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#98 Entrevista a Catalina Infante

#98 Entrevista a Catalina Infante

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        Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner y te doy la bienvenida al programa 98 de Espiral y me harías muy feliz si lo recomiendas a tus amigos, me pones un like donde sea que lo escuches. Eso me ayudaría a llegar a más auditores como tú. Tal como te conté la semana pasada en el Cuestionario Espiral con Catalina Infante, hoy sale al aire la entrevista en profundidad a esta escritora chilena que además de novelista y cuentista, es periodista y editora. Catalina nació en una familia dedicada a la literatura, su padre es dueño de las librerías Catalonia y de la editorial del mismo nombre. Le gusta trabajar en equipo y por eso debe ser que escribió tres libros de relatos junto a la antropóloga y Premio Nacional de Ciencias Sociales, Sonia Montecino. Como antesala a su primera novela La grieta, publicó en el 2014 la novelle La otra ciudad por Imbunche Ediciones, lo interesante es los primeros cien ejemplares fueron impresos, encuadernados e ilustrados a mano. Catalina no le tiene miedo a la innovación, está en constante movimiento y en sus propuestas hay intención de mostrar otras formas de narrar en conjunto con el arte, ya que por ejemplo, publicó en el 2016 el Postal Nocturna, un libro objeto maravilloso en que solo se imprimieron muy poquitos ejemplares. Además si quieres tener a Catalina como profesora, te recomiendo sus talleres, puedes encontrar toda la información en su página web https://www.catalinainfantebeovic.com/ y como siempre encuentras toda esta información y el link en la transcripción en mi página web www.karencodner.cl

        A esta autora chilena que recién publicó una gran novela que se las recomiendo a ojos cerrados La grieta por Emecé, no le tiene miedo a los cambios y debe ser por eso que abandonó Santiago y hace tres años, en plena pandemia se fue a vivir a San Francisco de Mostazal, que es puro campo. Le gusta vivir ahí donde cría a su hijo Alonso. A pesar de trabajar en distintos ámbitos, ella me contó que lo que más le gusta y apasiona es la escritura, todo el resto es un complemento para pagar las cuentas a fin de mes. A esto se quiere dedicar hasta el final de sus días, así sea, ojalá lo logre.

        A diferencia de otros escritores, ella puede trabajar en varios proyectos al mismo tiempo y no tiene una agenda muy estructurada, es una mujer noctámbula y por eso en la noche es donde más se concentra para ejercer el oficio, me contó que ella está escribiendo todo el tiempo, en su cabeza, en su libreta. La historia la toma y de ahí no la abandona, dice que es muy lenta en su producción, cosa que la entiendo enormemente. Si bien no se notó en la entrevista dice que es muy introvertida, para adentro, que no es de estar compartiendo su intimidad y tampoco su proceso creativo.

Recuento personal:

        Nunca me lo imaginé pero soy una joyera y  bien, bien obsesa. Bueno, no específicamente joyas, sino en lo que se llama la escritura. He vuelto a leer la novela que saldrá publicada en marzo por Seix Barral, he vuelto a corregir, mi editor, que es un dulce, Ignacio Rebolledo, pero al que todos llaman Nacho, es un santo. Qué paciencia. Ya le prometí que nada más, ningún cambio de punto por coma o coma por punto. Además estamos decidiendo la portada, entonces no ha sido fácil llegar a un acuerdo, más paciencia. Y, se suma a todo esto, el título no está definido y como ves, todo es incertidumbre, pero me repito una y otra vez, una incertidumbre de las buenas, lindas.

        Por otra parte estoy sufriendo y debo ocupar toda mi inteligencia emocional conmigo misma y explicarme una y otra vez que está bien no estar escribiendo, es decir, trabajando como escritora, ya sea en un cuento o en otra novela. Mal que mal, me demoré seis años en ésta y debo permitirme este descanso, este tener tiempo, dedicarme a otras cosas. Es muy rara la sensación porque llevo tantos años encerrada en mi taller que de repente me encuentro con tiempo para vivir de otra forma, sin premura, pudiendo incluso quedarme en mi casa o irme a la playa. Claro, tengo Espiral y el boletín Oda, debería estar preparando los talleres de lectura de marzo pero al parecer estoy un poco congelada ¿Por qué será?     

        Terminé el año leyendo Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, un texto que al parecer lo leí en la época del colegio. Ahora lo disfruté, pero más que nada por la técnica narrativa, por el manejo de los tiempos y de la estructura, una propuesta inédita, maravillosa. Lo leí más con una visión de escritora que de lectora, lo que es una pena, pero mirando lo que hizo García Márquez es algo que es imposible que no te deje abismada, porque su historia está muy bien contada, los famosos Buendía, en la mezcla de sucesos verídicos con la fantasía, y además, ahora aprendí que hay realismo mágico y el realismo maravilloso, que son dos cosas distintas, términos distintos, y conviven de maravilla con lo real. Es un maestro.

Entrevista a Catalina Infante

KC: Hola, Cata, ¿cómo estás?

CI: Hola, muy bien ¿y tú?, muchas gracias por tenerme aquí en tu podcast.

KC: Muchas, muchas gracias. Además, que estamos una semana antes de Pascua y dos antes de Año Nuevo y diciembre es un mes difícil para todos. Así que te agradezco mucho. E inicio esta conversación preguntando, lo que siempre pregunto cuando inicio espiral. ¿Qué estabas haciendo cuando te tuviste que conectar?

