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Queridos amigos,

Estoy en la playa con unas amigas y cuando llegué sentí una especie de alivio de que por fin andaba cerca una brisa fría. O sea, no tanto para abrigarse con una parka o un suéter y ni menos usar una bolsa caliente (guatero en chileno), esto sería guiñarle al otoño.
Pero si hay algo más impresionante -para mí que me dedico a la literatura- es que no he podido terminar ningún libro de Margaret Atwood. Esta canadiense es muy versátil y su ficción está marcada por el feminismo y la ciencia ficción. Algunos la veneran como una diosa del Olimpo, ya sea por su estilo, por su escritura o por las tramas donde prevalecen las historias distópicas. (si no sabes lo que significa, soy de tu equipo porque me costó mucho entenderlo. Básicamente es la representación ficticia de una sociedad totalitaria donde hay un poder supremo que vela por el bien de sus ciudadanos). En fin, soy sincera: no leo a la Atwood. En El cuento de la criada me rendí en la página cincuenta, y tampoco vi la serie homónima. ¿Por qué te preguntarás? Súper sencillo. No gasto mi tiempo en lecturas que me angustian y me hacen sufrir imaginando un futuro más oscuro que una cueva bajo el mar. Puede ser algo naif, prefiero pecar de prudente que de pesimista.
La editorial Salamandra acaba de Cuestiones candentes, una colección de ensayos que reflexionan sobre temas como la deuda pública, la naturaleza de la ciencia ficción, la crisis climática y, por supuesto, el feminismo. Bingo, y allí la Atwood es la estrella porque se luce con sus opiniones picantes que se escapan a la media. Hay una que no te puedes perder hablar: “¿Soy una mala feminista?” La historia se remonta al 2016 cuando Steven Galloway, jefe del Departamento de Escritura Creativa de la Universidad de Columbia Británica fue condenado por violación. Tras varios meses de juicio, lo liberaron de cualquier cargo criminal pero de todas formas la universidad lo despidió. Margaret Atwood firmó una carta abierta dando apoyo al profesor. Y aquí comienza lo interesante. La condenaron al infierno, la colgaron en la hoguera, casi la sacan de Twitter (eso no es mucho decir hoy, pero en el 2018 lo era). Me imagino que desesperada ante tal cúmulo de inquisiciones, decidió escribir la columna que así comienza:
“Por lo visto, soy una «Mala Feminista»”. Puedo añadir esta acusación al resto de las cosas de las que me han acusado desde 1972, como haber alcanzado la fama escalando una pirámide de cabezas de hombres decapitados (dicho por un diario de izquierdas), ser una dominatrix que sólo vive para subyugar a los hombres (dicho por uno de derechas, con una ilustración mía con botas de cuero y un látigo) o ser una persona cruel capaz de arruinar —gracias a mis mágicos poderes de bruja blanca— la reputación de mis críticos en los mentideros de Toronto. ¡Doy mucho miedo! Y ahora, según parece, soy una misógina que justifica a los violadores y una Mala Feminista que les ha declarado la guerra a las mujeres”.

Parece que ahora me gusta mucho la Atwood.

A mí no me gusta este feminismo. Acepto el jolgorio del 8M con el Día de la mujer y acepto que exista el Día del hombre que cae el 19 de noviembre. Pero mejor sería no tener ningún día de nada. Ni hombres ni mujeres. Se dice que las feministas más loables son las mujeres que se apoyan en todo, sin importar la causa ni el culpable. Yo opino, guardando las proporciones, como la Atwood.
Ella aboga que las mujeres somos personas y que cualquier ser humano, peca.
De acuerdo.
Ella aboga que el feminismo no es una religión, ni lo que nos va a salvar del fin del mundo.
De acuerdo.
Ella aboga que las mujeres no somos seres angélicos incapaces de hacer el mal. Si lo fuéramos, no necesitaríamos un sistema jurídico para tramitar las acusaciones en nuestra contra, ya que siempre serían ciertas.
De acuerdo.
Ella aboga por los derechos humanos y civiles y no los derechos de la mujer.
De acuerdo.

Te invito a leer el texto “Mala feminista”, es una mirada lucida de hasta dónde puede llegar el fanatismo.

Para mí ha sido muy difícil sostener mi posición en contra del lenguaje inclusivo. Estoy convencida de que uno debe privilegiar la claridad y la síntesis tanto en la escritura como en el lenguaje oral. Dudo que la solución a las inequidades de género radique en cambiar las normas ortográficas. Comprendo que podemos incluir en ciertos casos algunos términos que denoten la presencia femenina, pero no es pertinente claudicar de manera absoluta en torno a ello. A veces me dan ganas de tirarle los pelos a los que imponen sus nuevas reglas de “elles” a sus amigas y amigos. ¿Si no lo hago, quiere decir que poco o nada me importa la causa feminista?

Si viviéramos en un régimen totalitario como las distopias que crea Margaret Atwood, sería improbable que pudiera escribir esta columna. O tendría que hacerlo bajo un seudónimo como lo hizo un chino en el suplemento literario del Times donde contaba cómo el Partido comunista no solo exige a sus miembros a estudiar más de cincuenta horas sobre las virtudes del partido , sino que supervisa los contenidos curriculares de los niños desde el preescolar.
A veces me siento culpable de que estoy violando un acuerdo tácito con las mujeres y cuando eso sucede, trato de acordarme de mi familia cuando me tildan de….feminista.
Porque si ser feminista es decir lo que pienso, si ser feminista es que todos lavemos los platos, si ser feminista es no pedir permiso para salir una noche, si ser feminista es maquillarse y llorar cuando estás sensible, si ser feminista es ser como soy.
Soy la mejor feminista del universo.

No me extrañaría que en el futuro los hombres se alcen y comiencen con una revolucionario y la Atwood narre otra distopia donde a los que reprimen son los hombres y no a las mujeres. Veríamos a los hombres encerrados en el baño llorando, soportando nuestras burlas y los abusos en la oficina.
Las mujeres por fin podemos elegir cómo vivir, somos parte de la sociedad y nuestra opinión vale tanto como la de ellos. Eso es maravilloso. Lo celebro, porque hace tres siglos hubiera sido muy difícil tener un espacio mínimo en cualquier medio de prensa o haber publicado un libro.
Ojalá y no dudara cada domingo si estoy tomando la decisión correcta al saludarlos con “Queridos amigos” y no como solía hasta el año pasado con “amig@s”. Y fuer, políticamente correcto, debería escribir “Queridas amigas y amigos”, o bien “Queridos amigues”.
Como dice la Atwood: las políticas de reeducación se hacen en post de “un mundo mejor”.
Igual da susto.
¿O no?

Mis recomendaciones

Película: “Historia de una pasión” de Terence Davies (la puedes ver en Mubi) cuenta la vida de la poeta Emily Dickinson.
Libro: “La leyenda de la casa solariega” de Selma Lagerlöf (esta es la primera lectura del taller que comienza a fines de marzo y es preciosa).

Mis momentos

Fui feliz cocinando las orejas de Hamán, que son una especie de galleta que se rellena con mermelada, manjar o chocolate. Se hacen para celebrar Purim, una fiesta judía que celebramos hace poco. Quedaron ricas pero muy feas.
Estoy agradecida: Por las papas que coseché en mi huerta. No fueron más de una veintena y muy chicas, pero para mí, más que suficiente.
Aprendí: Ben Affleck es fanático del café y donde sea que esté pide un capuchino o un latte.

Lee. Escribe. Crea experiencias con el corazón 

Karen

 

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