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Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner y te doy la bienvenida al programa 128 de Espiral con la escritora argentina, Leila Guerriero, que además es periodista y editora. Su voz narrativa se centra en la crónica y ha recibido numerosos premios como el Konex en dos ocasiones y el año pasado el Zenda por su último libro La llamada.
Leila es una mujer que ha hecho una tremenda carrera y nos costó mucho concretar la entrevista porque su agenda es apretada pero una vez que nos reunimos, ambas disfrutamos de la conversación. Nos reímos porque las dos veníamos de hacer deporte y teníamos el cabello húmedo y crespo, aunque el de ella, es una belleza. Yo suponía que ella era nadadora por su físico atlético, pero su deporte es correr 10 kilómetros siempre que puede.
Antes de la pandemia venía bastante a Chile y por un motivo u otro, dejó de hacerlo. Se ubica perfecto en Santiago y tiene buenos amigos aquí, en mi país.
Es complejo entrevistar a alguien que tiene tanta experiencia indagando en el alma humana, porque un artículo, un ensayo o un libro que esté firmado por ella, es garantía de calidad. De hecho, cuando preparo mis talleres y me encuentro con algo de Leila, sé que tendré todo lo que necesito. No le gustó que le preguntará sobre la maternidad: “¿por qué no se lo preguntas a los hombres?” Le respondí que sí lo hacía, pero todavía no había entrevistado a ninguno que no fuera padre.
Tanto le fascina lo que hace que no distingue entre tiempo libre y tiempo de escritura. El aburrimiento la desespera y conversamos bastante sobre la relación con su padre, es muy cercana pero tienen caracteres muy distintos, él es más liviano, de otro tipo de conversación. Él no tiene una gota de sangre argentina, es hijo de alemanes y sirios. Su madre, también Siria. Su pareja le tiene que soportar sus viajes y ostracismo, porque ella, confesó “trabaja mucho”. Cuando está en un proyecto largo, no da talleres, no sale con amigos, en fin, su vida se convierte en un largo no.
Recuento personal
Estoy grabando esta introducción y cierre en Nueva York. La semana pasada junto a mi marido fuimos a Boston a celebrar los veinticinco años desde que se graduó de una maestría en negocios. Nos reunimos con muchos amigos, en fin, estuvo lindo, vimos a personas que hace por lo menos diez años o más no nos habíamos encontrado. Así que el fin de semana se resume en muchas conversaciones y risas. Pero me cuesta tanto, aunque les sorprenda, echo de menos mi taller y mi tiempo a solas.
Aproveché de correr al borde del Río Charles por veinte minutos por primera vez desde enero. Es un tremendo aváncese y aquí en Nueva York he seguido. Cada vez que lo hago me da un gran temor que la rodilla me duela.
Estoy descubriendo un mundo completo en Substack, la plataforma por la que mando los correos, tanto de Espiral como de Oda, pues es una especie de X pero mucho mejor. Ya lo había comentado en el capítulo anterior, pero me está sorprendido positivamente. De verdad se interactúa con los seguidores y hay contenido muy valioso. Se está convirtiendo en mi red predilecta, pero claro, sufro, como siempre, porque cuesta hacerse notar, tener más resonancia. Es una red social como cualquier otra, pero no es tóxica y hay muchísimas oportunidades.
Volví a leer Pedro Páramo y me sorprendió bastante. Si no me equivoco, la única vez que lo había leído fue en el colegio, por lo menos, treinta años atrás. Es tremenda y me tomé conciencia de cuánto ha influido en nuestra literatura esta novela del mexicano Juan Rulfo,
Los dejo con la entrevista a Leila Guerriero, una mujer que estoy segura, nos volverá a sorprender y de la que deben tener ojo.
Ojalá me cuentes dónde estás escuchando Espiral, así este programa se convierte más en una conversación. Ya lo sabes, me encuentras siempre en mi correo karen@karencodner.com, en Substack o en Instagram.
Entrevista Espiral
KC: Hola Leila, ¿cómo estás?
LG: ¿Cómo estás Karen? ¿todo bien?
KC: Estoy muy bien. Muy bien aquí, un día gris en Santiago, otoñal. Quería saber ¿qué estabas haciendo cuando tuviste que conectarte a la entrevista Espiral?
LG: Regresé hace un momentito de correr, así que básicamente estaba tratando de parecer una persona.
KC: Te estabas arreglando. Somos dos, yo también me estaba arreglando porque había regresado de natación. Tenemos algo en común.
LG: El pelo mojado.
KC: El pelo mojado, los rulos, bueno tenemos varias cosas en común obviamente, pero muchas no. Pero las dos corremos.
LG: Mirá, tú también corres.
KC: O corría, porque estoy lesionada en este minuto, entonces estoy sufriendo. Por lo que estuve indagando, corres todos los días una hora, o sea, cuando se puede, corres una hora.
LG: Sí, excepto en los días en los que llueve, o bueno, si estoy enferma o si estoy en un avión. Eso lamentablemente pasa muy seguido.
KC: ¿Y es algo completamente recreativo? ¿Nunca has corrido veintiún kilómetros, ni una maratón de cuarenta y dos, nada?
LG: No. No es recreativo tampoco, pero no he corrido ningún maratón. No lo hago como algo recreativo, para nada. Yo escribo mucho cuando corro. Bueno, recreativo en el sentido que a mí me gusta escribir, pero yo jamás pensaría en la escritura como una recreación, no es una diversión. Hay días en los que corres y la verdad es que no pasa nada, es puro esfuerzo físico. Lo único que querés es que se termines ahora ya. Es horrible salir a correr sin nada para reflexionar, pensar, escribir. Hay días en los que realmente salís vacía y volvés igual de vacía y cansada.
KC: Leila, primero – esto algo personal -¿haces siempre el mismo recorrido o cambias de recorrido?
LG: No, cambio bastante el recorrido. Depende, a veces salgo con la idea de, voy a dar una vuelta. Yo vivo cerca del cementerio más grande de Buenos Aires y de Latinoamérica, y me gusta mucho dar vueltas en torno al cementerio pero sé que es una vuelta que me queda un poco corta porque la termino en cuarenta y cinco minutos. Entonces tengo que completar la corrida con una ida y de vuelta por una calle, eso me resulta un poco tedioso, tipo hámster. Pero tengo otro recorrido que va hacia otros barrios que se llaman La Paternal. Después, voy mucho también, por una avenida hacia otra zona que termina en una cancha que es la Cancha de Ferro, un estadio de fútbol, que es el estadio de Ferro. Y a veces salgo a correr y me pierdo un poco, me gusta mucho eso. Voy hacia un barrio que se llama Villa del Parque también. No hago siempre el mismo recorrido. Por otra parte, los recorridos a veces, sobre todo en el verano, dependen un poco de la hora en la que salga a correr y la inclinación del sol. En verano puedo salir a correr a la una de la tarde, no tengo problemas, entonces ahí tengo que buscar el recorrido en el cual el sol no me mate. Ahí ya tengo ubicados unos recorridos. Voy buscando el cobijo de la sombra cuando se puede.
KC: Entonces tienes una alta capacidad para soportar el calor.
LG: Sí, a mí me gusta el calor. Bueno, a ver, un calor de cuarenta y cinco grados ya me parece mucho. Creo que el máximo calor con el cual salí a correr eran unos treinta y ocho grados, pero a la tardecita, ya cuando baja el sol.
KC: Pero por lo que estuve viendo no eres amiga del aire acondicionado.
LG: No, me hace muy mal. En realidad no me gusta ni la refrigeración ni la calefacción por aire, prefiero otros métodos más sanos para las vías respiratorias. Pero el aire acondicionado en particular me hace muy mal. Siento que hay como una especie de exageración del aire acondicionado, quizás porque, por suerte, mucha más gente puede acceder a eso y se ha popularizado mucho. Pero de pronto entras a una farmacia o a un banco y el aire acondicionado está puesto a quince grados y en verano quedas aterida. Yo, de hecho, siempre en verano ando con un saquito dentro del bolso, porque me congelo en todos lados. Incluso en el metro de Buenos Aires, entras al metro y es un refrigerador.
KC: Y estoy pensando, Leila, entonces, ¿cómo relajas la cabeza si, cuando corres, buscas escribir corriendo?
