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#65 Entrevista a Luis Poirot en Espiral (Primera Parte)

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        Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner, periodista y escritora, te doy la bienvenida al programa #65 de Espiral, tu podcast de literatura y creatividad. ¿Te gusta la fotografía? ¿quisieras aprender un poco? Hoy en la entrevista de Espiral tendremos por primera vez a un fotógrafo de una trayectoria insuperable: Luis Poirot.  Nadie diría que tiene ochenta años, pues sigue trabajando y muy activamente. Él es uno de los grandes referentes de la fotografía en Chile y en el extranjero. Actualmente vive y trabaja en Santiago, realiza talleres de fotografía, fue agregado Cultural en la Embajada de Chile en Bélgica, residió y trabajó en EEUU, fue actor y director de teatro. Sus fotografías se encuentran en las colecciones del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en Chile, la librería del Congreso de Washington, el Museo Reina Sofía en España. Ojo Luis está viajando estos días a España a una exhibición, y es la primera vez que lo hace desde que irrumpió el Covid-19 en nuestro planeta. Ha publicado más de diez libros y hace algunos meses salieron estas dos joyas: “Autorretratos. Conversaciones con Luis Poirot” de Francisco Mouat por editorial Hueders y “El paisaje es el rostro. Ciento y tantas escritoras y escritores chilenos” de editorial LOM ¡Ambos libros pueden ser tuyos! los estaré sorteando en mis redes sociales, para que estés atento.

       

Ahora te invito a escuchar la primera parte de la entrevista a Luis Poirot. Recuerda, mañana saldrá la segunda.

Recuento personal

        ¿Puedo hacer un recuento personal de lo intensa que ha estado mi vida en el último tiempo? Lo intentaré. En el episodio anterior, en el que te conté por qué me gustaba bailar aún seguía de vacaciones ¡qué lejano se ve! Y solo han pasado quince días. Me encantaría decirte que he bailado, pero no. Hace poco tuve una celebración e iba preparada para bailar las “oras” que son rondas típicamente judías que bailamos en fiestas. Pero no pude. Resulta que estaba muy elegante, con un vestido precioso que no me ponía hace dos años o más (ya que en Chile hemos estado muy encerrados, inicialmente por toque de queda del Estallido social en octubre del 2019 y luego por el Coronavirus) el vestido quedó guardado en mi clóset. Bueno, la cosa es que me arreglé, peiné y maquillé, me sentía extraña así de producida, uno pierde la costumbre. Si eres mujer te puede haber pasado y también si eres hombre. En el cóctel empecé con unos mareos y después me vinieron nauseas. Si bien no fue nada, tuve que sentarme y ser una mera “observadora” de los bailes.

En otro tema tengo varias novedades y buenas. En el boletín -lo puedes leer en mi página web en la sección blog- el que titulé ¿Por qué debemos leer a los rusos? Les conté a mis suscriptores que estaba remodelando la cocina y que mi hija no pudo regresar desde Israel porque le dio Coronavirus. Hoy te digo: la cocina está lista y mi hija por fin regresó sana y salva a Chile. ¿Qué más puedo pedir? Si quieres suscribirte al boletín y conocer todas estas aventuras te invito a hacerlo en mi página web www.karencodner.com

La semana pasada comencé el taller de lectura de “Los rusos”. Tengo 11 alumnas y lo que más me gusta es que son diferentes, de todas las edades e intereses. La preparación para la primera clase fue muy demandante porque integré antecedentes históricos sobre la guerra en Rusia y Ucrania. Además que decidimos modificar las lecturas y eso también fue una responsabilidad, estoy muy feliz con este grupo. Si alguna de mis alumnas me está escuchando le digo ¡gracias por sumarte! Sigo con el taller de cuentos con Jaime Collyer y se suponía que iba a leer un cuento en la sesión anterior, pero tuve que disculparme porque sencillamente no me dio el tiempo para corregir uno antiguo. Pero mañana martes leeré, es la primera vez en años que estoy en un taller, y esto no deja de ser un desafío.

