde. Dudo que hoy pueda contactarla con mis necesidades superfluas.
Ella debe de estar intentando sobrevivir. Mi memoria es el silencio ¿cómo es tu memoria familiar?
Cuéntame, te espero.
Lee. Escribe. Crea y hoy, recuerda.
Chaoooo.