LG: Es que a mí me parece que la idea de relajar a mí no me, digo, tampoco busco estar tensa, pero me parece que la idea de relajar es una idea un poco, no me interesa esto de relajar. Por supuesto, me encanta disfrutar de cosas que me producen deleite, como el cine, como ir a cenar a un lindo restaurante con amigos o con mi pareja, o ir a un recital. Pero no lo relaciono con la idea de relajarme, lo relaciono con la idea del goce, del disfrute. A mí el relax me parece medio como de hospital: Relájese, le vamos a poner una anestesia. Pero no, para mí salir a correr y estar pensando en una frase, en un párrafo, en ver cómo voy a resolver un problema con un texto que dejé en la computadora antes de salir a correr, me parece magnífico. Pero no lo relaciono con el relax, lo relaciono con el deseo, la pulsión, la pasión, yo busco eso. Quizás eso para mí es estar relajada.
KC:¿Meditas?
LG: No. Bueno, correr a lo mejor es.
KC: Es una especie de meditación.
LG: Sí. Salir del cuerpo de alguna manera. Sí, por ahí correr. Pero meditación no, nunca hice. Toda la gente que hace meditación te dice: “es facilísimo, simplemente te sentás en el suelo, mirás una pared blanca y respirás”. Si yo hago eso, me tengo que levantar a los treinta segundos. Miro una pared blanca, respiro y pienso: “tendría que estar haciendo otra cosa inmediatamente”.
KC: El que te dijo eso, es porque lleva muchos años de práctica. Es dificilísimo poner la mente en blanco.
LG: Todos dicen eso. Sería una gloria poner la mente en blanco realmente. Pero no, no se me ocurre cómo alguien pueda hacer eso. Imagínate, diez minutos mirando una pared blanca y respirando. Desesperación, es todo lo que sentiría.
KC: Quizás que es un poco aburrido también.
LG: Bueno, a mí el aburrimiento me desespera.
KC: Tú sabes que uno escucha tantas cosas, lee tantas cosas cuando se está preparando por una entrevista. Que te estoy diciendo yo a ti. Cuando tú eras pequeña, dentro de las múltiples cosas que pensaste en estudiar o ser de profesional, dices que si no hubieras sido escritora hubieras sido atleta, atletismo.
LG: Sí. Es raro eso, porque no tengo ninguna habilidad, física quiero decir. Bueno, me gusta mucho correr, corro desde hace muchos años, de deportes ni hablar, no puedo jugar ni al ping-pong, digo ni al ping-pong (con respeto por el ping-pong). Debe ser por el hecho de tener un trabajo que requiere de tanta cabeza. O sea, ponés el cuerpo cuando escribís, pero todo pasa acá.
Y tengo la fantasía, que seguramente es una fantasía y no es real, de que el atleta está, viste es el cuerpo. Obviamente, tienes que tener una resistencia mental, pero no estás pensando todo el tiempo como puedo estar pensando yo, en cuál va a ser el próximo tema o bueno, eso no pienso tanto, acerca de qué puedo escribir en la columna de la semana que viene, o cómo voy a solucionar el final de un texto, o bueno, ahora me pidieron este texto sobre equis persona, aunque es corto, tengo que pensarlo bien, porque es como eso todo el tiempo, y está todo acá.
Entonces siento que sí, que por un lado, esa cosa de trabajar con el cuerpo todo el tiempo es como lo opuesto a lo que yo hago de alguna manera. Y por el otro lado, también hay algo que admiro mucho y es ese dominio tan extremo que tiene de su cuerpo un atleta; cada fibra, cada músculo, cada movimiento. En las olimpiadas uno tiene la posibilidad de ver a atletas de todas partes haciendo, no sé, saltos, las anillas, el lanzamiento de esto, de lo otro y de lo demás allá, y la natación. Esa cosa como tan extrema, ese dominio del cuerpo me resulta bello y muy admirable. Pero claro, también está esta cosa del atletismo, alto rendimiento, que es pésimo para la salud, esa gente queda estropeada, a los veinticinco años están hechos polvo. Los que escribimos duramos un poco más, por lo menos.
KC: Es de esperar. Tengo que confesarte que cuando yo te vi así como de cuerpo entero, no tengo aquí la entrevista que me pareció genial, tengo el nombre, en Blender con Gonzalo Heredia. Me gustó mucho la toma y te vi y yo dije: “ella es súper deportista. Tiene un cuerpazo, de mujer”.
LG: ¡Qué vergüenza!
KC: No en el sentido, sino que se nota que es deportista, se nota que hace mucho deporte. Entonces, esto es como divertido. Son tus genes también.
LG: Sí, posiblemente. No es que nada más corro, por supuesto, termino de correr y día por medio hago también cosas aquí en la casa, con algo de peso, abdominales, dorsales, todo eso que se hace. Para mí no es nada más salir a correr.
KC: Claro, pero yo me estaba imaginando una Leila a niveles superiores.
LG: ¡Wow!
KC: Sí. Es lo que yo vi.
LG: Sí, claro, te agradezco. Qué sé yo. Sí, no sé. Bueno, a ver, en mi familia somos personas bastante delgadas y muy fibrosas, sin querer decir con esto, calificar eso como que es lo bueno. Porque hay gente que es divina y es pulposa, y ves esos cuerpos magistrales que yo digo wow, que lindo de estar en ese cuerpo todo voluptuoso, que desborda, pero bueno, los genes de los míos parecen que son todos flacos, algún abuelo un poquito más gordo. Todos medio largos y flacos.
KC: Una espiga así.
LG: Sí, suricatas.
KC: Es que tus genes son muy interesantes, tus ancestros, porque tienes una mezcolanza en ti bastante atípica, con muchas cosas europeas, siria. Entonces, Leila podría ser un crisol de culturas y de historias ¿o no?
LG: Sí, justamente el otro día estaba en mi pueblo natal, estaba hablando con mi papá y mi papá – no sé cómo llegamos a conversar eso- hablando de las generaciones, como que había varias generaciones de Guerrieros ahora y él estaba como asombrado un poco, no asombrado como reflexionando acerca de eso, que es una época en la que la gente vive mucho más tiempo, entonces ahora ya hasta podés conocer a tus bisnietos. Entonces, de golpe son tres, cuatro, cinco generaciones. Y no sé cómo llegamos a esa conversación. Él decía: “yo la verdad es que como si tuviera que pensar en mi argentinidad, yo no sé, los usos, las costumbres y todo eso, pero genéticamente, en la sangre, no llevo una gota de sangre criolla”. Porque mi papá es hijo de alemanes e italianos. Y mi mamá era hija directa de dos personas que habían venido de Siria. Entonces, sí, yo tengo como una mezcla, pero es una mezcla bastante atípica para la Argentina. En general, aquí la mixtura más común es entre italianos y españoles, por ahí. La colectividad alemana no es tan grande, otras colectividades europeas no son tan grandes como la española y la italiana, y no era tan usual esa mezcla. Se ve, mucho después. También en la forma en la cual te vas alimentando culturalmente, desde todo punto de vista, desde la gastronomía, el mix de comidas en mi casa era bien interesante, porque había mucha comida árabe, pero también estaba el goulash que hacía mi abuela alemana y el strudel. Y también, atrás de eso, venían los consumos culturales, la literatura, la música clásica alemana. Y después, por parte de mi mamá, la música árabe. Era toda una mezcla fascinante. A mí me resultó muy enriquecedora. A mí me resultan muy fascinantes esas mezclas y ver que sale de ahí. Después, cómo todo eso lo tamizas, lo gestionas, lo transformas en otra cosa.
KC: Vamos a cambiar de tema radicalmente. Estuviste hace pocas semanas en Chile recibiendo el premio Cátedra Mujeres y Medios de la Universidad Diego Portales, por tu obra …Hay una mosca ¿puedes creerlo? Vamos a tener que convivir con la mosca.
LG: Así es. Siempre hay una mosca. Sí, no te preocupes. Hay un episodio fantástico de Breaking Bad en la cual se la pasan persiguiendo una mosca. Así que, deberíamos tener más respeto por las moscas porque inspiraron uno de los mejores capítulos de una de las mejores series de la historia.