CI: Estaba poniéndole ¿hay que ser ultra sincero?

KC: Sí, esa es la gracia, ¿o no?

CI: Estaba poniéndole monitos a mi hijo, porque estoy sola con él. Entonces, espero que no me interrumpa en el podcast. Así que, está ahí, está enchufado, el pobre, a la tele en mi pieza. Así que estaba en esa logística justo antes de conectarme.

KC: Alonso, ¿cuántos años tiene?

CI: Alonso tiene cinco años, recién cumplidos hace poquito.

KC: Mira. Cuéntame una cosa. Naciste en Buenos Aires, pero has vivido toda tu vida en Chile. Y llevas el exilio en tus entrañas ¿o no tanto?

CI: Sí, en mi familia, que cruza generaciones, creo yo. Así que sí, lo llevo en la historia familiar porque me tocó nacer afuera por eso, por el exilio de mis padres. A todos los hermanos, nosotros somos cuatro hermanos. Somos seis, en verdad, pero cuatro hermanos del primer matrimonio de mi papá y todos nacimos en el exilio. Mis hermanos grandes en España, y yo y mi hermana, la más chica, en Argentina.

KC: Aparte de haber nacido en Buenos Aires, ¿el resto de tu vida la viviste siempre en Chile o has itinerado?

CI: No, siempre he vivido en Chile, a excepción de un año en que estuve viviendo en Barcelona, que fue de hecho la ciudad donde se exiliaron mis padres. Entonces, fue bien simbólico irme para allá. Y como son las cosas de la vida, conseguí un departamento que coincidió estar a una cuadra donde vivían mis padres, así que parte de ese año afuera fue conectarse con una vida que no es la de uno, pero de alguna manera igual está en la historia familiar, así que fue bien bonito. Pero ese es el único año que he vivido afuera.
Y he vivido la mayor parte del tiempo en Santiago, y ahora, hace tres años, vivo en San Francisco de Mostazal, como a una hora de Santiago, por ahí, en el campo.

KC: Mira las cosas, yo me imaginaba que vivías en pleno Providencia, cerca de Catalonia, cerca de todo eso.

CI: No, tengo una vida muy tranquila en el campo, es un sector muy rural. Yo vengo desde chica para acá, porque es un campo que tiene mi padre y me hice una casa acá, así que tengo una vida muy tranquila, pero visito Santiago una vez a la semana, porque hago talleres allá y me llevo lo mejor de Santiago: la conexión con los amigos, visitar la librería, hacer los talleres, ir a algún café, hacer la vida más de ciudad, pero como turista casi, después vuelvo aquí a mi casa, que la verdad es que es un lugar super bonito y muy tranquilo. Fue una decisión en pandemia, que yo creo que a mucha gente le pasó, estar un poquito ahogado por el encierro, y replantearse la calidad de vida, sobre todo con un niño chico, que es bastante outdoor él. Le gusta mucho estar afuera en la naturaleza, subirse a los árboles, jugar con el barro, es muy así, entonces este lugar ha sido ideal para criarlo en esta parte de su vida, la primera infancia y eso ha sido una bonita decisión, una buena experiencia.

KC: Y ahora escuchándote, y quizá mi memoria, a medida que pasan los años, no está mejor, pero Federico Falco, que también lo entrevisté, también se mudó de Buenos Aires, te podría decir que, a la Patagonia argentina, no me acuerdo el nombre, pero también se mudó. Julio Rojas, del creador de Caso 63, que también lo entrevisté, también se mudó.

CI: ¿En pandemia?

KC: En pandemia.

CI: Si pienso hacia atrás, no sé si fue una decisión tan consciente, con mi pareja fue “ya, vámonos” y entregamos la casa y nos vinimos para acá y estuvimos viviendo un tiempo en una casa que hay acá, de mi padre, pero que es una casa de fin de semana, mientras nos construíamos y todo salió muy rápido, todo fluyó. No lo pensamos mucho, la verdad, no lo pensamos demasiado. Yo creo que mucha gente se fue con el impulso de estar en un lugar más abierto y cansado del encierro también. Y me pasa que mi novela La Grieta la escribí acá, la mayor parte. Entonces, también ha sido un lugar que me ayuda mucho en la escritura. De alguna manera, cambié mi estilo de vida a un estilo más tranquilo, más pausado y eso me ha ayudado harto en la escritura, me ha ayudado mucho en la novela.

KC: Y a enfrentarte a ti misma, seguramente.

CI: Sí, de todas maneras. Pero eso, bajar las revoluciones también es rico, la verdad. Y me gusta la idea también de una crianza que esté en un momento, con padres más tranquilos, sin trabajar tanto, sin estar tanto fuera de la casa. Así que mientras se pueda, es una buena opción.

KC: Trabajas vinculada a la escritura, ya sea en tu rol de periodista, en tu rol de escritora, en tu rol de editora, de tallerista, o sea, muchas facetas, ¿cómo nace esto en ti?

CI: ¿La escritura?

KC: Sí.

