#130 Entrevista a Mariana Travacio

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    Hola, hola ¿cómo estás? Soy Karen Codner y te doy la bienvenida al programa 130 de Espiral con la escritora argentina, Mariana Travacio, una autora que admiro mucho y que también es psicóloga. Mariana ha publicado un sinfín de novelas, volúmenes de relatos y es muy activa en el mundo literario. Pero no siempre fue así porque en su vida anterior, trabajó como psicóloga forense lo que la abrió a un mundo bastante peculiar. No sabía si estudiar letras, filosofía o psicología pero cerca de los treinta y tantos, cuando ya estaba escribiendo un Manual de psicología forense de 600 páginas una necesidad, de manera paulatina, se instaló en ella de cambiar de vida y dedicarse a las letras. Mientras paseaba a su hijo menor en coche, dentro del departamento, le faltó el aire y salió a caminar, tomó conciencia que debía hacer el cambio y a los cuarenta años comenzó a estudiar Letras. En esos años de estudio la agarró la voracidad y leyó muchísimo, un libro al día me confesó. Ademas de múltiples talleres de escritura.

    Al momento de grabar la entrevista Mariana estaba en Búzios, escapó del frío bonaerense y al momento de conectarse estaba leyendo al escritor chileno, Andrés Montero, inmenso escritor, con su texto La muerte viene estilando. Ella me dijo: “Si no lo han leído, lo recomiendo ampliamente. Es un libro de cuentos, uno más perla que el otro, uno más precioso que el otro”.

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Recuento personal

    Al momento de grabar esta introducción me preparo para partir a la playa porque junto a mis buenas amigas del colegio, nuestro grupo se llama Ubuntu, vamos a despedir a una de nosotras, a Claudia, a una muy, muy querida amiga que se va a vivir junto a su familia a Israel. Es un sentimiento complejo, por una parte, estoy feliz de que ella cumpla su sueño y finalmente se asiente, pero para las que nos quedamos en Chile tendremos que reinventarnos, ver cómo su ausencia nos afecta. Es desde el primer día de colegio, a los seis años, que nació nuestra amistad con Claudia, es una de mis más cercanas y confidente. Es un cambio fuerte porque claro, existe el WhatsApp, el vídeo, todas esas cosas, pero estar cerca, sentarse a tomar un café, no hay nada como eso.

    Me tiene algo nerviosa tener tres talleres de lectura paralelos, si bien el de la librería Catalonia con autores del Boom es más breve, con cuatro sesiones, igual hay que congregar a los participantes, llenar los cupos. Pero por otra parte, es un desafio y al parecer, a mí me gustan los desafíos.

    Hablando de talleres, la semana pasada finalizamos el semestre de La otra Europa en alto, porque nos reímos mucho, disfrutamos la comida final, sushi y libros, con el tradicional intercambio de amigo enemigo. Salimos todos felices y la prueba de ello es que mis alumnos van a seguir este semestre con Cuentos Made in USA, en que vamos a explorar a los principales referentes de los relatos norteamericanos como Raymond Carver, John Cheever, Ernest Hemingway y Philip Roth, entre otros.

    A fin de mes será el conversatorio con Arturo Fontaine, otra pluma chilena de calidad, en el Centro Cultural El Tranque. Toda la información la mandaré por correo y ya está en Instagram y Substack.

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    Vamos a lo que vinimos, a escuchar a Mariana Travacio.

Entrevista Espiral

KC: Hola, Mariana, ¿cómo estás?

MT: Hola Karen de mi corazón, una alegría volver a verte y contentísima de estar acá. Gracias por el convite.

KC: Estoy feliz. Me sorprendiste con ese, los que no están viendo por video, envidia sana, porque Mariana está en Búzios. Ya nos va a contar. Pero como en la jungla y hay ruido de agua. ¿Qué te interrumpí cuando te tuviste que conectar a nuestra entrevista? ¿qué estabas haciendo?

MT: Absolutamente nada, porque la teníamos prevista. Así que me ordené el día para verte con mucho cariño, con mucho deseo, con muchas ganas. Antes de conectarme con vos, yo estoy en un sector de Búzios que es el centro, en una playa que se llama Praia do Canto y me vino a visitar mi hermana estos días. Así que, antes de verte a vos, hicimos una caminata a otra playa que se llama Ferradura y estuvimos compartiendo un rato en esa playa.

Y rodeada – como te decía hoy – de chilenos que están por acá. Así que, bueno, estuve leyendo, como te conté hace un ratito, al queridísimo Andrés Montero, inmenso escritor, con su texto La muerte viene estilando. Si no lo han leído, lo recomiendo ampliamente. Es un libro de cuentos, uno más perla que el otro, uno más precioso que el otro. Muy bien logrados, muy bien escritos. Es una pluma que se disfruta desde el principio hasta el final, y una hechura, una construcción de los cuentos que son un deleite. De esos libros que terminan absolutamente subrayados. Ahí estuve leyendo Andrés Montero antes de verte.