KC: Estoy que la mato, la podría matar ¿no la mato?
LG: No.
KC: ¿Convivimos con la mosca? Bueno, perdón a los que nos están viendo o escuchando, hay una mosca.
LG: Pero la mosca no se ve en la pantalla, así que no te preocupes.
KC: No, pero me de repente pasa por ahí. Bueno, estábamos en el premio, y ahí hicieron un recuento de tu carrera, obviamente. Y me encantaría saber, tú tienes una relación, me da la sensación, bien estrecha con nuestro país. Has venido varias veces. Estás como presente. Trabajaste en medios como Paula y el diario de Las Últimas Noticias. También creo que estuviste en la revista El Sábado, ¿no?
LG: Sí, mucho tiempo.
KC: Ahí fue cuando te conocí ¿Hace cuántos años fue eso?
LG: En la revista El Sábado la verdad es que no me acuerdo a partir de qué año.
KC: Tenías una columna.
LG: Tenía una columna, claro, pero mi arribo creo que fue a partir de, me parece que empecé a escribir artículos para la revista y después muy rápidamente tuve una columna durante muchos años. Tendría que mirarme el archivo de mi computadora, pero no sé cómo se dijera, 2013 suponte, hace muchos años, o antes incluso, 2010, por ahí creo que ya tenía una columna. Fue muy grato ese tiempo. Bueno, en realidad toda la relación con todos los medios de Chile, las chicas de la revista Paula, Andrés Braithwaite en Las Últimas Noticias, que fue el primer medio que me publicó ahí en Chile, mi relación con la Universidad de Diego Portales, tanto como autora, digamos, porque ahí publiqué un libro que se llama Plano Americano, que fue idea del editor, que es un poeta talentosísimo, Matías Rivas, a quien admiro y quiero muchísimo. Sí, la verdad es que conozco mucha gente, que quiero mucho, ahí en Chile. Fui mucho durante muchísimos años y en un momento se interrumpió eso, yo estuve la última vez en Chile, cuando fue el Estallido en octubre. Y después, llegó la pandemia y mis visitas a Chile que eran de cinco a seis por año se interrumpieron por completo hasta el año 2024 en que se rompió el hechizo de alguna manera.
KC: No te puedo creer.
LG: Sí, dejé de ir por completo, pues bueno, pasaron cosas, hubo trabajos que ya no sé, digo, ya no fui a dar talleres, ya no sé qué. Y después, por suerte, pasó una especie como de avalancha, que en un año volví como cuatro veces y bueno, ahora está como muy este. Pero de todas maneras, yo nunca perdí la relación con la gente, con los amigos de Chile. De alguna manera, te diría que durante todos los años en los que fui se construyó una, no sé, creo que Santiago de Chile y Madrid son dos de las ciudades a las que más he viajado fuera de la Argentina. Y viste, cuando vas a una ciudad en la que tenés tanta familiaridad que realmente si te ponen en un hotel en el barrio tal, sabes perfectamente a cuál mercadito tenés que ir a comprar el agua y si te ponen en el otro sabes perfectamente a cuántos metros estás del Tavelli del Drugstore donde te encontrás.
KC: O sea, una local, nombrando los cafés y espacios.
LG: Bueno, el Tavelli es una institución. O si decís, qué suerte, estoy cerca de Metales Pesados, puedo pasar ahí y verlo a Sergio Parra y qué sé yo. Sí, desarrollás eso, una especie de familiaridad con el espacio que es súper grato también, porque cuando uno viaja tanto, llegar a un lugar en el que realmente decís, acá podría sentar las bases de una pequeña casa durante unos días, es sensacional. En otros lugares uno está más, viste, de, no sé, paso, sigo. Pero cada vez que he llegado a Chile siempre he sentido que no era un lugar de paso, de tránsito, que estaba ahí como muy cobijada, muy bien acogida.
KC: No es un “no lugar”, como se dice.
LG: Tal cual.
KC: Pero eso mismo, tú en una entrevista dijiste que: “mi pareja me tiene que soportar mis viajes y mi ostracismo porque yo trabajo mucho”, y que puedes a veces empezar a trabajar a las siete de la mañana y terminar a las nueve de la noche e interrumpirlo, quizás que te vas a tomar un té, un café, vas a trotar. ¿Es así, efectivamente?
LG: Sí es así. De hecho, en este año en que estoy viajando mucho, creo que desde enero hasta ahora no he pasado más de dos semanas seguidas en casa. Y los momentos en los que estoy acá en casa, ahora estoy en Buenos Aires, realmente mis jornadas laborales son muy extensas porque los viajes siempre son por trabajo y, por supuesto, tienen una agenda muy cargada porque son viajes de trabajo. No es que uno viaja para ir al museo, bueno a veces podés ir al museo. Pero sí, mis jornadas de trabajo son largas. Y creo que cuando vivís con alguien, siempre está la mirada atenta a cómo lleva el otro y también cómo lleva una misma, esa situación de aparezco, me voy, aparezco, me voy. Pero creo que está bien situado todo eso. Nunca, jamás en todas mis relaciones he tenido un solo reclamo relacionado a eso, al contrario, si ha habido algún reclamo más bien ha sido, o sea, el reclamo que puede haber es no lo padezcas, disfrútalo. Tenés que ir dos semanas a tal lugar, no te angusties, va a salir todo bien, disfrútalo. Y yo a veces me voy un poquito así como sin ganas de irme y ahí está la voz del otro que te dice: “si la vida tuya es eso también”.
KC: Es parte de ti.
LG: Claro.
KC: Y este ostracismo, es una palabra bien fuerte, me estoy imaginando que si tú estás trabajando en un proyecto ¿te metes así y te abstraes del mundo?
LG: Cuando escribo sí. Cuando estoy escribiendo, por supuesto en la etapa en que estoy investigando, reporteando, no.
KC: Es distinto.
LG: Sí porque no estoy solamente con un proyecto todo el tiempo, siempre estoy haciendo muchas cosas. Entonces aunque esté haciendo un libro, siempre estoy haciendo otras cosas, siempre estoy además dando talleres, escribiendo columnas y viajando, etcétera. Pero en el momento en que escribo, sobre todo, bueno, tanto artículos como libros, pero el libro, por supuesto, es una exigencia de tiempo mayor, más larga. Sí, ahí aparto todo lo que pueda vivir como distracción. Y prácticamente me encierro y escribo desde temprano hasta las ocho, nueve de la noche. A mí no me gusta trabajar de noche. A veces en ocasiones, en muy pocas ocasiones he tenido que como que apurar un poco la máquina, no para un libro, por supuesto, porque un libro en general no tenés esa premura. No, no me gusta trabajar de noche. Entonces sí, en esos períodos, que pueden ser de meses incluso cuando escribo un libro, no acepto viajes, no doy talleres, no veo gente. Mis amigos ya saben que no estoy, digamos. Bueno, si alguien que quiero mucho y me importa mucho cumple años, voy, pero si me invitan a una presentación de un libro o una cena equis, eso no acepto.
KC: No das entrevistas, no haces nada.
LG: No, salvo que haya alguna cuestión, una especie de excepción, digamos. Pero sí, pongo una respuesta automática en el mail y ya. Al final del día, reviso y trato de contestar todo lo que puedo y eso es un poco todo lo que hago para trabajar.
KC: ¿Y qué haces con el WhatsApp?
LG: Yo no uso WhatsApp para trabajar.
KC: Eres capaz de realmente sacar todo el mundo de conexión que tenemos hoy en día y quedarte ahí tú con tu trabajo, porque has publicado muy seguido. Es un ritmo muy intenso. Solamente tenemos el año pasado, publicaste La llamada, La dificultad del fantasma de Truman Capote, 2020, 2019, 2018. Eso no es tan común.
LG: Lo que pasa es que hay libros, el primer libro que publiqué es del 2004 creo, que es Los suicidas del fin del mundo. Y desde ese libro hasta el segundo libro, que es una historia sencilla, que creo que es de 2013, pasaron como diez años. En el medio hubo antologías, estuvo Plano Americano, Frutos Extraños, yo no sé si no salió Zona de Obras también, pero son antologías de textos que ya estaban escritos.
KC: Perfecto.