CI: Desde muy chica. Te diría que siempre he escrito, desde que tengo uso de conciencia que he escrito y tuve la suerte de nacer en una familia que está ligada a los libros. Mi papá siempre ha trabajado desde que yo tengo conciencia. Pero nací cuando él ya trabajaba en el área editorial. Mi mamá tenía la librería Catalonia. Entonces crecí muy rodeada de libros, me estimuló harto. Mi mamá me incentivaba mucho la lectura y la escritura. Y tuve que desarrollarlo bastante, pero me costaba mucho, era algo más íntimo. Me costó harto. Mi primer libro lo publiqué en solitario, porque hice libros con la Sonia Montecino. Hice el proceso de escritura, pero no era mi narrativa. De libros de mi autoría, ya pasados los 35. Entonces me costó mucho soltarme en la escritura. Y primero trabajé en el área editorial con mi padre harto tiempo, en la librería. También como periodista en Revista Paula. Entonces desarrollé otras partes de la escritura que tenían que ver con la literatura, pero la verdad es que siempre he escrito y creo que es lo que más me gusta hacer. O sea, desde la primera vez que publiqué me lo tomé como mi oficio y como lo que quiero hacer siempre, independiente de que uno viva de otras cosas, porque es imposible vivir de la escritura. Pero sí, para mí es mi oficio principal y es algo que quiero hacer toda mi vida.
Y que creo que ha estado, siempre me ha acompañado.

KC: Entonces, ¿cómo es un día típico tuyo en torno a la escritura?

CI: Mira, intento ser disciplinada en la escritura, pero me cuesta mucho. O sea, estoy haciendo constantemente mil trabajos. No tengo un solo trabajo. Entonces estoy en muchos proyectos a la vez y sobre todo haciendo talleres. Es lo que más hago en la semana, lo que más preparo, además de otros trabajos que no son tan glamourosos, pero que tienen que ver con corrección. En cuanto a la escritura, me cuesta encontrar el momento, pero una vez que entro en la historia me pongo más aplicada. Ahora estoy tratando de escribir otra novela, pero el primer impulso cuesta mucho empujar la historia y gran parte de la escritura se desarrolla, no en el acto mismo de escribir, de sentarse frente al computador y ponerse a escribir, sino en pensar mucho la historia, en procesar emociones o experiencias o inspiraciones que estén ocurriendo y que de repente te toman. Ahora estoy tomada por una historia y la pienso mucho, la tengo en la mente todo el día. Entonces el proceso de escritura no es tan ordenado para mí. De repente en los talleres trabajo mucho con textos de escritores que hablan sobre sus procesos creativos y en su mayoría son bastante disciplinados. Y claro, uno lee también de escritores que son más consagrados y han podido tener más tiempo de hacerlo, pero que se levantan en la mañana y se ponen a escribir todos los días, aunque no salga nada. Y eso me parece maravilloso, pero a mí me cuesta muchísimo, me cuesta muchísimo empujar eso. Soy muy nocturna también para escribir mis cosas. El día lo tengo más tomado por el trabajo, pero en la noche encuentro un poquito más de paz para ponerme a escribir. Soy muy lenta, me puedo pasar mucho rato en un párrafo. Me cuesta empujar las historias. Me demoré harto en La grieta, me demoré cuatro años, y es un libro muy cortito. Entonces no tengo un proceso creativo tan ordenado.

KC: ¿La historia viene a ti o tú buscas la historia? Es decir, cuando terminaste, por ejemplo, La grieta, que lo tengo acá, que lo recomiendo en un mil por ciento, una joyita publicado por Emecé, terminas el proyecto, terminaste eso y ahí tú te sientas y haces otros proyecto,s mientras te va a llegar alguna idea, o activamente te sientas a buscarla.

CI: La verdad es que tampoco. He tenido distintos procesos creativos en los distintos libros. Pero creo que me llega. Me llega la historia, me toma algo, un personaje o me toma una imagen o un ritmo de escritura y me va llevando. Bueno, en el tiempo que llevo haciendo estos talleres, que te decía que he leído mucho sobre procesos creativos de distintos escritores, todo el mundo tiene sus propios, encuentran sus propias formas y ven la literatura desde distintos lugares. Hay gente que guioniza mucho y estructura mucho, después se pone a escribir, busca la historia, investiga. A mí me pasa más como si la historia ya existiera y yo tuviera que estar intentando develarla. Y eso me cuesta mucho, encontrarla. Es como ir sacando capas hasta encontrar la historia que realmente quiero narrar. Que es un proceso muy bonito porque con La grieta me pasó que esa historia siempre estuvo ahí, pero me costó ir sacando las capas para encontrarla y cuando la terminé pensé esta fue la historia que siempre quería contar. Siempre fue este personaje, todos estos fueron los personajes siempre, pero llegar a ellos cuesta, entonces por eso me cuesta ir empujándolo y voy muy lento, como quien fuera esculpiendo algo. Como una piedra en bruto y tuvieras que encontrar esa forma que tiene la escultura que te va a quedar. Y en el caso de lo que estoy escribiendo ahora, no tengo idea qué es ni para dónde va, pero uno tiene una intuición y vas empujando y vas empujando y voy escribiendo de manera muy desordenada párrafos por aquí, por allá, porque soy muy dispersa y con déficit atencional, entonces tengo este proceso que se adapta a eso, me concentro poco rato en textos cortos y después cuando tengo todo esto, como un patchwork, ahí voy hilando. Cuando ya tengo todo, aunque desordenado, voy hilando. Que es lo que me pasó con La grieta, ya había entendido. Tenía el primer capítulo, el último capítulo y tenía varios textos entre medio. Entendí que era la historia y tenía que ponerme más ordenada en el sentido más racional. “Ya, me falta un capítulo que tenga que ver con el padre, me falta el capítulo que tiene este conocerse con este” y eso es un alivio porque ya está la esencia, está el corazón latiendo de esa novela y lo que me queda es coser. Es una parte que ya me alivia, me entretiene y estoy mucho menos tensa porque lo otro es lo que me cuesta más. En el proceso que estoy ahora puede ser muy lento y mucho de pensar. Yo me acuerdo en La grieta que escribí la mayor parte acá en el campo, de pasear mucho por el campo y pensar en estos personajes, pasear con mi hijo andando en bicicleta, pensando todo el tiempo en Laura, en Esther, en la relación de ellas dos y eso es gran parte de la escritura. Otra gran parte de la escritura es corregir. Entonces, el momento que uno se sienta a escribir es poco. Es un porcentaje muy importante, pero si uno lo dimensionara en horas, el menor porcentaje es estar sentado escribiendo. Más que nada estar tomado por la historia, pensar la historia y luego editar lo que ya lograste escribir.