En las vacaciones decidí además sumarme a un taller de cerámica. Contacté a Catalina Zarhi, en Instagram @catazarhiceramista, que es una de las mejores ceramistas en Chile, y me dijo que haría una sesión de prueba. La idea era convertirme en alumna del taller los martes en la mañana. Pero como conozco mis limitaciones en relación al tiempo, terminé abortando mi iniciativa, era poco realista. Entre Espiral, mi novela que está en las últimas revisiones, el taller de lectura, el taller de escritura que impartiré en el Centro Cultural El Tranque en mayo, los artículos que empecé a escribir en suburbano.net, el taller de cuentos y uno de novela que comienza a fin de mes (seré alumna), no me alcanza el tiempo, así de simple. Por otra parte mis hobbies están congelados, hoy por primera vez en varias semanas alimenté a mi “pre fermento” de masa madre que descansaba en el refrigerador. La huerta está en pausa y el yoga, que más que un hobbie es una necesidad, también sigue a la espera. Lo que sí estoy haciendo es correr a full, al parecer voy con mi marido a la maratón de Nueva York que es en noviembre. Para mí no es la carrera ideal porque es muy, muy exigente -la he corrido dos veces y me prometí en su momento no volver a hacerla-  pero las otras opciones no me servían por las fechas.

Ahora te invito a escuchar esta hermosa conversación con Luis Poirot.

KC: Hola Luis ¿Cómo estás?

LP: Muy bien.

KC: Me alegro.

LP: Con 81 años, muy bien.

KC: ¿Y qué te estoy interrumpiendo? ¿qué estabas haciendo al minuto conectarte?

LP: Y bueno, estoy siempre trabajando con algo de fotografía y estaba preparando un poco la charla que voy a hacer la otra semana en España porque tengo una exposición sobre retrato y voy a dar una charla sobre esto, entonces, estaba seleccionando las fotos que iba a proyectar.

KC: ¿Y cuánto el tiempo le dedicas a preparar una charla?

LP: Lo que pasa es que voy de a poco, no me pongo un día. El día que me pongo ya a terminar, ya han pasado varias cosas, he soñado con la charla, me he desvelado a las tres de la mañana, y de repente cuando voy caminando por la calle voy pensando cosas. Entonces, ya al final es unir todos estos trozos dispersos que están esparcidos.

KC: ¿Y cómo viajas en tiempos de coronavirus?

LP: Bueno, va a ser complicado, ahora porque es un viaje largo, a España son catorce, dieciséis horas con mascarilla. De hecho, voy solo, no voy con Fernanda, normalmente viajamos siempre juntos pero esta vez voy solo, y yo creo que va a ser un viaje complicado, no va a ser fácil.  Además, que en los aviones yo me tengo que mover, soy diabético, entonces tengo que caminar, no me puedo quedar quieto mucho tiempo. Pero, por otro lado, me hace ilusión porque ha sido tal el encierro, ha sido tal el enclaustramiento, ya llevamos más de dos años en esto, que salir un poco y encontrarme con otras personas, otra realidad, yo creo que me va a hacer muy bien.

 KC: ¿Y es tu primer viaje en estos dos años?

 LP: Es el primer viaje. Y piensa tú que al principio cuando empezó el encierro, nosotros estábamos en el campo, en la casa que tiene el padre de Fernanda. Una casa antigua chilena muy bonita, con un terreno grande. Habíamos ido por el fin de semana y llevábamos ropa para el fin de semana. Era marzo esto, o sea todavía andábamos con short y con manga corta. Y de repente, vino esto del encierro y Fernanda, que es muy atinada, me dijo, quedémonos acá, pensando que era un par de semanas.

Hubo un día, antes del encierro definitivo, que ella dijo, voy a Santiago a buscar un poco de ropa y algunos libros. Vino a Santiago por el día, trajo algo de ropa, algunos libros y nos quedamos siete meses, ocho meses en el campo, hicimos clase por Internet, las niñas también – tengo dos hijas, una que tiene ahora 15 y otra que tiene 11- hacíamos las tareas por computador. Pero nos quedamos siete u ocho meses en el campo. Que claro, era un encierro no tan grave como en Santiago, en un departamento, pero no deja de ser un encierro ¿no? Y luego, he hecho clases no presenciales, hasta ahora hago clase por Internet, en las tardes de siete en adelante. Preparé dos libros, alcancé a terminarlos y creo que he hecho una sola presentación pública en todo este tiempo, que fue en el Teatro Oriente cuando hicimos la presentación del libro Retrato de los escritores». Y le digo a mis amigos, ya estoy haciendo méritos para ser un monje trapense, me queda poco.

KC: ¿Qué es lo que más echas de menos de la vida previa al coronavirus?