LG: Entonces, digamos, no es que estoy publicando un libro por año. Se arma a veces como la sensación de que cada año estás publicando un libro. Pero, por ejemplo, el año pasado, La Llamada y La Dificultad del Fantasma, fueron dos libros que se publicaron juntos, pero en realidad, La Llamada lo entregué al editorial en 2023 y salió recién en 2024, por una cuestión de tiempos editoriales. Y La dificultad del fantasma fue un libro que existió primero en la web de la Fundación Finestras y se publicó en septiembre de 2023. Y en septiembre del 2024, con el aniversario de Capote, se transformó en un libro físico en Anagrama. Creo que 2023 fue un año en el que en definitiva sí entregué dos libros, dos libros que se publicaron, pero no es usual. Ahora va a pasar un tiempo hasta el próximo. Tampoco cuando termino un libro estoy pensando, tengo que escribir otro libro.
KC: ¿Te vienen bloqueo o no?
LG: No, para nada. Quiero decir, no estoy pensando: “Uy, ahora, qué sé yo”. Tengo como muchas ideas en la cabeza, no todas para libros, pero no, bloqueos no, es raro. Yo que publico en medios desde que empecé, mi oficio es el periodismo, si querés la no ficción periodística, muy musculosa, pero también escribo columnas. Y la verdad es que todo eso te habitúa a estar escribiendo todo el tiempo, no sé, no podría casi permitirme tener un bloqueo ¿Con qué excusa le diría yo a un editor, no te entrego la columna de la semana que viene porque tengo un bloqueo?
KC: Eso es cierto. Quiero saber un poco del mal, Leila, porque te gusta el mal, lo has abordados en tu libro Los malos, publicado por la Universidad Diego Portales – me encantó – contiene catorce perfiles de ciudadanos de América Latina; policía siniestro, pandilleros feroces, narcos, torturadores, y podemos ir sumando ¿Qué es el mal para ti?
LG: No sé si podría darte una definición específica de qué es el mal. Creo que hay muchas manifestaciones de eso. Las que reúne el libro Los malos, que fue una idea de Matías Rivas, creo que son algunas de las aberraciones más horrendas del ser humano. Creo que ahí, en ese libro hay algo que se parece a mi idea del mal supremo, que claramente está encarnado en la especie humana. No veo mal así como en la esencia, en otra manifestación de vida. Creo que hay algo de malo en todos nosotros, pero en el mal ejercido hay una voluntad de ejercer el mal que a mí me resulta muy impresionante. ¿Qué hace que una persona decida no poner freno a ese impulso, al impulso de hacer daño? Pero no sé si puedo dar una definición de mal. Siempre soy más de matices, entonces bueno, el mal así puro, sería como aislar una partícula y decir bueno, esto existe en estas condiciones de temperatura, de humedad y eso es el mal. Pero no sé si puedo darte una definición.
KC: De acuerdo a tu experiencia, en lo que investigaste, ¿puede coexistir en una misma persona la bondad y el mal, ser bueno y ser malo al mismo tiempo?
LG: Bueno, no en la misma proporción.
KC: Es un tema a proporciones.
LG: Y yo creo. Digo, no existe la posibilidad de que una persona ejerza el mal todo el tiempo, me parece. Bueno, puede haber alguna psicopatía de alguna manera. Por ejemplo, en todos estos casos que vos leíste en el libro Los malos – que yo en realidad lo trabajé como editora, no como autora – todas esas personas son siniestras, son torturadores, son pandilleros, pero también hay momentos en los que les hacen regalos de Navidad a sus hijos, quieren a sus nietos, son amables con una persona que está bajo su mando, defienden a una persona que pasando por una situación. No sé si eso es bondad, pero sin duda no hay un ejercicio permanente, perpetuo de la maldad.
Lo que claramente no se puede ser, si una persona es perversa y define de alguna manera su vida, su acción en ese camino, en el camino del daño al otro, en el camino de no registrar que el otro es una persona, que está viva, que merece respeto, etcétera, pueden convivir en él algunas chispas de, vamos a decir, no sé si de bondad, de persona que funciona a nivel social, digamos, que no es evidentemente un monstruo todo el tiempo. Pero bueno, lo que prima va a ser lo otro. Sí, supongo que es una cuestión de proporciones. ¿Cuánto tenés de eso en tu naturaleza? ¿con qué fuerza peleás o no contra ese impulso de maldad?
KC: Hablando un poco de tu nuevo libro La llamada, que ha tenido una acogida tremenda – lo recomiendo, es un libro fuerte -, hay varios aspectos que me surgen de la autora. Primero, creo – estoy suponiendo y esto quiero que tú me lo digas a mí -, debe ser difícil indagar tan profundamente en el dolor humano. O sea, saber que tú vas a abrir puertas y ventanas donde se va hablar de cosas horribles y que la persona sufrió. ¿Cómo lo vives tú como persona cuando estás entrando a ese espacio?
LG: ¿Por qué pensás que es difícil? ¿en qué sentido dices que debe ser difícil?
KC: Porque tú sabes que hay un dolor profundo y estás abriendo la herida, la estás volviendo a visitar, la estás revisando otra vez. Puede ser que tengas el discurso muy armado, pero con tu oficio y tu expertiz, claramente cuando yo me voy a enfrentar a una Leila Guerriero, es distinto que con un “NN” que no tiene tu manejo. ¿Me entiendes? Que estás buscando ir mucho más adentro en la capa.
LG: Sí, pero también en ese buscar, ir mucho más adentro en la capa, también hay una experiencia que te hace saber cómo soportar el dolor del otro y cómo reaccionar ante eso. En el caso de La llamada, bueno, en el caso de Silvia Labayru, es un caso bastante particular, porque ella tiene mucha fortaleza, es una tipa muy aplomada. Pero pienso en otras personas que fueron víctimas también de situaciones horribles, y no es gente tan plantada; es gente que está más desarmada, más rota.
En todo caso, yo creo que se trata de tener una escucha paciente y sin estar ejerciendo un juicio moral. Pero, por otra parte, también hay algo que está en la base de todo esto, y es que cuando vos empezás una conversación con una persona que ha pasado por una situación así, o la que fuere, digamos, que ha sido lastimada, que ha tenido un hecho traumático, una experiencia horrenda en algún momento de su vida, generalmente yo pongo todas las cartas sobre la mesa. O sea no engaño. No digo: “Bueno, nos vamos a encontrar una vez y con una hora de entrevista estoy lista, no te preocupes, de temas equis no vamos a hablar”. No. Yo digo que me quiero encontrar muchas veces, que vamos a tener conversaciones largas, que va a llevar tiempo, que voy a querer hablar también con gente del entorno, etcétera.
Una vez que el otro comprende lo que quieres hacer y te recibe en su intimidad, hay como un acuerdo, como una anuencia, como un permiso para preguntarme lo que quieras. Más allá de eso, yo soy una persona paciente, no me apresuro para llegar a los momentos más crudos de la historia de una persona. Trato de hacer las preguntas continuamente.
La verdad es que, en términos personales, no me afectan las historias de los otros, más allá de que creo que soy una persona sumamente sensible, porque si no, no podría tratar de transmitirle a un lector lo que estoy viendo del padecimiento del otro. Uno siempre trata de ser como un buen reproductor de eso. Y, para que eso suceda, tienes que tener una sensibilidad fina, porque si no, la transmisión no se cumple, es simplemente un relato anodino de las cosas que pasaron.
Pero no siento que me afecte a mí a nivel personal. Estoy demasiado enfocada en tratar de llegar a la historia del otro. Como vos decís, uno sabe que, en algunos momentos va a reabrir una herida, y yo creo que también como periodista uno sabe que eso es parte del trabajo. No es que uno quiera hacerlo, pero uno sabe que va a remover estas cosas.
Y creo que la contraparte de eso es que la persona a que vos estás entrevistando, aunque esté reviviendo hechos desagradables, se da cuenta de que vos estás tratando de reconstruir su historia para contarla de la mejor manera posible. Y que la mejor – si querés – reparación que podés hacerle al daño que está volviendo a sentir por el hecho de relatarte su historia, es escribir la historia de la mejor manera posible. Estar a la altura. Respetar esa historia que te está contando, haciendo un gran trabajo a la hora de contarla. Y me parece que eso el otro lo percibe, como que estás haciendo un esfuerzo grande por abordar su historia desde todos los puntos de vista, no ser reduccionista, no ejercer un juicio moral sobre lo que te está contando. O eso creo. O eso me digo a mí misma, no sé, pero para mí fue siempre así.
