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Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner, periodista y escritora, te doy la bienvenida al programa #71 de Espiral, tu podcast de literatura y creatividad. El capítulo de hoy lo dedico al auto perdón, a cómo perdonarme ¿A qué me refiero con ello? A alcanzar con uno misma una actitud más dulce, menos severa. A mí me cuesta mucho, es un ejercicio consciente. Este tema surge a partir de algo que me sucedió hace poco, ya te contaré.
Recuento personal
La idea de hacer un recuento personal en cada episodio proviene de Joanna Penn con su podcast The Creative Penn, uno que escucho hace años y del cual además, aporto por medio de la plataforma Patron. Ella ha sido una brújula, una guía en torno a cómo enfrentar el camino de la escritura y combinarla con otros canales que me permitan dar contenido sin perder mi foco. Ella es inglesa, vive en un pequeño pueblo, Bath y no solo me ha sorprendido por su claridad, tesón y el contenido que semana a semana da, sino porque es muy generosa. Con ella aprendí cuan importante es mantener una comunicación con los auditores, ayudarlos en la medida de lo posible y no fallar en los programas. Esto ha sido básico, porque a momentos uno duda si podrá será capaz de hacer el episodio, si será interesante lo que uno va a contar. Además si bien Joana Penn habla sobre su vida, no es voyerista en lo más mínimo y logra combinar su expertise de escritora y figura mediática, con lo que le sucede más íntimamente. Lo que agradezco profundamente porque es generoso y también uno se hace más vulnerable a momentos.
Por eso te cuento que me he portado pésimo a qué me refiero. Lo laboral me ha consumido, no solo he descuidado mi tiempo de “ocio” como se lo llama hoy, sino que me he exigido demasiado, incluso en horas que no debería seguir trabajando.
“La primera noche de mi vida” así titulo la novela que acabo de finalizar, ahora la está leyendo mi marido, siento que voy camino a recuperar mi centro. Por ejemplo, en unas horas me reuniré con unas amigas y lo haré en paz. O mañana viernes saldré a almorzar con mis hermanas, cosa que no hago desde el año pasado. Imagínate que yo parto el día a las 6.20 de la mañana y literalmente no me detengo.
El fin de semana fui a la playa con un grupo de amigas a celebrar el cumpleaños número 50 de una de ellas. ¿Les ha pasado que no quieren que siga avanzando el reloj? Cada una estaba muy consciente del privilegio que estábamos viviendo. Hicimos una piñata, las rellenamos con puras tonteras estilo lima para las uñas, elásticos para el pelo, nos bañamos en la piscina, hablamos temas profundos y otros muy importantes, como por ejemplo: ¿cómo lograr unos rulos perfectos? Una de ellas me recomendó seguir la cuenta de @ruloschile
Agradezco a los 25 nuevos suscriptores al boletín y esto también aporta a mi felicidad. Cristián Torrealba escribió a mi correo karen@karencodner.com: “Querida Karen. Tengo la suerte de vivir muy central y no uso nunca el auto. Salvo una vez a la semana que debo hacer un viaje de dos horas. Es ahí cuando aprovecho de escuchar tus podcasts. ¡Son fantásticos! Sigue así por favor”. También a Eduardo Opazo que me contactó por Instagram “Hoy escuché Espiral. Y me encantó. Desde ahora seré un auditor fijo”.
Vamos con el programa de hoy el número 71: ¡Cuesta tanto perdonarse!
El tema surge de algo que me sucedió hace unos días. Trabajé muchísimo para postular la novela “La primera noche de mi vida” a un concurso. Es difícil dimensionar las horas, el espacio que ocupó esta novela en mi vida. La comencé en septiembre del 2017 y el proceso de escritura culminó en noviembre del 2019. Luego, vino una revisión exhaustiva de reescritura. En febrero de este año inicié otra etapa, de una edición más estilística. Por lo tanto, llevo cuatro años y medio en total. Me había puesto la meta de postularla al Premio Mejores Obras Literarias, en novela inédita, era una meta. Este es un premio que se ofrece anualmente en Chile. El plazo para la postulación vencía el viernes 20 de mayo, así decía en el correo que recibí y así lo revisé en la web y comentaba que el premio se extendía al 20 de mayo, en eso estaba y en eso me confié. Imprimí dos ejemplares, uno para mi marido y otro para mí. Pero antes de dárselo, la volví a leer en papel, ojo, esto es básico, cualquiera que escriba lo debe hacer porque uno encuentra errores que en la pantalla se pierden. Vi tantos temas y cosas por mejorar que simplemente le quité el ejemplar a mi marido y me dedique a volver a leerla, a volver a revisar y editar.