LP: Los abrazos, a mí me gusta abrazar, me gusta hacer cariño, el contacto físico. Echo de menos ese contacto físico, aquí a la casa han venido una o dos personas, no más. Yo creo que esto nos cambió las costumbres para siempre, fíjate. Esto es bastante definitivo. Por otro lado, yo siempre he sido una especie de lobo solitario, soy muy encerrado. A mí me gusta estar en la casa, me gustan mis libros, me gusta mi música, me gusta estar encerrado en este espacio, o sea, en ese sentido tampoco ha sido sacrificio. He podido pensar en proyectos, las exposiciones se acabaron, salvo está en España ahora, que estos locos españoles están haciendo las cosas como si no existiera nada, pero en Chile se acabaron las exposiciones, yo antes, por lo menos hacía una exposición al año, eso me gustaba mucho porque tenía una relación y un contacto con la gente. El oficio de fotógrafo es solitario, tú estás solo, te paseas solo, entonces la exposición es el momento, yo voy a las exposiciones y hablo con la gente, no es para que me digan, oiga, maravillosa su fotografía, sino que me gusta saber qué es lo que les pasa a ellos con la fotografía, para conversar, tener una especie de retorno de eso. Eso lo echo de menos.

KC: A fines del año pasado, del 2021, se publicó el libro «Autorretratos. Conversaciones con Luis Poirot» de Francisco Mouat de editorial Hueders.  Es un tremendo libro porque tuvieron una conversación de cuatro años ¿cómo fue esa experiencia?

LP: Yo creo que fue muy buena. Desde el principio, yo le dije a Pancho mira, yo voy a hablar sin filtro, si hay que podar algo lo veremos después, pero una conversación de este tipo no tiene sentido si yo me estoy censurando al momento de hablar. Entonces yo voy a hablar con la mayor sinceridad y verdad posible, y a lo mejor te voy a contar cosas que no he contado nunca. Y así fue. Y también Pancho me contaba cosas, porque él pasó por un momento también muy doloroso, la muerte de su padre, que fue un momento muy duro para él y suspendimos un tiempo las conversaciones porque él tuvo que vivir su duelo y yo le dije, yo lo entiendo, para mí la muerte del padre fue un duelo que todavía me surge. Fíjate que me acordé de cosas en esta conversación que no me acordaba, surgieron cosas que tenía escondida por ahí en un rinconcito, en un cajón, como dice la canción de Serrat, en un cajón, uno cree que no están y están ahí, y de repente, surgen. Y esa era la habilidad de Mouat, Mouat creó una atmósfera de confianza, de intimidad, no era un entrevistador, los dos estábamos viviendo una experiencia. Y él también, como te digo, me contaba cosas de su vida y eso facilitó el encuentro. Facilitó también que fuera en el tiempo, de repente pasaban semanas que no nos veíamos. Y cuando vi el libro había cosas que ya ni me acordaba que había hablado.

KC: ¿Te arrepentiste de algunas que aparecieron o no?

LP: Un par de cosas que yo le pedí, le dije, mira más vale dejarlo fuera porque son confidencias familiares que no le interesan a nadie, que no tienen que ver con mi trabajo, que no influyen en mi trabajo y que son un desahogo que yo tuve contigo en algún momento, pero que no tienen mayor importancia, que van a teñir quizás el libro de una cosa que no tiene interés entonces, mejor olvidémosla, dejémoslo afuera. Algunas, él no estaba muy de acuerdo, quería incluirlas, pero, en fin. Fue respetuoso absolutamente en mis deseos.

KC: ¿Y a qué edad comenzaste esta, más que entrevista, te diría esta conversación íntima con Francisco Mouat?

LP: Bueno, si era hace cuatro o cinco años atrás, a los sesenta y cinco, sesenta y seis. Y era divertido porque yo le decía, oye, tenemos que darnos prisa porque a esta edad yo no sé cuándo te ataca al Alzheimer, a lo mejor tú vas a tocar el timbre, vas a llegar un día y yo te voy a mirar y te voy a decir, ¿y usted quién es?, ya no me voy acordar de nada. Entonces tenemos que apurarnos mientras, mientras tengo memoria. Afortunadamente todavía tengo memoria Y le digo a Fernanda, pégame una patadita cuando empiece a decir más tonterías de las habituales, para ponerme en alerta que ya llegó la vejez de ese tipo. Tengo buena memoria, pero para lo que me interesa. No me acuerdo nunca de los números de teléfono.

KC: ¿Ni siquiera antes?

LP: Nunca, ni de los veinte años. En esa época cuando existía la guía teléfono, yo iba a un teléfono público y tenía que llamar a mi casa y tenía que buscar mi número en la guía teléfono el número de teléfono de mi madre para poder llamarla.

KC: Ah, a ese nivel.

LP: Nunca, jamás. Las claves del teléfono, del banco las tengo que tener una anotadas en un papel porque nunca me acuerdo de eso. Pero lo que tiene que ver con lo que me interesa, con las clases, con mi oficio, los fotógrafos, fechas, datos, nombres, de eso me acuerdo absolutamente. Y yo puedo dar una charla de una hora y media, dos horas sin llevar un solo apunte, visitar cosas absolutamente de memoria, eso absolutamente no me falla.