KC: De esa proporción de esos cuatro años, ¿cuánto le dedicaste a la escritura neta y lo otro a la edición?

CI: A la edición mucho, a la corrección mucho. Yo te diría que un año escribiendo y el resto entre pensando, dejando descansar la historia, corrigiendo, leyendo en voz alta mil veces, hasta que me sonara bien. Leyendo y releyendo todo el tiempo obsesivamente.

KC: Históricamente, eres una escritora de cuentos. Tu corpus es más de cuento y también de coautoría como tú contabas con Sonia Montecino, escribiste una novell también. Entonces La grieta marca una nueva etapa tuya como escritora de novelas.

CI: No sé, pero sí me pasó que después de escribir La grieta, ahora pienso en un nuevo libro y pienso en una novela, no pienso en un cuento. Pienso en desarrollar algo más largo, una idea que me gustaría desarrollar en más capítulos y no solamente condensada. Pero creo que se me dificulta mucho la narración más extendida. Entonces probablemente me salgan capítulos cortitos que son muy parecidos al cuento. Me gusta que los capítulos sean redondos y se puedan leer como una unidad y no queden colgados, ¿me entiendes? Que no necesiten del próximo para solventarse a sí mismos. Entonces creo que tengo el cuento muy incorporado y eso tiene que ver con las lecturas que uno tuvo. Creo que mis primeras lecturas fueron mucho cuentos. Nunca he sido una gran lectura de novela. Ahora sí, pero cuando era más chica no. Entonces me quedó muy marcado, me fascina. Mi generación creo que leímos mucho el boom latinoamericano donde hay grandes cuentistas. Entonces me quedó esa condensación, eso que Cortázar dice que es el caracol del lenguaje, nunca está todo. El significado, todo un universo condensado, en una semilla. Me gusta mucho trabajar con capas, con mucha sugerencia, con un universo más simbólico. Entonces creo que lo tengo muy enraizado y me costaría salir de ahí. Pero sí me desafía escribir novela por lo mismo.

KC: En una entrevista declaraste que la novela es como aprender a habitar una casa grande, a amoblarla de a poco.

CI: Sí. Y que el cuento era una sola habitación que había que sacarle el máximo provecho.

KC: Ah, te lo sabes de memoria.

CI: Sí, es lo que tengo en mi cabeza. Ir de a poquito, que me parece muy bonito, construyendo todas las habitaciones de esta casa y que el lector pueda recorrerla con más tiempo. El cuento tiene un carácter de urgencia, de intensidad, de mucha profundidad y el lector también entra mucho. La propia experiencia del lector y su propio inconsciente, su background entra mucho en el cuento también. Entonces sí, ha sido distinta la experiencia y me quedó gustando. Yo la verdad es que lo pasé muy bien haciendo La grieta. Independiente de lo que te acabo de decir, que cuesta mucho empujar, lo pasé bien porque era un desafío para mí. Leer harta novela y que es una manera de estar aprendiendo. Es casi como tomar talleres.

KC: Me llamó la atención que tú dijiste que no eres asidua a tomar muchos talleres, que el primero que tomaste fue el de Carla Guelfenbein.

CI: Sí.

KC: Pero a la vez eres tallerista, ¿cómo puedes cambiar el foco de ser profesora a ser alumna?

CI: Me encantó la experiencia porque me abrí. Yo soy muy para adentro con el proceso creativo y con muchas cosas en mi vida, me gusta resolver las cosas en mucha intimidad, mucha soledad y mucho silencio antes de sacarlas afuera. Pero este libro también era un desafío, no solo en hacer una novela, sino también en buscar otros procesos creativos y abrirme. Fue una experiencia muy linda, me tocó un buen grupo, la Carla es una súper buena profesora. No solo por el conocimiento que tiene, sino por la cantidad de novelas que ha escrito, por toda la carrera y todo el carrete literario que tiene. Sino porque sabe crear un grupo, un buen grupo. Van rotando, no creo que ahora sea el mismo grupo que me tocó a mí, pero fueron muy generosos con los primeros textos, que no tenían nada que ver con lo que terminó siendo la novela. Pero les debo mucho porque en el fondo te van diciendo de una manera amable pero dura también, qué no está funcionando, qué no les suena, qué suena artificioso y eso ayuda mucho, tener ese otro lector ayuda mucho. Ahora no sé si repetiría la experiencia en este libro porque hay un equilibrio entre cuánto dejamos entrar y cuánto defendemos nuestro territorio, que es un equilibrio que cuesta encontrar y yo lo digo mucho en los talleres. El feedback que uno da al grupo son sugerencias, son lecturas y hay tantas lecturas como lectores. A veces coinciden mucho y uno tiene que tomar lo que le resuena o lo que le desafía y dejar afuera lo que no. Y cuesta mucho en ciertos procesos. Se lo tengo más armado, se lo tengo más resuelto. Y tengo mis lectores que son amigos, mi pareja y también algunos escritores. En La grieta me ayudó mucho Mike Wilson y la Carolina Brown, que fueron los primeros lectores de esta novela. Cuando ya lo tengo listo me abro totalmente a todos los comentarios externos, que creo que ayudan mucho, son un proceso importante de edición. Y un buen editor, que a mí me tocó Ignacio Rebolledo, que es súper bueno.

