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Queridos amigos,
 
Llegué a los 50 años con varias mini celebraciones, las que disfruté muchísimo.  
Como me gusta detenerme y hacer análisis del pasado y por ende, del futuro, se me ocurrió un ejercicio de memoria -lo recomiendo y cualquiera de ustedes lo puede hacer, indistintamente si te consideras hábil o no con la pluma- es bien divertido solo necesitas un papel o bien, la pantalla.

Dividí mi vida en cinco décadas (0-10, 10-20, 20-30, 30-40 y 40-50) y fui anotando cosas del tipo “fui por primera vez a un campamento” o “empecé con las jaquecas”.  Entre los cero años y los diez, fue fácil porque los hechos son universales (o a la mayor parte) a todos los seres humanos: aprendí a caminar, hablar, leer y escribir, inicié el colegio. Luego, con la llegada de la adolescencia y el nacimiento de los intereses particulares, la cosa se complejizó. Aparecieron las dudas, los quiebres, el amor desdichado, la pasión y los sueños. La persona que me convertiría tres décadas más tarde (hoy) tiene sus cimientos en esos años. ¿O no? Claro, la infancia es determinante, pero me veo más cerca de esa Karen de quince que de la que aprendió a caminar. Escribí casi de manera automática: el primer amor, la lectura y escritura, comencé a fumar, viví bajo la dictadura de las dietas -por ese eterno sueño de ser flaca- conocí Israel y otros países, me gradué del colegio, di un discurso en la graduación y engordé más de lo que quiero recordar durante el viaje de estudios. Rendí dos veces la prueba de admisión a la universidad; en Chile entonces se llamaba Prueba de Aptitud Académica (hoy PAES). Estudié durante un semestre historia, pero no me gustó y al año siguiente comencé a estudiar periodismo. Allí conocí a las que se convertirían en grandes amigos, a compañeros brillantes, mucho más cultos y habilidosos que yo.

Entre los 20 y 30 mi mundo cambió. Antes de casarme fui con mi mamá a la India y Nepal. Me convertí en mamá de dos, viví en Boston y en Miami, trabajé en América Economía y en la Revista Mujer. Fue una década muy, muy distinta. Con la maternidad comencé a vivir en torno a otros. Ser madre es eso: renuncia y trascendencia, de manera automática dejé de ser el centro del mundo. Sigo creyendo que es una de las mejores cosas que me han sucedido. Te conviertes en un ser generoso y resiliente. Estudié en la Universidad de Miami unas materias vinculadas a la economía (asumí que lo mío no era eso) y otros cursos sueltos en Boston, pero nada de eso me satisfizo. Murieron cercanos a mí que nunca más pude reemplazar y hasta hoy, los echo de menos.
Ya en la siguiente década llegaron dos hijas a mi vida. Puse terminó a mi relación con el cigarrillo que durante más de quince años me tuvo presa y comencé mi camino de escritura sin tener conciencia de lo que estaba haciendo. Fui tallerista donde Ana María Güraldes, después con Marco Antonio de la Parra y comencé a escribir mi primera novela, Respirar bajo el agua. También armé junto a otros. Memoria Viva, una fundación sobre la Shoá. Dejé la Coca Light y corrí mi primera maratón. En fin, mis lineamientos personales son más o menos similares a hoy.
Entre los 40-50 me convertí en la madre de cuatro adolescentes, y también tuve más tiempo y energía para enfocarme en mi desarrollo profesional. Me gradué en un Magíster en Literatura Comparada y seguí corriendo, se me ocurrió hacer el podcast Espiral, mandar este boletín semanal, escribir una segunda novela que aún no tiene casa editorial. (estoy segura de que en los próximos meses tendré una).
Pero este resumen deja fuera los problemas inherentes a cualquier mujer, los más privados, tanto míos como de terceros. Una lectora me dijo que intimido ante tantos logros y que por eso le gustó tanto el posteo sobre el abandono de la maratón de Nueva York. Entiendo que en el papel puedo sonar así, pero nada más lejos de mi esencia e interés la de darme a conocer como una “ganadora”.  Detrás de cada historia hay miles de desafíos, desvelos y tristeza.
Como cualquier persona.
Por ejemplo, puedo contarles cuánto he sufrido buscando la casa editorial para mi próxima novela o que no he podido cumplir con mis aspiraciones de periodista y escritora que tenía fijadas en mi cabeza. Todo eso y mucho más, me ha significado trabajar más, hacerme mejor amiga de la perseverancia y sobreponerme a la frustración.
Casi al cumplir cincuenta perdí a mi madre y ella que se enfermó hace años, dejó un vacío enorme en mí. Con ella tuve el ejemplo de una persona adelantada a su tiempo, madre y mujer trabajadora, una que mantuvo la familia por sobre cualquier cosa y a la vez, vivió con pasión y a pesar de que trabajó fuera de la casa por años, estuvo con sus hijas siempre. Dejó de laborar a los cuarenta y nueve años y yo, pretendo seguir haciéndolo por muchas décadas más.
Todavía no termino el ejercicio de memoria, pero como guardo mis agendas (sí, todavía son de papel) y las libretas con mis escritos personales, tal vez me anime a completarlo.
Hasta yo me cansé de un texto tan largo….

 

Van mis recomendaciones:

 Un podcast  A new formula for Happiness (NPR)
  Una película: Drive my Car ( Ryusuke Hamaguchi, 2021) . 

Mis momentos

Un momento feliz: Cada celebración de cumpleaños. (Desayuno, almuerzo y comida), mensajes y llamados. 

Aprendí: La idea de matrimonio ha cambiado muchísimo. Hace unos siglos era una transacción comercial, también una alianza estratégica, sobre todo en la  monarquía y en las clases más bajas (panaderos con panaderos, por ejemplo). A partir del siglo XVIII empezó el cambio de paradigma con el amor como elemento determinante. Lo podemos ver en la ficción de Jane Austen  en Orgullo y prejuicio. Hoy, está marcada por el amor en el que se aspira una igualdad de condiciones entre la pareja y que en este espacio encuentres el mejor amigo, el más entretenido, el más comprensivo, etc lo que tensa mucho la relación

Agradezco: Por estar trabajando en un proyecto para el 2023 con unas escritoras increíbles.

Lee. Escribe. Crea con tu propia pluma. 

Karen

 

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