KC: Luis, hablaste al comienzo de esta conversación de ser padre. Eres un padre ya adulto, tercera edad, de niñitas jóvenes. Eres un cierto padre también de la fotografía chilena. Eres padre de otro hijoy tuviste un padre también bastante peculiar al comienzo de tu vida ¿cómo fue ese vínculo?

LP: Bueno, fue una relación curiosa porque fue un padre distante. Yo nací en diciembre de 1940, el 13 de diciembre, soy sagitario, y en febrero del 41′, dos meses después de que yo había nacido, mi padre partió como voluntario en un barco desde Valparaíso a unirse en Londres a lo que eran los “franceses libres del General de Gaulle”, los que peleaban contra los alemanes cuando Francia ya se había rendido. Entonces, yo no conocí padre en la primera infancia, mi madre tuvo que empezar a trabajar para alimentar a mi hermana mayor- que tenía cinco años más que yo- y a mí. Entonces, estaba la pobre todo el día en una oficina haciendo un trabajo infame, no tenía ninguna calificación, trabajaba muchas horas. Y yo quedé con mi abuela paterna que me crío, ella fue padre y madre para mí. Era de una ternura conmigo infinita, era de una complicidad que me acompañó hasta que ella murió. Fue confidente mía toda la vida. Teníamos el idioma secreto, nosotros hablábamos en francés para que no nos entendieran los otros nietos que no hablaban tanto francés. Éramos muy cómplices. Entonces, un día, a los cinco años, me dicen, vamos a ir a Cerrillos a esperar a tu padre. Yo decía qué era un padre, yo me recordaba unos pedacitos chicos de papel, que era una foto de un señor al lado de un tanque o al lado de las pirámides, y mi madre me decía este es tu papá, pero yo no sabía que lo que era un papá. Yo no iba al colegio, estaba todo el día en mi casa, no tenía amigos. Todo el día era la relación con esta abuela, mi hermano llegaba en la tarde, era muy mayor para mí. Yo pensé que a esa edad como que uno escogía un padre, como que te llevaban a una juguetería a escoger un papá, me tocaba escoger un padre. Y me llevan a Cerrillos, aterriza un avión de dos motores, baja una fila de unos doce, quince personajes, yo creía que tenía que escoger uno. Y en brazos de mi madre, dije – es el recuerdo más antiguo que tengo- ese, ese.

KC: Bastante lúcido el recuerdo.

LP: Y escogí uno que no era, por supuesto, y de repente me tomó en brazos otro señor y yo dije, pero este señor qué quiere, por qué me toma en brazos, yo quiero ese otro. Me costó entender y hacer esa unión entre ese pedacito de papel que era una fotografía, una fotito chica, y ese señor de carne y hueso que me decían que era mi padre. Yo creo que el trató de ser padre, no sabía. Porque tampoco tuvo padre, él había nacido en 1912 y dos años después, en 1914, su padre – que había nacido en Francia y que era un ingeniero que estaba trabajando en Chile haciendo el puerto de Talcahuano – tuvo que irse a la Primera Guerra Mundial y no volvió. Entonces él quedó a los dos años sin padre.

KC: O sea, él también siguió un poco el modelo paterno.

LP: Absolutamente. Yo era muy distinto de personalidad y de carácter a mi padre. Mi padre era muy alegre, muy amigo de sus amigos, muy bueno para la fiesta, era bailarín.. Yo siempre era muy apagado, más bien forme, introvertido, callado, tímido. Entonces, no logramos nunca establecer una unión. Yo veía que él trataba, pero no nos encontrábamos.

KC: ¿Y eso te da pena hoy o lo tienes tan asumido que ya?

LP: No, lo tengo muy asumido. Fíjate que él trató de vivir con mi hijo Andrés, cuando estábamos en Barcelona, que era un niño chico, él vivía en Francia, nos iba a ver a veces y él vivía con mi hijo, yo creo, la relación que trató de tener conmigo y que fracasó. Él también pensó que yo no tenía destino porque me vio en el peor momento de mi vida, un exilado recién llegado. Entonces, él no creía yo iba a hacer libros, no creía todos estos proyectos que yo iba hacer, él me veía un exilado, tratando de sobrevivir y tratando de hacer un trabajo. Me vio en el peor momento de mi vida y yo trataba de decirle, no padre, si yo hice otras cosas en Chile antes de salir exilado, tenía otra vida y eso se cortó, pero ahora voy a reiniciarla. Yo creo que eso no lo creyó nunca, no lo vio nunca. Cuando murió, yo estaba en Barcelona, yo tenía una hermana que murió, que vivía cerca de él.