KC: Estás trabajando con Ignacio…

CI: Trabajar con alguien que confía en tu novela. A mí me pasó que la entregué y a la semana que la leyó me dijo “de todas maneras”, la contrató y trabajamos de una manera muy fluida porque se encariñó con la historia. Eso también es muy importante, muy gratificante y me ayudó mucho. Desde el primer manuscrito a lo que quedó, se potenció muchísimo con la mirada de él. Entonces yo sí creo que la mirada del otro es muy importante. Pero cuando recién está gestándose esa guagua cuesta mucho y ahí uno tiene que ser delicado de cuidar un poquito ese proceso de primera gestación y después ir soltando de a poco. No sé si repetiría lo del taller, pero lo tengo ahí. Me ayudó mucho en La grieta, lo agradezco muchísimo, todo el trabajo que hizo Carla y el grupo de ahí.

KC: Fuiste pionera en publicar en Catalonia libros como el de Catalina Bu, Gay Gigante y más ¿Te consideras una mujer aventurera, que te gusta dar los primeros pasos, de marcar pauta o es una mera coincidencia que te atreviste a ir un poco más?

CI: Sí, sí me considero alguien que le gusta aventurarse. Soy muy acuario. Me entusiasma, sino me aburro también. Es algo que me gusta y creo que estoy en constante búsqueda de cambio. Esto mismo de “ya, se acabó Santiago. Ya, nos cambiamos”. Y bueno, tienes un compañero de vida que es muy parecido, entonces me apaña en esta locura de ir a lo siguiente, de no quedarse, de estar en movimiento. Que no significa no hacer raíces, no crear, no quedarse, pero sí estar con la antena parada, captando lo nuevo, las nuevas tendencias, lo que va saliendo, tomarle el pulso a lo que está pasando afuera, que no es tan fácil.

KC: ¿Y cómo te informas para eso?

CI: Atroz porque es mucha red social y eso me tiene agotada, me encantaría poder cerrar todas las redes sociales, pero es un mal necesario. Mucha lectura y en los talleres porque tengo la suerte de tener siempre muy buenos grupos, muy buenas personas que vienen de disciplinas muy distintas, casi ninguno es de literatura. Casi todos son abogados, ingenieros comerciales, de otras áreas, que tienen interés en la escritura y me nutro mucho en el contacto con otros y mucho de las lecturas, de lo que uno va leyendo, de lo nuevo que va saliendo. Eso, más o menos. Ahora cuesta mucho más. Era mucho más fácil cuando era más joven y uno está más activo y enchufado en el mundo, ahora estoy un poquito más aislada y cuesta más estar con la antena tan parada. Pero sí, sabes que yo sí me considero una mujer que está en constante búsqueda de más y de saber qué está pasando y para dónde se está moviendo el arte.

KC: Pero en ese sentido La grieta es un texto bastante tradicional. Narrativamente hablando. Si bien en el estilo narrativo no lo es porque no tiene diálogo, porque hay cierta corriente de la conciencia, además que es ficción y no autoficción. Siento que es algo de lo que te liberaste. Pero cuando publicaste el libro objeto Postal Nocturna, fue algo radicalmente distinto a lo que se venía haciendo.

