Oda a la lluvia #104
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“Llueve en silencio, que esta lluvia es muda y no hace ruido sino con sosiego. El cielo duerme. Cuando el alma es viuda de algo que ignora, el sentimiento es ciego. Llueve. De mí (de este que soy) reniego…” (Fernando Pessoa)
Queridos amigos,
La delicia de la lluvia, una que se ha hecho tan esquiva en mi país y tan generosa en otras latitudes, me gusta, me gusta la lluvia. Con su canto sobre los techos, su tintineo sobre las veredas y sus saltos en las hojas de los árboles.
También me gusta la lluvia porque me calma y me hace sentir viva. Más que el sol caliente y más que el frío de las mañanas. Me gusta saltar las pozas, desearía volver a ser la niña que se moja las zapatillas y el pelo.
Me gusta cuando ella desaparece. Sobre todo en mi ciudad, nunca es más linda luego de un temporal con la cordillera de Los Andes cubierta con nieve alba, sin grises ni celestes. Un conserje oriundo de Maracaibo, una ciudad costera del norte de Venezuela, me contó que su lluvia es distinta, con calor y ruidosa, no como la del poema de Pessoa. Algunos la reproducen para dormir, es un sonido blanco. A mí nada de eso, me pone en alerta.
En mi país, no sé si en el tuyo, si llueve acostumbramos a comer sopaipillas, una preparación de lo más sencilla: agua, harina y zapallo. Algunos las preparan sin zapallo. Yo no. La tradición proviene de la pampa argentina y del sur de Chile, donde gauchos y campesinos solían comer tortas fritas tras la lluvia de la jornada. En mi casa no salimos a galopar y tampoco a trabajar la tierra, pero con el agua bendita tenemos una buena excusa para prepararlas. Si el Quijote estuviera con Sancho Panza le contaría que una tarde julio cuando caían lágrimas del cielo, vio algo de lo más inusual: “En algún lugar de Sudamérica vi a una aldeana preparando una masa amarilla tan pequeña como mi palma que después de freírla la sumergía dentro de un líquido oscuro como el barro donde quedan enterradas las pezuñas de Rocinante”. Eso es lo que se llama las sopaipillas pasadas, el líquido oscuro es chancaca derretida con agua y maicena. El bendito Quijote ignora que a mis hijos no les gustan pasadas. Yo creo que cuando ellos sean grandes van a preferirlas así. Por ahora, las empapan con azúcar glas o las acompañan con pebre de cebolla, tomate y algo de cilantro ¿o perejil?.
Yo las cocino en la freidora de aire. Imagino que los puristas, gauchos y campesinos del sur del mundo lo considerarían un sacrilegio. Me disculpo, pero no me gusta el olor a fritura y las calorías extras. En estos días mojados, los puestos de comida venden unas bien fritas; yo nunca me he atrevido a probar una, estoy segura de que deben ser deliciosas. Hace unos años un sobrino en el afán de recolectar fondos para el viaje de estudio las freía bien temprano. Benditos sus padres que soportaron el aroma pegajoso.
Debe de ser la lluvia que me tiene volando hacia las sopaipillas.
Mis recomendaciones
- Un libro: La isla del litaliano Fiani Stuparich (editorial Minúscula). Una novele publicada originalmente en 1942, que narra la travesía de un padre y un hijo. El progenitor antes de morir quiere visitar la isla de Istría, donde nació. Es un viaje hacia el amor, hacia el encuentro y también, de cómo el dolor nos hace renacer.
Mis momentos
- Estoy agradecida: Porque en Chile las cuatro estaciones del año son muy marcadas.
- Aprendí: Tanzania logró su independencia en 1965 y en esta tierra de África oriental, pasaron portugueses, omaníes, alemanes y británicos. Es un territorio que fue muy apetecido por los imperios por su riqueza natural y también, por su posición estratégica.
- Fui feliz: Cuando agradecí a un rabino muy querido (además es lector fiel de Oda) por el casamiento de su hijo.
Lee. Escribe y crea tu oda a la lluvia.
Karen.
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