KC: ¿Ha habido casos Leila, en el cual no tienes química con tu entrevistado, con el sujeto con que estás trabajando? Porque tú generas un vínculo, porque son meses y meses. ¿Te ha pasado?
LG: Sí, me debe haber pasado, no lo recuerdo ahora. Pero en los últimos años no lo recuerdo porque desde un tiempo para acá, si bien cuando empecé a hacer periodismo, los primeros años, de pronto podía hacer un perfil con una sola entrevista con una persona, una entrevista larga, pero una sola entrevista, y tampoco recorría su entorno. La verdad, que hace muchísimos años que paso mucho tiempo con la gente y me meto mucho en la vida, y el entorno, y todo eso. Y sostener esa situación con alguien con quien no tenés, como vos decís, química es un poco inviable. En los últimos años no recuerdo que me haya pasado.
Por supuesto, hay gente a la que es más difícil llegar de alguna manera, que son un poco más cerrados y eso. Pero, en general, siempre son personas que me resultan, no necesariamente, digo, acá no se está jugando una cuestión de simpatía o de qué sé yo, cuando decís química parece que siempre fuera una química positiva.
KC: Claro.
LG: Tiene que ver con el interés simplemente. Y puede resultar interesante tanto una persona muy agradable como una persona desagradable que haya algo ahí que quieras saber. Pero no, en los últimos años no recuerdo que me haya pasado eso, porque eso implicaría, digamos, en la mitad del reporteo un poco como la caída del interés. Y no recuerdo que me haya pasado eso.
KC: Leila, ¿y te genera angustia cuando tienes una cantidad enorme de material? En alguna parte escuché que podías tener mil y tantas horas de grabaciones, búsqueda archivos.
LG: No. Mil y tantas horas no, pero mil y tantas páginas de transcripción sí.
KC: Eso era. Perdón, pero era mil algo. Bueno, pero es un número enorme.
LG: Sí, es grande.
KC: Es La guerra y la paz, digamos. ¿Y cómo lo haces?
LG: No, y a eso tenés que sumarle libros, videos, causas judiciales y lavar el coche.
KC:¿Y cómo lo haces?
LG: Si yo no tengo todo eso, me siento completamente desguarnecida. Al contrario, si tengo exceso, digo, estamos bien. Para mí, esta idea de que es mejor que sobre a que falte. Es como muy de perogrullo, pero es así. Tiene que sobrar. Porque si todo es importante, nada es importante. Tu tarea, cuando te pones a escribir, después de tener esa enorme cantidad de material, es de alguna forma como darle sentido a todo eso, como si estuvieras armando un puzzle. Y, a la vez, la foto fija que es la referencia de ese puzzle. Paciencia y aferrarte mucho al eje de la historia. Tener muy claro cuál es la historia que querés contar. Porque si no lo tenés claro, puedes irte para acá, para allá, no definirlo.
En el libro este que mencionaste, por ejemplo, La llamada – que es la historia, es el perfil de una mujer que fue secuestrada durante la dictadura argentina, embarazada de cinco meses, etcétera, una ex militante de Montoneros – yo tenía claro que lo que quería hacer era un perfil de ella, que se llama Silvia Labayru, y no una historia de los años setenta en la Argentina. Podría haberme ido por ahí, si no hubiera tenido clarísimo que lo que quería hacer era un perfil de ella. A eso me refiero con tener claro la historia que quieres contar. Después, la manera de averiguar cómo la querés contar, es sentarte a escribir. No hay otra manera de hacerlo. No puedes saberlo antes de sentarte a escribir. Por lo menos a mí no me sale. Ojalá fuera.
KC: Vamos a cambiar de tema porque ya ves que me gusta ir combinando temas e ir viendo distintos aspectos. Le dijiste a Gonzalo ¿Heredia se dice? ¿está bien pronunciado?
LG: Sí.
KC: En Blender, que me divertí mucho. Me divertí mucho mirándolos.
LG: Él es genial. Él es muy genial entrevistando.
KC: Y me di cuenta que tenían una dinámica, que estaban los dos pasándolo bien. Eso me gustó.
LG: Sí, yo me hubiera quedado hablando una hora más o dos. Sí, fue muy lindo.
KC: Pero te salió así como de las entrañas: «ya no puedo seguir leyendo sobre la maternidad. Yo ya sabía a los siete años que era difícil» O sea, ¿a los siete años ya tenías claro que la maternidad no era lo tuyo o que era difícil?
LG: Bueno, no sé, si.
KC: No, pero es un decir, digamos, tempranamente.
LG: Por ahí exageré a los siete años.
KC: Olvídate de los siete años, pero de pequeña.
LG: A los nueve ponéle, de pequeña. Bueno, sí, porque yo veía que mi mamá se reunía con sus amigas y siempre escuchás las conversaciones. Vos estás ahí, jugando a equis cosa y tu mamá habla con su amiga, y yo escuchaba: “Sí, porque la tengo que llevar a la nena allá y después al otro lado, y no sabes, y qué sé yo”. “Y no, pero no nos podemos ir de vacaciones porque ahora este año, tal tiene que el examen de fin de curso y es en enero”.“ Y no sabes, ahora está con un problema en el colegio que me llamó la psicopedagoga”. “Me gustaría ir el fin de semana a tal lugar, pero no puedo porque tengo el acto de que se yo”. El hijo era siempre como, no fue mi caso, o sea, yo tuve una niñez, no todo el tiempo maravillosa, pero una niñez muy linda y con los padres muy estimuladores y nunca me hicieron sentir en absoluto que yo era un problema. Pero bueno, también veía en eso, me parece una postergación de la vida de ellos mismos. Como las vacaciones, había que adaptarlas a lugares a los que pudiéramos ir cuando éramos chicos. Hay padres que sí lo hacen, pero quiero decir, cargar a un niño en una mochila y llevártelo a ir a Hendaya o a Indonesia, no es tan sencillo. Y si querés hacer un trayecto, te querés ir al África con un chiquito de dos años se complica. Creo que muy rápidamente percibía toda esa queja.
Y lo que veía mucho también era, que con fuerza en aquellos años, y eso sí me acuerdo haberlo visto, bueno, yo leía Mafalda de muy chica, están todos los libros de Mafalda en casa, y yo creo que eso me dio como una cuestión así muy de entender rápidamente el tipo de vida o de persona que yo no quería ser en una familia. Y veía que toda la cosa de la crianza y todo eso recaía muy fuertemente sobre las mujeres. Eso me parecía espeluznante, siempre.
O sea, digo, seguramente a los siete años no me parecía. Pero mi papá nunca me llevó a la peluquería – cuando era chiquita – a que me cortaran el pelo. Ni me llevó a comprar zapatos. Y a mi hermano, que era un varón, tampoco. Todo eso recaía sobre mi madre. Mi madre es feliz, si hubiera podido tener diez hijos más, creo que hubiera querido tener diez hijos más. A las reuniones del colegio, a los actos, a todo eso. Mi papá era un tipo súper presente, pero estaba presente en la parte divertida de la vida. Nos llevaba a pescar, nos llevaba a excursión, nos leía, era la parte lúdica. Y yo decía, bueno, yo quiero eso, no quiero estar cuidando un crío.
KC: ¿Nunca quisiste ser mamá?
LG: No. ¿Pero por qué esa pregunta no se la hace en un varón? O sea, a mí me parece.
KC: ¡Se la hago! ¡Obvio que se la hago!
LG: Está bien, a esta altura me parece que es una.
KC: Lo que pasa es un fenómeno más común hoy en día, las mujeres que no son madres. No me ha tocado entrevistar todavía hombres que no son padres.
LG: Ah, ya. Te guardas la pregunta para cuando te toque y que no sea un varón que tenga veinte años.
KC: Exacto. Quizás que voy a buscar uno, pero así, para poder hacerle la pregunta. La pregunta te la hago porque es una decisión fuerte. Hoy es muy común, pero nosotras dos que somos ya tenemos sobre cincuenta, no era tan común en ese minuto.