CI: Sí, yo creo que fue una época de experimentar y exploratoria sobre ciertas inquietudes que tenía asociadas a mi oficio de editora en ese entonces, ya que me tocaba viajar mucho a diferentes ferias del libro y tuve mucho contacto con ilustradores y con libros que eran libros de objetos, entonces estaba muy empapada de eso y ahí sí que me nutría mucho con otros autores de otras disciplinas, sobre todo del arte visual y de la ilustración. Entonces sí, tuve esa etapa más experimental. Acá yo tenía ganas y me picaba el bichito de hacer algo más tradicional en el sentido de la estructura de una novela, ponérmelo como desafío, pero yo creo que la originalidad o esta idea de buscar algo nuevo tenía que ver, que tampoco es tan nuevo, pero sí tenía que ver con el tema de la maternidad y con explorar y reflexionar sobre la maternidad desde otros puntos de vista. Sobre la relación con la madre y sobre el tema del postparto y del puerperio. Viéndolo desde un nicho que tiene que ver con temas de maternidad como quien sigue, no sé, cuentas de crianza, ¿me entiendes? Quedar relegado a temas de autoayuda y no como un tema universal y literario que ha estado poco explorado porque parece ser un tema de mujeres, pero no lo es, es un tema de la humanidad, la relación con la madre y la experiencia materna. Entonces fue una estructura más tradicional, pero creo que el tema sí que movía porque hay muchas mujeres que están escribiendo desde ahí y están revisitando y narrando la experiencia de la relación con la propia madre y también la relación con la maternidad. Me pasa mucho que he tenido lectores que me dicen, “mira, no tenía tantas ganas de leerlo porque era de maternidad y me da lata, pero después lo leí y me encantó”. Y me causa mucha impresión esa lata que da el tema de la maternidad. Me acuerdo una vez, hace años, hice una columna que se llamaba “Las madres estamos solas” que era desde un aspecto más político de la maternidad, de la falta de red de apoyo y de políticas públicas que se hicieran cargo de ese momento de la mujer, ese momento de la familia, una etapa crucial del ser humano. Lo ofrecí a un diario, y me dijeron “es que sabes que los temas de maternidad no pegan”, qué lata y me frustraba porque este no es un tema de mujeres. Está visto muy de un momento de las mujeres, que ellas se hagan cargo y sepan esos temas. Pero es un tema universal y que tiene que ser más narrado y me alivia encontrar el tema de la maternidad en la literatura por escritoras, que revisitan la relación con sus madres, que revisitan la maternidad desde lo literario, que no tiene que ver con lo psicológico, con la madre ni la crianza ni nada de esos temas, sino que desde una mirada literaria. Entonces, creo que quizá ahí fue más desafiante para mí explorarlo. Pero tienes razón, en la estructura sí me fui a lo más tradicional que era algo que para mí como: “ya, soy capaz de escribir una novela, lo voy a intentar”.

KC: Lo lograste muy bien. Catalina, ¿cuánto conversaste con tu madre en este proceso de escritura? No conversar con tu mamá por teléfono sino mientras ibas escribiendo, creando el texto.

CI: Nada porque mi madre murió cuando yo era adolescente al igual que la protagonista de la novela, pero de revisitar mi propia relación con mi madre. Creo que fue absolutamente lo contrario, solo intentar conectarme con la madre imaginaria que uno tiene y con los fantasmas de la madre que uno podría llegar a ser, más que la relación con mi propia madre.

KC: Es como que tú dices en la página 89 “las madres son un personaje que nos inventamos a conveniencia”.

CI: Yo creo que esa fue la conversación que tuve con la madre que uno tiene en la cabeza, que no es la real. En la propia relación que uno tiene con la maternidad, con las figuras maternas. Y como te decía, con los fantasmas de los errores que uno podría cometer como madre en el futuro. Entonces creo que fue más una conversación con la maternidad como una idea y con la experiencia que he tenido, más que la relación de tú a tú con mi madre o la historia que tuvimos las dos, que es muy distinta a la que está desarrollada en la novela. Entonces, no. Si bien hay muchas cosas que coinciden, que tienen que ver con el exilio, con Cuba, que es un lugar que sí me tocó visitar de chica, hay muchas cosas de mi biografía, pero no específicamente de la relación con mi madre. También hay mucho de otras lecturas que tuve.

KC: ¿Cómo cuáles?

CI: Siempre cito a los mismos, pero fueron las lecturas que tuve. Por ejemplo, También esto pasará de la Milena Busquets. Ese libro me gustó mucho. Tiene que ver con el duelo por la muerte de una madre, cómo uno reconstruye la historia con una madre que ya no está. Eso también era un tema que me importaba visitar. Apegos feroces de la Vivian Gornick, que me gustó muchísimo. Es una relación muy compleja que a través de la literatura y de narrar se logra entender, como ordenar.

KC: ¿Y no es para eso la literatura?

CI: Es para eso. Para entender bastante la realidad, narrar es ordenar esa melodía.

KC: ¿Y cuánto conversaste con tu hijo Alonso? Porque ya eras madre cuando la escribiste.

CI: Sí, me pasa lo mismo. Intenté alejarme lo más posible de la realidad, a la relación con mi madre y la relación con mi hijo y centrarme más en procesos internos, de fantasmas que uno puede tener. Sí hay mucho de mi puerperio y de lo que pasa después de un parto, que la verdad es un cambio muy grande. Para la mujer es una bomba. De eso hay más. Hay un instinto de protección también de los personajes de afuera. Me pasa que es muy difícil dar entender a quienes te rodean que la escritura es siempre ficción, entonces como era una novela que tocaba temas sensibles y difíciles intenté alejarme lo más posible de los personajes de mi vida real, tanto de mi madre como de mi hijo y poder crear una ficción. También ficcionar es una manera de liberar imaginarios, fantasmas, miedos que no tienen relación con la realidad.

KC: Absolutamente. En tu primer libro de cuentos Todos somos una misma sombra, en el diario La Tercera, dijiste: “todas las narradoras de este primer libro han perdido algo, una historia, un amor, un padre, un gato, un paisaje” ¿Qué has perdido tú en la vida? Además de como lo que nos dijiste, a tu madre. Pero, ¿qué sientes, qué es lo que te ha marcado en pérdidas feroces? como diría Vivian Gornick.