KC: ¿Eran tres hermanos?

LP: Sí, éramos tres hermanos hombres y esta hermana que era de otro matrimonio que tuvo mi padre, a mí no me gusta decirle ni hermanastra ni media hermana, era hermana para mí. Yo la quise mucho y yo sé que ella me quiso mucho también. Esta hermana me manda un telegrama, era la época de los telegramas, estamos hablando del año 82′, entonces me dice “el papá murió” – yo sabía que estaba enfermo de cáncer, que en cualquier momento eso se iba a producir, no era una sorpresa –“tú eres el hijo mayor que está cerca, la tradición es que tú estés en el funeral, tienes que venir”. Era un día sábado, le dije, mira, los bancos están cerrados, no puedo comprar un pasaje, bueno, el lunes voy.

KC: ¿Pero tú estabas exiliado en ese minuto en Barcelona? ¿O estabas viviendo como por cuenta propia ya?

LP: No, había sido un exilio voluntario. Había vivido primero dos años en Francia y después ya estaba en Barcelona. Me llevaron al hospital y me mostraron algo que no deberían haberme mostrado, yo quería tener un recuerdo de un hombre alto, fuerte, y abrieron una cámara frigorífica y me mostraron el cadáver de un viejito, yo no quería tener ese recuerdo. Después fue el funeral, el mejor homenaje que le hizo Francia no fue porque fue un veterano de guerra, sino que cerró el bar que estaba frente a la oficina donde él iba todos los días a tomarse un traguito y que era el cliente habitual. El dueño del bar y los clientes habituales fueron al funeral. Ese fue el mejor homenaje.

KC: Luis, una cosa que se me acaba de ocurrir, no sé si lo has pensado, Jorge Luis Borges tuvo problemas a la vista, estoy nombrando algunos, Beethoven a la audición, y tú eres un hombre que tiene una relación intensa con sus ojos, de partida tuviste una alergia muy fuerte cuando eras niño, que te impedía ver la luz.

LP:  Y que me dejaba encerrado en una pieza oscura con mi abuela.

KC: Literalmente en una pieza oscura.

LP: Literalmente en una pieza oscura. Yo estaba ahí horas solo, mientras mi abuela ordenaba la casa, después ella iba y se sentaba al lado mío y me contaba historias en francés o cantaba, y me acompañaba hasta que yo lentamente a las dos, tres de la tarde me ponía unas compresas de algodón con té para despegarme una verdadera costra que tenía en los ojos.

KC: ¿Qué edad tenías Luis?

LP: Bueno, desde los cuatro años, cinco años.

KC: ¿Pero eso se detuvo en algún minuto o te acompañó a lo largo de tu vida?

LP: Terminó como a los doces, trece años, era siempre en la primavera. Yo creo que también por eso en la oscuridad empecé a imaginar muchas cosas, imaginaba, me contaba historias y fui creando un mundo en que yo me podía alimentar solo, y la presencia de mi abuela. Bueno, para terminar con lo de mi padre, vino el funeral, muy protocolar en un pueblo cerca de París, el ataúd en tierra y el señor de las pompas fúnebres como maestro de ceremonia, me pasa la pala y me dice “usted es el hijo mayor, usted lo entierra primero”. Y yo tuve que pescar la pala, la piedra, la tierra que cayeron sobre el ataúd y después a todos los que fuimos al funeral.  Encuentro que era hermoso porque realmente fuimos a enterrarlo. Y yo me fui de ahí, y en ese momento entendí lo importante que había sido ese hombre en mi vida, que había vivido pocos años, habían sido mucho más presente mi madre y mi abuela, pero él me dejó una cosa que en ese momento me di cuenta. Él se unió en 1941 a una causa que él creía que era la justa, pero en ese momento eran los que perdían, Inglaterra estaba a punto de rendirse con los alemanes, Francia se había rendido, esa era una guerra que tenían perdida. Y él se fue unir con ese grupo porque era lo que él creía que tenían una razón ética. Y a mí me dejó eso, y creo que fue mucho más importante eso a que me corrigiera las notas o que me tomara la mano o que me hiciera añuñú. Eso fue algo que me ha marcado hasta el día de hoy, uno tiene que estar donde uno cree que es la razón y no la conveniencia.

KC: ¿Cuáles han sido esos momentos para ti, después de haberte dado cuenta de este mensaje tan potente? ¿lo has podido aplicar?