LG: Sí. Pero es que para mí nunca fue una decisión, es una cuestión de deseo. No me parece que haya – en mi caso por lo menos – o sea, sí conozco mujeres que debe ser muy infernal eso, tener que tomarlo como una decisión, ¿no? Pero en mi caso nunca fue una decisión.
KC: Para ti fue obvio.
LG: Sí. Nunca ocupó espacio en mi conversación, ni en mi casa, ni con mi madre, ni con mis amigas, ni con nada. Simplemente es así.
KC: ¿Y por qué estudiaste turismo?
LG: Estudié turismo porque cuando terminé el colegio secundario, era obvio que yo era alguien que quería escribir pero no tenía la menor idea de cómo se ganaba la vida un escritor, económicamente me refiero, específicamente. De algo había que vivir, no iba a ser una mantenida por mi papá y mi mamá. Bueno, mi papá, porque como dijimos antes, mi mamá era la parte fuerte de la casa, no en el sentido de proveer económicamente. Y era una pregunta que mí me laceraba mucho, porque de qué voy a vivir, también implicaba qué vida voy a tener, dependiendo de qué es eso. Estaba habituada a una vida de ir al cine, de viajar, de poder comprarme libros, sobre todo eso, como una vida rica. Y me espeluznaba la idea de pensar que no iba a poder comprarme nunca más un libro. No sabía de qué vivía un escritor.
KC: No es tan fácil vivir de escritor.
LG: No. Y se habla poco de eso. Encima, cuando tenés diecisiete años que te pidan que decidas qué vas a hacer el resto de tu vida, es bastante cruel.
Bueno, y en mi casa no había la menor presión en ese sentido. O sea, mi papá me decía de hecho, – que a mí mamá le ponía los pelos de punta- “tomate un año sabáticos, dos, haces cosas que te gusten, viajá por el mundo”. Y yo, me parece que medio ahí fui prudente, me pareció que eso era medio postergar una pregunta o postergar una respuesta a una pregunta. Era como tirar el problema para adelante. Y, además, siempre me había querido ir a vivir sola, y a estudiar, y tener una vida en una ciudad grande que ya conocía, Buenos Aires. Veníamos mucho con mi familia Buenos Aires.
Y estudié turismo porque de alguna manera – muy equivocada- por un lado, la idea de viajar, el viaje siempre estuvo ahí en mi horizonte con mis padres, viajábamos muchísimo y yo pretendía seguir haciéndolo. Pero, además, porque la verdad es era una carrera que te daba, y las cosas de esa carrera me sirvieron mucho para lo que hice después. Tenía una cantidad de materias, como muy bien dadas y muy enormes, que eran etnología, folclore, geografía, historia del arte, aprendías portugués. También aprendía relaciones públicas y protocolo. Y eso también me fue útil de alguna manera.
KC: La verdad es que, te voy a preguntar eso. ¿Qué se estudia en turismo? No lo logro dimensionar.
LG: Bueno, también, por supuesto, en aquella época, en los noventa, te enseñaban a emitir tickets aéreos, por ejemplo. Cosa en la que yo no pude nunca hacer, o sea, nada, me decía: “emita un ticket Buenos Aires, no sé, a Dakar”, y yo era la peor, te juro. O sea, yo en el colegio secundario era buena en matemáticas, hubiera preferido que me dieran una ecuación dificilísima con siete equis y qué sé yo, no era capaz de nada. Entonces bueno, les decía a mis compañeras, por lo bajo: “por favor, ayúdenme con esto porque yo no…”. O sea, todas las materias que tenían que ver específicamente con lo del turismo, yo era la catástrofe. Todo lo demás era genial; geografía, etnografía. Había que leer quince libros en una semana, yo los leía todo.
KC: Ahí no había problema.
LG: No. Pero todo lo del turismo a mí me daba lo mismo.
KC: Pero piensa, emitir un boleto ¿cómo le explicas a alguien de quince, veinte o de treinta años, emitir un boleto? Yo me acuerdo, que yo jugaba a la agencia de viaje y emitíamos. O sea, cortábamos el papel, hacíamos los tickets, y la otra vez buscando en las cajas de recuerdos – así como tú encontraste tu libretita, me acuerdo que contaste – encontré uno que hice dije: wow, que loco, que distinto, qué romántico como viajábamos. Tan distinto.
LG: Sí. También era un plomo porque te acordás que te daban unos, no sé, te ibas a Europa y tenías un ticket aéreo a Madrid, después otro que era a París, después otra a Italia, después otro no sé qué, de vuelta a España. Y volvías y era una Biblia lo que te daban. Era un pasaje aéreo.
KC: Y con calco. Y si se te llegaba a perder eso.
LG: No. Ahora entras a la web, descargar, listo, código de reserva, no sé qué. Lo llevas en el teléfono, no lo llevas, da lo mismo.
KC: Leila, quiero que escuches esto.
Audio:
«Al leer el poema de Escanlar me di cuenta de dónde provenía mi malestar: la foto de mi padre había dejado en la intemperie un deseo imposible: el sentarme a su lado en ese banco de plaza, y mostrarle el camino hacia su propio corazón inexpugnable. Sólo que ni yo ni él sabemos cuál es ese camino».
KC: Quiero saber qué es esto tan lindo. Tiene algún vínculo con tu padre. Traté de entenderlo y no lo entendí.
LG: Es una columna que hice para – bueno ellos las llaman Píldoras – en un programa en el que colaboro que es “A vivir”, que son dos días en la Cadena SER que es una radio española, y la escribí hace muy poquito. Yo estaba en Madrid en enero creo, por ahí, y me mandó una persona de mi ciudad natal, Junín, una foto que había tomado de mi padre a la distancia. Y me quedé contemplándola y pensé muchas cosas. Pensé si mi padre estaría contento con la idea de saber que alguien le había sacado una foto. Se lo veía tan concentrado leyendo. Estoy segura que no tiene idea de que esa foto existe, ni de que se la sacaron, ni de que llegó a mí.
Y bueno, mi padre para mí es una figura muy importante en mi vida, muy fuerte. Tenemos una conexión muy especial. Yo soy la hija mayor, la hermana mayor de tres hermanos, y mi padre era muy joven y mi madre también cuando yo nací, tenían veinte años. Supongo que fui un poco un experimento, en algún punto.
KC: Bueno, como cualquier hermano mayor.
LG: Sí, un poco. Pero me encanta. Y hubo en esa crianza mucha mezcla de muchas cosas, de cosas buenas, digo. Pero cómo criar una niña bastante particular, además con un mundo interior muy potente. Y mi papá, o sea, yo no podía decir que lo comprendo, lo conozco, por supuesto, como él me conoce a mí, pero sí siento que es un ser bastante inexpugnable. Inexpugnable en términos de que no es una persona con la que se pueda hablar, se molesta, se siente muy incómodo, muy rápidamente, cuando uno intenta ir por caminos más íntimos, como del sentimiento, “¿cómo te sentís?¿cómo estás?”. En su momento, cuando falleció mi madre en 2009, era muy difícil tratar de articular algo en relación a eso, al duelo. Bueno, tampoco iba a preguntarle tan así como: “¿Papá cómo llevas el duelo?” Yo lo veía mal, lo veía triste, pero no había un diálogo en relación a eso. Entonces, bueno, por cosas como esas mi padre es bastante inexpugnable. Y por eso digo ahí, que sería bueno encontrar ese camino a su interioridad y tratar de hablar de qué cosas quedaron por el camino, qué cosas fueron buenas, qué cosas no fueron buenas, si hay arrepentimientos, etcétera. Pero esa conversación con mi padre es impensable. Y también creo, que la conversación de él mismo consigo mismo es un poco impracticable en esos términos. Creo que se escapa muy rápidamente de esos pensamientos.
KC: Pero es muy interesante, porque tú te dedicas justamente a derribar todos estos muros. Lo que tú tratas es de ir más allá e indagar en el alma humana profundamente. Y con tu padre sabes que no lo vas a lograr.
LG: No, pero es distinto, Porque digo, yo con mi padre no tengo una relación laboral.
KC: No, pero tú tienes un don. Sí, tú tienes un don, hay que ser realista. No hay que negar los dones.