CI: No quiero sonar cliché, pero lo voy a tener que decir: la vida es constante pérdida porque está en constante movimiento entonces todo el tiempo es perder. El paso del tiempo es perder constantemente. Obviamente hay pérdidas que marcan, yo creo que la de mi madre obviamente es una pérdida biográfica muy importante, que me marcó muchísimo, también marca mucho la historia familiar y creo que la pérdida de un país y la pérdida de una vida y tener que exiliarse y volver a empezar en otro país con otros códigos, a veces con otro idioma. Y luego el retorno también al país y tener que perder esa otra vida. Hay constantes cambios que me han marcado. No te podría decir que soy una persona que especialmente ha perdido. Sí con esta pérdida de mi madre. Pero tengo la sensación de que la vida es constante pérdida y uno va avanzando y va cambiando y los vínculos se terminan, cambian. De repente uno tiene una forma de habitar el mundo, de vivir una rutina que se ve atravesada por cosas de la vida y cambia también. Entonces estos personajes, de ese libro, hablan más que de pérdidas shockeantes, como puede ser un accidente, una muerte, tienen que ver con esas pequeñas pérdidas, sobre todo de términos de relaciones de pareja, con vínculos más que nada y con terminar relaciones. Específicamente en ese libro, que son pérdidas que tenemos todos y que yo creo que por eso sentí mucha conexión de parte de los lectores que me dieron su feedback, que es algo bueno que tienen las redes sociales. Me escriben mucho quienes me leen. Y en general, lo que más conectó de ese libro tenía que ver con la pérdida, con el duelo que uno hace constantemente por muchas cosas. No solamente se hace un duelo por una muerte, sino que por todo lo que uno va perdiendo en la vida. De hecho, La grieta es mucho un duelo de una vida, de convertirse en madre y dejar una vida que uno ya no tiene.

KC: Y justamente te iba a preguntar, ¿qué perdiste tu con tu propia maternidad? Parándote hoy día cuando ya llevas cinco años siendo madre.

CI: Yo creo que no cambia mucho. No quiero ser dramática diciendo “perdí la juventud”, pero sí una parte. Se acaba una parte de la juventud, una forma distinta de ver la vida donde uno tenía otras prioridades, otro ritmo, otra energía y que no necesariamente es que se mueran y uno se muera, sino que cambian. Cambian y uno tiene prioridades distintas y es algo que me gusta habitar. Pero sí hay un duelo de alguien que uno no va a volver a ser. Creo que hay una pérdida y una ganancia porque, como te decía, uno va avanzando en la vida y va creciendo, va envejeciendo y eso es constante, términos de etapas de la vida y de muchas versiones de uno mismo que se van alejando, van terminando.

KC: Cata, ¿cuáles son tus principales miedos u obsesiones?

CI: Qué difícil. Yo creo que depende del momento de la vida en que te hagan esta pregunta uno puede ir cambiando la respuesta. Debe haber personas que tienen el mismo miedo toda la vida, pero no podría decirte ahora mismo, en el presente, que tengo un miedo muy grande. Más que los miedos universales que uno puede tener como la enfermedad, la muerte, la tragedia y un montón de cosas. Yo soy muy sensible con las noticias, con todo lo que pasa en el mundo, con las guerras, con todo eso. Yo creo que eso es algo que sí me da mucho miedo, como esa crueldad humana. Sí, es algo que me angustia y es por lo que me tengo que cuidar bastante de la información.

KC: Y hoy en día es más difícil.

CI: Hoy en día es muy difícil porque uno también se quiere enterar de los conflictos que pasan afuera, de las guerras y de las injusticias. Yo creo que eso sí me da miedo, ese lado del ser humano, que sea algo que no tenga solución. Es desesperanzador y a veces uno tiene que evadirlo porque realmente no ves mucha solución. El sufrimiento de los niños, desde que soy madre, es algo que me angustia bastante. Proteger a tu hijo de ese mundo del que es imposible protegerlo porque se van a tener que ver enfrentados a la vida y hay cosas que uno no controla. Yo creo que eso sí es algo que es de mis mayores miedos.

KC: ¿Cuál es tu opinión sobre la narrativa actual chilena con el Golpe de Estado y el exilio que son temas que están presentes, pero más tangencialmente? Lo digo porque Alejandro Zambra, Nona Fernández y Alejandra Costamagna narran sobre esto, pero una mirada más tangencial, un poco más externa. Tú también al final, lo nombras, pero no te sumerges ¿Cómo ves tú esto?

CI: El golpe, la dictadura y la violación a los derechos humanos es algo que cala profundo en una sociedad, en los ciudadanos, en las personas, en las historias de vida, desde el lado que sea. Marcan, son una herida muy grande. Cada generación va encontrando sus propios lenguajes para narrar lo inarrable. No sé si existe esa palabra, pero lo que cuesta mucho narrar, es lo que duele. La generación de Zambra, de Nona es la generación de los hijos que narran su visión desde la infancia del golpe y de la dictadura y cómo entendieron el horror desde la consciencia de un niño, de la consciencia de un adolescente y se aproximaron desde ahí. A mí me pasa que soy una generación más chica que ellos entonces mi narración va más desde crecer en un país totalmente distinto, donde se asentó el neoliberalismo de una manera muy brutal, donde crecimos muy desconectados de la vida política porque parte de la herida fue tapar eso, durante los 90 había muy poca acción política, siendo que yo venía de una familia muy marcada políticamente. De alguna manera creo que nos criamos en una burbuja con mucha tele, con mucho consumismo, con un cambio cultural muy grande y ese proceso de ir reencontrándose con la vida política y reencontrándose con los problemas sociales que vivió mi generación, que tiene que ver con la revolución de los pingüinos, yo soy un poquito más vieja pero igual lo viví, yo ya estaba en la universidad, en primer año de la universidad, pero también lo viví y es una generación que ahora está en el gobierno. Entonces, cómo revisitamos esa parte de la historia, desde cómo se reconstruyó un país post dictadura y cómo se armó este nuevo sistema, los problemas que tiene este sistema. Obviamente hay un revisitar la dictadura, revisitar desde el vínculo que tenemos con la generación de nuestros padres o de nuestros abuelos, de cómo vivieron esa parte de la historia. Claro que es más tangencial y no desde la primera persona porque es otra generación que le tocó vivir el post y crecimos en democracia. Yo era muy chica en dictadura, yo vivía afuera en esa época, entonces solo conozco la democracia y claro, narrarlo desde ahí. Me parece bonito que igual siempre se esté revisitando y remirando y re narrando.