LP: Han sido varios momentos en mi vida, varios momentos en que he tenido que tomar opciones. En la vida de repente tú vas por un camino y llegas a un cruce y tienes que tomar para allá o para allá, y es en ese momento, han sido esas distintas opciones que me ha ayudado, desde cosas personales y dolorosas, la decisión de divorciarme y separarme de mi primera esposa, no es fácil, eran 35 años de matrimonio pero llegó un momento que tú dices, es un período de mi vida que se terminó, tengo que afrontarlo y tengo que tomar una decisión, no es fácil, es más fácil seguir y convivir como amigos, como compañeros, y llegar en una costumbre adormecedora. Porque el final de una relación, de un matrimonio tan largo es una ruptura que no es gratuita. Eso crea daños en los dos y en el entorno. Pero, sin embargo, yo sentí que era una decisión que tenía que tomar.

KC: En ese sentido, las separaciones siempre son traumáticas, pero ¿tú crees que lograste visualizar lo que iba a ser el quiebre? ¿lograste anteponerte al dolor y al quiebre?

LP: Sí, yo eso más o menos lo había visto con mis padres. Había visto la partida definitiva de mi padre cuando se fue a Francia, cuando yo tenía 17 años se separaron, mi padre se fue a Francia, mi madre quedo aquí con nosotros sola. Fue un período muy duro, muy doloroso, entonces yo sabía eso. Pero también después entendí a mi padre, no lo juzgué, yo entendí que él había tomado una decisión, que él había buscado su felicidad, y claro, nosotros éramos el precio que había que pagar, pero bueno, era su vida también. Al principio le hice un reproche, pero después ya no le hice nunca más y entendí que en ese segundo matrimonio mi padre fue feliz, y con esa mujer, Elena, que estuvo con él hasta el final, él tuvo una relación que no habría podido tener con mi madre. Partir de Chile también fue una decisión, yo dije, no puedo vivir en una dictadura, no soporto vivir en una dictadura, el no quedarme en Francia, me ofrecieron cosas muy atractivas cuando ya me iba a ir de Francia a Barcelona, ya había vivido dos años, pero yo dije no, este es un período que está terminado. Yo no soy un fotógrafo francés, voy a explorar otra cosa, si me quedo aquí voy a hacer un pastiche, voy a hacer una mezcla de fotógrafo francés que no es verdad, aunque me llame Poirot, no es verdad.

KC: ¿Y cuál es tu segundo apellido?

LP: De la torre, mi madre tenía unos nombres maravillosos, se llamaba Aurora Olivia de la Torre Velázquez.

KC: ¡Qué lindo! me encantan, rimbombantes, con personalidad.

LP: Y tenía una hermana mayor profesora que se llamaba Flora de la Torre, imagínate.

KC: Flora de la Torre, imagínate visualmente.

LP: Claro. Y una vez le pregunté a mi madre ¿y cuándo llegaron ustedes de España? no, me dijo si no veníamos de España. Mi abuelo, me dijo, venían arrancando de Argentina, de no me acuerdo qué dictadura. O sea, que esto también está en la familia. Entonces el de la Torre venía de Argentina, no venían directamente de España. Entraron por el norte, mi abuelo trabajó en una mina, yo lo alcancé a conocer, el padre de mi madre, don Adolfo que según decían se parecía a mí en los ojos achinados, en que era callado como yo, éramos herméticos, él me quería mucho porque nos podíamos pasar horas sentados los dos cada uno leyendo algo y sin hablar media palabra. A él le gustaba eso, se parecía a mí.

KC: Hoy en día nos podemos quedar horas sin hablar media palabra, pero pegados no a un libro, a un teléfono.

LP: Sí. Entonces, bueno, han sido varios los momentos. El decidir operarme, que era una operación del ojo complicada. Bueno, algunas decisiones equivocadas también he tomado por supuesto, no siempre uno hace lo que debe ser. Nunca he buscado escalar en posiciones de poder, no he querido ser jurado, evito ser jurado de concursos de fotografía, cualquier cosa de esas que signifique un poder. O tener poder dentro de las estructuras culturales que también es una tentación de muchas personas, yo no, yo soy un fotógrafo que hago mi trabajo y punto, no estoy ejerciendo poder, ni juicio sobre nadie.

KC: Luis ¿qué son los ojos?

LP: Bueno, ¿qué es la visión? ¿qué es la luz?

KC: ¿O la oscuridad, un cuarto oscuro?