Me quedaban cinco días para que venciera el plazo. Una maratón de intensidad. Quise eliminar lo que más pudiera la voz pasiva , eso es utilizar el “se”. Un ejemplo, “se puso a jugar con una pelota” quita fuerza a la acción. Es difícil convertir una frase pasiva en activa. Siguiendo con el ejemplo habría que reescribirla en algo así ella “lanzaba la pelota”. O el uso excesivo del “que” lo que se denomina el queísmo, que cansa y no da ritmo. Ojo, no había problemas de estructura, personajes, sino de un mejor estilo.
Todo esto coincidió con que yo estaba en la playa, lo que me significó trabajar intensamente el viernes, casi sin desconectarme, solo lo hice para el almuerzo. Tuve que resignarme no iba a alcanzar a revisarla por completo, acepté que me faltarían unas treinta páginas y tendría que mandarla casi corregida. Ya había avanzado con la postulación y a las 17.10 de la tarde dije “no más”, además que como yo intento respetar Shabat, el día de descanso de los judíos, en invierno comienza muy temprano, alrededor de las 17.30, tenía también ese límite. Pero no podía subir el escrito a la plataforma, tampoco rellenar el campo del seudónimo, como si se hubiera bloqueado el sistema. Qué raro, pensé, debe ser el explorador. Me fui del Chrome a Safari pero sucedía lo mismo. Ahí leí un aviso: “la postulación se cerró hoy a las 17 horas de Chile”. Todo lo que yo te cuente hoy es poco, pena con una rabia, tremenda decepción, impotencia. No había nada que pudiera hacer, simplemente venció el plazo y debía aceptarlo.
Recuerdo que me duché y grité, quería llorar, dicen que todo es para mejor, pero no para mí en ese momento. Le escribí a varias amigas y una me comentó que le había sucedido al realizar otras postulaciones, algo de consuelo. Me llamó una amiga y auditora, Judith Riquelme para darme ánimo. Venía Shabat y poco o nada podría hacer. Escribí al correo de contacto, pero obviamente nadie me contestó. Debía perdonarme, dejarlo ir, pero ¿cómo?
Lo analicé bastante, me ayudó mucho estar bien acompañada y contenida. Obvio que mis amigas sabían de esta postulación y cuando les conté buscaron una serie de consuelos. Hoy te puedo decir es que esto me conecta con el error, de que a veces estoy tan imbuida en el quehacer que olvido los detalles. Me acordé de mis hijos, eso creía, es algo que les sucede con mayor periodicidad a los jóvenes, no a mí, una adulta, cuidadosa de la letra chica. Fue un golpe de humildad, aceptar que hay cosas que efectivamente no fueron y no serán. ¿Por qué me pasó esto? Ahora lo sé. Me enfoqué tanto en el objetivo que me olvidé de ser más concienzuda en el proceso. Me confíe. Me faltó ser más detallista. Por otra parte, también creo que tenía muchos miedo. Veo imposible ganar un premio tan prestigioso y así tenía la excusa perfecta para decir por qué no lo gané. Pero no puedo ganar si no entro en el certámen. Esto ha sido un golpe a mi ego, a mi súper Karen.
Ha pasado una semana y sigo triste. Pero bueno, terminé de revisar lo que me quedaba y ahora mi marido la tiene en sus manos. Otra vez debo esperar, otra vez más retroalimentación. En la escritura la humildad, la paciencia y la perseverancia son tan importantes como la escritura en sí misma. Yo soy acelerada y eso me lo volvió a recordar mi profesora de gimnasia con la que entreno hace poco: “eres atolondrada” me dijo y yo pensé “si me conocieras”. O pensé en una mujer que trabaja en Memoria Viva . Ella me sorprende por su paciencia y meticulosidad. ¿Sigo con pena? Absolutamente. Mucha.
Recién ayer me atreví a buscar otros concursos, pero me sigue atormentando la oportunidad que perdí. También perdí la opción de postular con “Cuaderno de escritura” porque me dije: subiré todo al mismo tiempo. Ahora me imagino, ya entiendes por qué estoy con más tiempo. La novela la está leyendo un tercero y por ende, las horas que invertí en ella, están en suspenso. Cuesta perdonarse. Cuesta. Estoy en proceso, casi una sanción.
De eso escribí en el blog en el 2018 “Ayuno y perdón”. Los judíos una vez al año observamos una fiesta que se llama “Iom Kipur” o “El día del juicio” en la que ayunamos por 27 horas y hacemos un examen personal muy exhaustivo. Ds nos perdona nuestros errores y pero solo los que son entre mi persona y Ds, porque los que son con terceros debo ir directamente, contactarme con la persona involucrada y pedirle perdón. Hoy me pregunto ¿que sucederá con los errores de mi hacia mi? No lo sé. Quizás estoy inventando mi propio Día del perdón con delicadeza, reflexionando aquí sobre ello en Espiral. ¿Sabes perdonarte? Cuéntame, deja tu comentario en la transcripción o escribeme a karen@karencodner.com
Lee. Escribe. Crea.
Y perdónate.
Chaoooo.