KC:  Resignificando.

CI: Resignificando también. Ahora obviamente está entrando mucho en la narrativa más contemporánea los procesos sociales actuales, sobre todo el estallido social es algo que está marcando mucho la narrativa y está apareciendo también, el reapropiarse de la calle, de las marchas, es algo que está entrando también.

KC: Oye Cata, ¿cómo te ves tú en 10 años más en torno a tu profesión?

CI: Escribiendo siempre, publicando siempre.

KC: Te brillan los ojos cuando lo dices.

CI: Es que para mí es muy importante y todas las decisiones de mi vida, de aquí en adelante, tienen que ver con poder darme ese espacio, independiente de lo que haga para vivir en cuanto al trabajo siempre va a estar en mi vida la escritura y es una prioridad. También ojalá viajando mucho.

KC: Tu dirías que tu trabajo es editora, columnista, los talleres literarios, pero lo que te mueve en la vida ser escritora, ¿dirías?

CI: Sí, totalmente. Es mi canal de comunicación, mi herramienta, cómo me vinculo con la experiencia de vida, cómo reordeno, narro mi vida, la entiendo, es mi canal para todo. Sí, me veo haciendo esto, ojalá me dé la salud siempre para poder escribir.

KC: ¿Cuáles son tus referentes literarios?

CI: Los últimos diez años me he dedicado a leer prácticamente a puras mujeres, pero yo creo que las lecturas de la adolescencia marcan mucho. Te diría que el boom latinoamericano. Juan Rulfo fue mi gran referente cuando chica, tiene una obra muy breve, pero es muy buena que he releído siempre, me gusta mucho. También la Bombal es un gran referente para mí, también revisito mucho. En los talleres los hago leer harto entonces siempre los estoy revisitando. Me gusta muchísimo la Stella Díaz Varín. La poesía también ha sido un referente importante: Enrique Lihn, Rosabetty Muñoz, mucho poeta chileno. Yo creo que mis grandes referentes son hartos chilenos. De los actuales me gusta mucho Alejandro Zambra, Mike Wilson. Y de las mujeres, esto comparto con mi generación, mi fanatismo por Mariana Enriquez, por Samanta Schweblin, por las argentinas en general. Camila Fabbri, Selva Almada, también la mexicana Guadalupe Nettel,mucha literatura latinoamericana, muy poco te diría anglosajón, casi todo es literatura latinoamericana. Sí me acuerdo que tuve una obsesión muchos años con Kafka, de adolescente. Eso te podría decir que son las lecturas que me han marcado.

KC: ¿Y ahora que estás leyendo?

CI: Acabo de terminar un libro brutal que se llama Vladimir de Leticia Martin. Es un libro muy potente, es una especie de Lolita, pero desde la perspectiva de una mujer. Una mujer que tiene atracción por hombres muy menores en un contexto apocalíptico. Es un libro muy extraño pero muy bueno, muy provocador e incómodo de leer, pero el ejercicio que hace, que es un ejercicio de mirada de género, es buenísimo y está muy bien escrito. Me sorprendió bastante. Antes de eso leí La clase de griego de Han Kang. Muy bello, lo recomiendo muchísimo. Tiene mucho que ver con la pérdida y con el duelo de personajes, que se encuentran. Es una mujer que pierde la capacidad de hablar y se mete a estudiar griego. Imagínate una coreana, no puede ser un idioma más extraño para alguien coreano, que es una lengua muerta. Es una mujer que ha perdido la custodia de su hijo, perdió a su madre, muchas pérdidas, en un duelo muy profundo y es incapaz de reconectarse con su voz, no puede hablar y se encuentra con este profesor de griego que está perdiendo la vista.

KC: ¡Qué historia más linda!

CI: Es hermoso. Realmente hay algo en la literatura oriental que es tan distinta a la latinoamericana, que es lo que más leo, que da calma, da paz la manera que está narrado, muy poético y a medida que uno va avanzando en el libro se va economizando el lenguaje y cada vez es menos lo que se narra y más los silencios que están presentes. Es precioso, es muy bonito. Eso de mis últimas lecturas.

 

Cierre:

        Estoy segura de que disfruta mi conversación con Catalina Infante y ella se abrió en Espiral, no dejó ningún espacio fuera. Me gustó saber, que como yo, le dedica mucho, mucho tiempo a la edición y que no suelta el texto tan fácilmente.  ¿Conocías a Catalina Infante? Si no lo has hecho, te invito a leerla. Es una apuesta segura. Chaoooooooo.

 

Lee. Escribe. Crea con Catalina Infante.

Karen.

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