LP: Y eso que tú dices me persigue hasta hoy día. Tú ves que me lagrimea un ojo porque no tengo lagrimal. Este lagrimal me lo sacaron, esta parte de mi cara está rellena con silicona, esta parte de la nariz es titanio. No me hicieron más guapo de mala persona que son no más porque podrían haber aprovechado de hacer una arregladita ¿no.? Hicieron lo que hicieron, milagrosa operación. A veces me cuesta ver, en la cámara de repente me cuesta mirar. Por qué yo he hecho lo que tú me preguntabas antes, por qué he hecho de lo más débil de mi cuerpo, mi oficio, no lo sé.

KC: ¿En serio después de tantos años, de toda una vida vivida, no lo sabes, lidiando tan fuertemente con la vista?

LP: No lo sé. Esos largos periodos en una pieza oscura que te obliga a una mirada interior ¿por qué hago de lo más débil mío? Fíjate que el cáncer en el lagrimal fue producido por la emanación de los químicos fotográficos del laboratorio.

KC: ¡No te puedo creer!

LP: El revelador, la hidroquinona, el químico que tú disuelves, es un polvito que tú disuelves y se usa en líquido en esta cubeta donde metes la hoja de papel, hay pequeños átomos de ese polvo que quedan en suspensión en el aire, durante años al trabajar inclinado sobre la cubeta para ver aparecer la imagen, yo aspiraba eso, me envenenaba con eso. Eso tardaron mucho tiempo, la Kodak y la Ilford en poner una advertencia a los paquetitos, a decir que cuidado que esto puede producir cáncer. Eso lo sacaron hace muy poco, hace diez años, antes no decía nada. Entonces yo no debería trabajar en el laboratorio, yo debería trabajar solo en fotografía digital.

KC: Pero no lo haces, tengo entendido ¿no?

LP: No lo hago.

KC: ¿No sacas nunca fotos con el teléfono?

LP: Sí, de vez en cuando sí, como todos, son herramientas. Pero claro, yo tomo precauciones, trabajo menos horas, bueno, también soy viejo y me canso, trabajo menos horas en el laboratorio, me pongo una mascarilla, me pongo anteojo, no me inclinó sobre la cubeta, tomó distancias y trabajo en el laboratorio cuando es exactamente necesario.

KC: ¿Este cáncer ha sido común entre los fotógrafos profesionales?

LP: Yo no sé si a otros les ha pasado, el médico que me operó en Miami, que era especialista en cáncer en la cabeza, me dijo que él había tenido dos casos, un pintor y yo, que eran por emanaciones. Bueno, lo que pasa es que yo también había tenido laboratorios de lugares muy precarios, a veces adentro de un clóset de un armario sin ventilación, en muy malas condiciones, se juntó además mi historial con la vista también. ¿Por qué a una persona le da cáncer y por qué a otra no? ¿por qué un fumador empedernido puede tener cáncer a los veinte años, y otro que fuma toda la vida se muere porque lo atropellaron y no por el cáncer? entonces, también hay esos elementos, no se sabe muy bien. Pero yo hoy día tomo precauciones y hago estrictamente las ampliaciones que yo quiero cuando preparo una exposición, si la estoy preparando y esas son fotos originales mías y es primera vez que amplió ese negativo, esa foto la tengo que hacer yo. Después, si es una foto para la prensa o si es una foto para un libro, aquí te cuento una confidencia, me las hace Fernanda, porque Fernanda trabaja muy bien en laboratorio, no solo muy bien, excelente, ella trabaja mejor en laboratorio que yo, es más exigente en laboratorio que yo. Entonces ella sabe cómo me gusta a mí la foto y ella ha visto cómo esa primera copia la hice yo, ella réplica eso para que yo pase menos horas en el laboratorio, ella me cuida en eso.

KC: ¿Cuántas veces te has enamorado?

LP: Varias, pero importantes que me hayan marcado tres o cuatro.

KC: Pero hablas mucho de Fernanda.

LP: Sí, es que es muy importante y no es una frase decir que ella me salvó la vida. Ella se une conmigo cuando yo estoy convaleciendo una operación de infarto y soy un viejito que no se puede ni bañar solo, ni poner los zapatos, ni nada, y que también empieza decir ya está bueno ya, ya no quiero ir más a un hospital, ya no quiero que me claven más cuchillos ¿para qué? si ya a lo mejor la vida era hasta aquí, para qué voy a seguir, para qué peleo, para qué sigo luchando. Ese es el momento peligroso.

KC: Dejas de ser guerrero.