LG: Sí. Así y todo, tengo que decir, que si hay una persona de la familia con la que habla de algunas cosas, en ese campo, mi padre, es conmigo. No se pone a hablar de intimidades. Hablábamos hace un rato como de la anuencia que te da un entrevistado para meterte en su vida, esa anuencia con mi padre no existe, Yo nunca he pedido ese permiso. Y, ahí, sí siento que estaría haciendo daño. Es forzar a alguien a hacer algo que realmente siento que no está en su naturaleza, que no quiere hacer y no hay un objetivo. No veo la razón por la cual yo querría hacerle daño. A pesar de que uno puede pensar: “No, bueno, es mejor hablar que no hablar”. Yo sí, por supuesto, pienso eso, pero la naturaleza de mi padre es una naturaleza muy intrincada y muy distinta de la mía. A pesar de que soy, en buena parte, para nada un reflejo, digamos, pero alguien que fue, prohijada y criada por ese hombre.
KC: Tú dijiste en una entrevista, y dudo, no coincido con lo que dijiste, pero entonces tienes que defender tu punto: «No tengo ninguna clase imaginación para inventar una trama».
LG: Sí ¿Y qué es lo que dudas si no estás de acuerdo?
KC: Que no te creo que no tengas imaginación. Creo que quizás estás tan enamorada de tu oficio, de la no ficción y del periodismo, que no te hayas en el espacio ficcional, de inventar la historia tú.
LG: Y es como lo mismo. Lo mismo dicho en otras palabras.
KC: No, porque yo creo que puedes tener el germen y no te has la oportunidad quizás.
LG: No, no tengo el deseo, no tengo la vocación de la ficción para nada. O sea, a ver, cuando fue la pandemia, viste que estábamos todos encerrados, no se podía seguir a hablar ni con el vecino. Fue un momento muy difícil para los periodistas, porque si no puedes salir al terreno, si no puedes hablar con la gente, ¿qué vas a hacer? Y en ese momento pensaba: “qué lástima que no soy una escritora de ficción”, porque, no sé, de últimas podría estar en mi casa escribiendo un cuento, una novela o qué sé yo. Pero no, realmente no tengo, la escritura es un espacio de libertad y de deseo absoluto, y mi deseo absoluto está puesto en contar historias reales. No es que para mí, no sé, estoy añorando escribir una novela o me viene la idea de un cuento y la reprimo. No, para nada.
KC: No es lo tuyo.
LG: Llevo décadas trabajando y no se me ocurrió una idea. No es que me puse a pensar tampoco, pero sería esperable que en veintipico años de hacer periodismo. Siempre es muy difícil seguir el camino del deseo, pero yo creo que tengo muy claro cuál es mi deseo y he tratado de seguirlo siempre. Es difícil darse cuenta de lo que uno quiere y más difícil todavía es seguir el camino de ese deseo.
En esa vida que se organiza en torno a la escritura con tanta potencia, si hubiera habido un deseo fuerte de hacer ficción, yo no veo ningún motivo por el cual yo no me hubiera entregado con potencia a eso. Si escribo por qué no voy a escribir. Si se me ocurrieran otras cosas para escribir, sería tan fácil como decir a la mañana escribo una cosa, a la tarde escribo otra, o en enero escribo una cosa y en junio escribo otra. Pero no, de verdad. Se resume a la frase tan sencilla como, no me da la gana.
KC: Está perfecto. Te creo. ¿Te analizas?
LG: La imaginación que tengo está puesta en los recursos narrativos para escribir no ficción. Perdón ¿Si me analizo? Sí, me analizo hace muchos años.
KC: Como buena Argentina.
LG: Sí, bueno, el psicoanálisis acá es algo mucho más habitual que en otros países.
KC: Es muy habitual. De los escritores argentinos que les he hecho esta pregunta, creo que nadie me ha dicho no. Porque acá en Chile no es tan común.
LG: Yo sé. Y en España menos todavía.
KC: Ah, en España menos.
LG: Menos, mucho menos.
KC: ¿Y a qué crees tú que se debe?
LG: La verdad, realmente eso es una pregunta. A mí también me da curiosidad, Porque digo, a ver, ni siquiera, creo que ni siquiera en Francia, que es el lugar por antonomasia, que uno podría pensar que todo el mundo se psicoanaliza, está tan extendido como acá. No, no sé, no tengo la menor idea. Tampoco sé si me he hecho la pregunta con demasiada potencia. Bueno, a ver, digo, yo me analizo con un analista, con un psicoanalista. Hay gente que hace otras cosas, qué sé yo, como psicólogos, conductistas y todo eso.
KC: Pero no, Leila, lo raro sería que me dijeras no. Es común, es tan común que sería la excepción. Es impresionante. Lo encuentro fascinante.
LG: Okey.
KC: No te voy a decir ninguna novedad, que Mario Vargas Llosa falleció hace poco y él dijo de ti: «El periodismo que practica Leila Guerriero es el de los mejores redactores del New Yorker. Implica trabajo riguroso, investigación exhaustiva y un estilo de precisión matemática». ¿Qué sientes tú con escuchar esto que dijo Vargas Llosa?
LG: A mí me impactó muchísimo, nunca me voy olvidar cómo, eso lo escribió en una columna muy larga en El País de España. Viste que él tenía una columna que se llamaba Piedra de tope. Yo no lo conocía, pero para nada.
KC: Ah, ¿no lo conocías?
LG: No, lo conocía como lectora, había leído todos sus libros. Pero nada, ni conocía a nadie de su entorno. Para mí era, te diría, de todos los escritores del boom, digamos, de alguna manera era el que me resultaba, incluso como imponía mucho. Me pareció un tipo como un intelectual, muy distante. Esa era mi imagen. Pero no conocía absolutamente a nadie. Y un día estaba en mi casa y me llama un editor del diario La Nación – donde había trabajado como trece años – que se llama Jorge Fernández Díaz, un tipo que siempre ha sido súper amable y amoroso conmigo y muy generoso. Y me dice – el diario La Nación de Argentina sindica a artículos del diario El País de España donde Vargas Llosa publicaba, y una de las cosas que republicaba La Nación sistemáticamente era la columna de Mario Vargas Llosa. Se publicaba primero en El País y después se publicaba en La Nación. Jorge Fernández Díaz estaba a cargo de la sección de opinión del diario La Nación en ese momento. Yo creo que era un viernes, y las cosas de opinión salían los sábados y los domingos, yo estaba en mi casa, acá trabajando, suena mi teléfono y era Jorge y me dice: «Leila, te felicito por lo que acaba de escribir Mario Vargas Llosa en El País». Le digo: “¿Qué?”. Y me dice: “No tenés cómo saberlo porque la nota todavía no se publicó, pero si tenés un momento, te voy a leer la columna que va a salir el día domingo, o el sábado o el domingo, en el diario El País y en La Nación”.
Y me la leyó toda, era una página entera – como siempre, la columna de Mario -hablando de Plano americano. Me quedé completamente, no sé, perpleja. Y había sido algo tan, ¿cómo explicarte?, una serie de sincronías tan extrañas, me enteré yo después.
Ese párrafo que vos recogiste estaba en esa columna que escribió Mario Vargas Llosa, que sólo hablaba del libro de Plano americano, que era el libro que había publicado yo en la UDP, y de mi trabajo como periodista. Es una cosa, pero no sé, bueno, imagínate, cuando se publicó, ese día no paré de recibir mails, llamados. Fue muy impresionante, yo me quedé muy impactada. Y, en un punto, me parecía muy irreal, como que no lograba entender un poco lo que estaba pasando, ni que había pasado, ni cómo había llegado ese libro, porque era la edición de Chile, digamos, de la UDP. Entonces, ni siquiera era un libro que se había publicado en España, él vivía en España. Y después me enteré de la serie de casualidades que habían hecho que el libro le llegara. Alguien de la universidad le mandó el libro a su domicilio, él recibía montañas de libros.
KC: Pero lo leyó, eso es lo más increíble, te puede llegar el libro y no leerlo.