LP: Claro, cuando tú te das por vencido, y ella me impulsa a vivir. Me impulsa a vivir primero por ese amor que ella me transmite, la belleza de ella, que quiero seguir viendo esta mujer tan bella, no quiero perdérmela y me obliga a caminar cuando no quiero caminar y tengo que hacer ejercicio, hasta hoy día, ella me obliga a caminar, porque yo soy pésimo para los ejercicios. Y me obliga a fotografiar porque sabe que es lo que a mí me da alegría. Y después, cuando nos enfrentamos casi muy seguido a la segunda operación, a lo del ojo, es la que está al lado mío. Y son períodos largos después de la operación, yo tuve un mes y tanto de radiación todos los días que es duro porque te deja muy débil, mareado. Mira yo entraba a las ocho y media a la sala de radiación, y era como una película de terror, te ponían en una camilla metálica en una bata, dos piezas de plomo en los ojos, me amarraban en la camilla, me ponían un timbre en la mano por si me daba ataque de pánico, un aparato para respirar. Me dejaban solo ahí venía la máquina que hacía la descarga. No duele, pero acumulativamente te sientes débil y sales un poco mareado. Entonces, me esperaba en la antesala del hospital Fernanda, vestida con tacón con mini, una súper mujer y maquillada preciosa, me pasaba la mano por encima del hombro y me decía “ya mijito, vamos a tomar desayuno” y me llevaba a tomar desayuno y a pasar el resto del día olvidando ese período.

KC: ¿Cómo se conocieron?

LP: Fue alumna mía en algún momento.

KC: Es la historia clásica entonces.

LP: Pero cuando empezamos ya no era alumna mía, ya cada uno tenía vidas separadas. Fue en un momento que yo daba por terminada esa etapa de mi vida, yo no estaba por ser don Juan ni conquistar a nadie, yo dije esta etapa se terminó, ahora el trabajo, hacer fotos, y todo ese tipo de cosas, ya había vivido eso.

KC: ¿Cuántos años llevan juntos, Luis?

LP: Más de veinte.

KC: Y hablando de esto, del taller de fotografía ¿empezaste ya con tus talleres de fotografía, presencial o no?

LP: No, presenciales no. Estamos todavía por zoom, por Internet. Tengo cuatro vacunas. Vamos a ver este año cómo se desarrolla, cómo se va dando la cosa y a lo mejor voy a empezar lentamente a hacer algunos presenciales.

KC: ¿Y cómo se enseña la fotografía no presencial? porque igual es esto mismo, la manipulación, hay todo un proceso.

LP: Son talleres que son distintos, porque no es tanto aprender a manejar una cámara porque las personas que vienen a estos talleres, incluso muchos, sacan fotos con el teléfono.

KC: ¿Y eso cómo te lo tomas tú?

LP: No, bien, pero sé que lo importante en la fotografía es aprender a ver. Fotógrafo es aquel que mira de una manera especial.

KC: O el que elige, dijiste tú – yo tengo por aquí anotado- un encuadre, una selección sobre un gran espacio.

LP : Selecciona un espacio y selecciona un momento. Mira hay fotos que yo he tomado pero que están en mi cabeza, que no están en un negativo o en un papel porque no tenía cámara, pero la foto la hice, la tomé, la tengo aquí, no la puedo compartir contigo, te la puedo contar, pero la foto la hice. Entonces ¿qué es lo que compartimos con los alumnos? aprendemos a mirar, a ver, qué es lo que han visto ellos. Y vemos libros de fotógrafos, hablamos de fotografía, miramos los libros. Yo les proyecto las imágenes y les enseño a ver. Leo textos de fotógrafos, los mejores textos de fotografía no los han escrito los sociólogos, ni los filósofos, los han escrito los fotógrafos, entonces compartimos eso. Hablamos de cine, de literatura, de política, del amor, de todo, porque está todo relacionado con fotografía.

KC: ¿Y haces una preselección de los alumnos o simplemente yo puedo tocar la puerta y decir me gusta?

LP: No, él que quiera y que crea que este es el espacio que es para él y que yo soy el interlocutor que está buscando. Primero, tengo a veces una conversación y les explico, mira esto se va a tratar de esto, yo no te voy a dar recetas ni fórmulas milagrosas.

Cierre

        ¿Qué fue lo que más te gustó?  A mí el amor que siente por la fotografía y por su mujer Fernanda. Mientras conversábamos recordé que en el 2013 fui a la exposición que hizo sobre ella. En esa época sabía que Poirot era un tremendo fotógrafo y quería conocer su trabajo.

¿Te gusta la fotografía? ¿te gustaría aprender? Cuéntame. Me puedes escribir a mi correo karen@karencodner.com o dejarme un comentario directamente en la transcripción en mi página web.

        Lee. Escribe. Crea.
        Chaoooo.


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