LG: Por eso. Aparentemente alguien, su asistente, abrió el paquete con los libros y en la pila de libros que estaban en la casa, ese libro que tenía una tapa azul con una foto mía en el medio quedó arriba del todo. Y por algún motivo le llamó la atención. Abrió el libro y vio que entre los perfiles, había un perfil de Pedro Enrique Sureña, que es un humanista dominicano al que él admiraba mucho, y le llamó mucho la atención que en un libro escrito por una persona contemporánea hubiera un perfil de un señor que se había muerto en los años cuarenta. Empezó a leer ese perfil y nunca más paró. Y bueno, lo mismo podría no haber llegado a ese libro. Pero bueno, él después siempre fue sumamente generoso conmigo. Después sí, por supuesto, lo conocí personalmente y la figura de ese intelectual lejano se transformó. Mario era muy divertido, yo me he reído con él pero un montón.
KC: ¿Era divertido? ¿tenía sentido del humor?
LG: Pero un montón. Aparte tenía un sentido del humor involuntario, era una persona completamente, bueno, su mujer Patricia, la ex mujer, mujer, no sé cómo deberíamos referirnos a Patricia, fue la mujer de su vida, digamos, decía: «tú sólo sirves para escribir» Porque era torpísimo con todo. Cuando viajaba solo se podía o calcinar o helar en una habitación, porque no sabía cómo hacer para apagar el aire acondicionado, la calefacción.
KC: Ese nivel estamos hablando.
LG: Sí, yo soy muy cercana a la hija Morgana, que es un encanto de persona y que debe estar destrozada en este momento con la muerte de su papá. Y me decía que cuando viajaba solo Mario, cuando viajaba solo en avión, me dice: “por poco lo tenemos que mandar con un cartelito, tipo niño, tipo menor, no acompañado”. Era graciosísimo, muy gracioso. No sé, yo me reí mucho con él, con su familia. Era una tribu entrañable, la verdad.
KC: ¿Te afectó su muerte?
LG: Sí, claro, mucho. He estado cenando acá en Buenos Aires con Morgana, pocos días antes. Y bueno, nada, estaba bastante al tanto de la situación que estaban pasando. Pero sí, me dio muchísima pena, la verdad. Una persona que además de admirar su escritura, yo lo apreciaba mucho. Conmigo fue sumamente cálido y siempre generoso. Y después, bueno, yo me hice mucho más cercana a la familia, a él no lo veía tanto. Pero la familia, realmente ese grupo de la hija con otras amigas, que fueron ex asistentes de Mario, para mí son como una tribu adorable que las voy encontrando en Madrid, en Perú.
KC: Pero qué lindo.
LG: Sí.
KC: Yo te voy a hacer una confesión, siendo que no me estás entrevistando tú a mí, pero quiero saber tu opinión. Yo he tratado de leer La ciudad de los perros, dos o tres veces. Lo único que podido leer de ficción es La tía Julia y el escribidor. Traté Conversaciones en la catedral. En cambio, su no ficción me la devoro.
LG: Mira.
KC: Digo: “no es el minuto Karen para leerlo”. Pero pasan los años y trato de leerlo, y no puedo.
LG: Pero yo creo que no hay que insistir en esos casos, directamente. No sé, hay autores que te resuenan más o menos. Eso no quiere decir que Vargas Llosa sea un mal autor, simplemente que no resonás con esa prosa. A mí me pasa mucho con autores o con músicos que digo, bueno, si lo escucho puedo reconocer que es una calidad impresionante, leo cuarenta páginas de un libro, me doy cuenta que hay una cabeza ahí, pero yo no conecto. Me parece que en ese caso, lo que uno tiene que hacer es no insistir. A mí me ha pasado, por ejemplo, con Kurt Vonnegut, que es un autor que a mí se me caía de las manos, pero durante años. Y de golpe, hace dos años que no paro de leer a Kurt Vonnegut.
Pero a veces pasa eso, hay un momento determinado y otras veces ese momento no llega nunca. Si no, nos tendrían que gustar todos los autores y todos los músicos, y eso es imposible, no hay manera. O sea, no lo transforma él en un mal autor y no te transforma vos en una mala lectora, para nada.
KC: Vamos a ir a la última pregunta. En la última entrevista que hice de Espiral estuvo la escritora Camila Fabbri. Y de ella comentaste: «Lo de Camila Fabbri es una prosa que parece llegada del espacio exterior. Su voz no admite ninguna domesticación y resplandece como un pieza única».
¿Cómo ves tú la literatura actual con las nuevas voces? Lo que dices de Camila Fabbri son palabras que no recibe cualquiera ¿Qué te lleva a aseverar algo tan importante, tan único?
LG: A mí, Camila me parece una de las voces contemporáneas más interesantes. Tiene realmente una mirada, una utilización del lenguaje muy única. Yo la veo como un poco indomable, eso me gusta mucho. Como muy salvaje, tiene una manera de utilizar el idioma que es, bueno yo busco un poco eso cuando leo, que alguien me deslumbre y yo mientras leo encuentre casi como hallazgos, como wow. No solo lo que me cuentan, sino cómo me lo cuentan. Ella realmente me parece una voz valiosísima y es muy joven, realmente una persona sumamente joven con un mundo interno muy fuerte.
KC: Muy.
LG: Sí, muy realmente. A mí sus libros me encantaron desde el primero que leí hasta el último que leí, La reina del baile, que quedó finalista en el Premio Anagrama. Me parece una voz valiosísima, una de esas voces que si una fuera editora y tuviera una editorial diría, me gustaría que siga acá, cultivarla, que publique mucho acá.
Y bueno, así como ella, hay muchas otras autoras y autores que me parecen interesantes. Hablar de un panorama general me resulta muy difícil. Primero que nada, a mí lo que me pasa, es que yo leo mucha – no sé si esto está mal, pero bueno, es lo que hago – mucha más literatura norteamericana contemporánea que cualquier otra cosa, entonces, no estoy tan vinculada. Por supuesto, leo bastantes autores y autoras argentinos, pero fallo en un poquito más el panorama, bueno, hay autores regionales a los que sigo, por supuesto, Juan Gabriel Vázquez. O sea, digo, hay autores que publican, lo que publican y yo quiero para mí, Zambra, bueno, muchos, digamos. Pero me parece que hay voces súper diversas, incluso dentro de una misma generación.
Sí, en la literatura en español, y eso incluye España, por supuesto, que acá por ahí en Latinoamérica no se lee tanto a los españoles contemporáneos y hay gente muy valiosa, como Sara Mesa, Marta Sanz, Menéndez de Salmón, bueno, muchísima gente. Ni hablar los clásicos, Millás, Vila-Matas, parecen autores impresionantes. Pero no sé, cómo decir un panorama general, ni por dónde van las voces.
Yo soy jurado de varios premios de no ficción y de ficción también, o he sido jurado de varios premios y seguiré siendo, supongo, si no me echan, y esos momentos los espero con ganas, a que me lleguen las obras, porque eso te da medio como un panorama de qué es lo que se está escribiendo. Y esos momentos son, bueno, y a veces realmente llegan obras sorprendentes, no porque uno espere que sean malas, pero sí, muy buenas, muy contundentes, muy sólidas.
KC: Leila, te quiero dar las gracias por haber estado hoy día en Espiral, lo pasé muy bien. Creo que logramos conocerte un poco más, conocer un poco más de cómo ves el mundo y de tus miedos, de tus grandezas. Así que te quiero dar las gracias por haber estado hoy día en Espiral.
LG: Por favor Karen, una conversación muy grata. Espero que te sirva, que te haya servido y que sea de interés para alguien.
KC: Eso esperemos. Estoy segura que sí. Gracias.
LG: A vos.
KC: Chao.
Cierre
Si tuviera que resumir esta conversación diría que es una de las más memorables de Espiral. Porque no solo conocí el lado más íntimo de Leila sino que también su metodología de trabajo. Espero que tú, todos ustedes, la hayan disfrutado tanto como yo. Me gusta que no esté en redes sociales. Marca una diferencia.
Nos vemos el otro mes, vendrá Mariana Travacio, quien es una de mis escritoras predilectas.
Ojalá me cuentes dónde estás escuchando Espiral, así este programa se convierte más en una conversación. Ya lo sabes, me encuentras siempre en mi correo karen@karencodner.com, en Substack o en Instagram.
Chaooooo
Lee. Escribe. Crea con Leila Guerriero.