KC: ¿Mariana, o sea, que tu hermana vive en Búzios o está también de visita?

MT: Yo vine todo el mes de junio acá, escapándome del frío porteño, que cada vez lo tolero menos, y mi hermana vino la última semana a acompañarme un rato y a compartir. Que sacábamos cuentas con mi hermana, ¿vos sabés que no viajamos solas las dos desde que teníamos, yo veintinueve años y ella veintisiete?

KC: Hace bastante.

MT: Hace veintiocho, veintisiete años que no se daba una circunstancia así, viajar con una hermana. Así que disfrutando un montón de su presencia, de las charlas, las caminatas. Un momento bonito.

KC: Mariana, hablemos de Brasil, porque ya estás ahí. Para los que conozcan un poco la vida – Mariana Travacio, que es una de mis escritoras preferidas en español, así que lo que tengo de ella lo leo-, bueno, ahí les voy a contar después la historia, pero nosotras ya nos conocíamos fuera de cámara, como podríamos decir hoy día. Pero, tú te fuiste súper chiquitita a vivir a Brasil, a los dos años, y por lo que estuve averiguando, estudiaste en un colegio francés. Por lo cual tus primeras lecturas o el Netflix de tu infancia – como lo dijiste en algún minuto -fueron en portugués o en francés. Pero antes de pasar a eso, porque tú has vivido en dos países. Llegaste muy pequeña a Brasil y te fuiste adolescente de vuelta a la Argentina ¿Qué es Brasil para ti?

MT: Vos sabes que este es un tema que no solamente me atraviesa desde lo más hondo, te diría Karen, sino que es un tema sobre el que tengo que volver permanentemente. De hecho, la última novela Quebrada es un poco pensar todo el tiempo el tema del arraigo, el desarraigo, las migraciones, los exilios. Es un tema que a mí me interpela largamente, porque yo nací en Rosario, a los dos años mis padres deciden mudarse a San Pablo. Mi crianza en San Pablo, yo era hija de argentinos, entonces, si bien te diría que ambas lenguas, el portugués y el español, se me amalgamaron de entrada. Sin embargo, estás como transportada a otro territorio, te criás en otra cultura, encima en un colegio francés, era raro porque no teníamos portugués, era solo francés, no era como el liceo de Argentina que es franco-argentino, allá era solo francés, entonces era como una enclave, era como todos compañeros suizos, belgas, franceses.

Fue una infancia muy errante además, porque todo el tiempo revisitaba a la Argentina para visitar a los abuelos. Mi papá era rosarino, mi mamá porteña, entonces volvíamos a Rosario, volvíamos a Buenos Aires. Ubiquémonos, hablamos del siglo XX, la década del setenta, hablamos de viajes entre dos dictaduras. Bueno, nos comunicábamos por carta, no había el teléfono en las casas, es decir, era una rareza tener un teléfono en la casa y el llamado internacional era carísimo. Entonces, la comunicación, la lecto-escritura, te diría – vos que traías esto de la biblioteca – y la comunicación, lo que sería por ahí un WhatsApp, la verdad, que era la carta. Mi mamá nos habituó mucho en eso de sentarnos, esperábamos el cartero, lo esperábamos así en la ventana, y el cartero venía con su bolsita llena de cartas. Mi hermana y yo ahí esperando. Y, después, la actividad de la tarde era abrir carta por carta, leerla y responder. Yo creo que esa es la primera escritura narrativa tal vez, porque vos no le respondías igual la carta a la abuela, que a la prima, que a la amiga. Acomodabas, narrabas tu vida y leías las noticias familiares a través del papel. Había mucho de eso.

Pero volviendo a tu pregunta. Te decía que quedó como una pregunta, por un lado, por la lengua misma, te diría, hay cosas que todavía las pienso en portugués. Cuando vengo acá me desprendo del español, es como que empiezo a pensar en portugués. Son lenguas vecinas, y sin embargo, te invitan a pensar cosas de otra manera, porque cada lengua es una cosmovisión.

Hay un cuento de Juan José Saer que se llama Medio borrar – que a mí me gusta mucho, me interpeló mucho en su momento – donde uno de los personajes, Tomatis, hablando del exilio, distingue lo que es el exilio del adulto del exilio del niño, porque por ahí, el adulto añora, tiene que añorar. Saer tiene algo hermoso en ese texto, porque dice que cuando uno se exilió a un cierto tiempo y ya te apropiaste del territorio que te cobijo en ese exilio, dice, no va que viene el extranjero y se instala con uno en la tierra natal, porque traes algo. Pero dice que el niño, cuando uno viaja de chico, cuando uno se cría en otra parte de niño, dice, se le ensanchan las fronteras.

Entonces, para responderte, te diría que a mí me pasa que yo no sé cuál es mi tierra. Te lo grafico así, yo de chica acá era argentina porque era hija de argentinos. Y cuando iba a argentina era brasileña porque tenía otras cosas, un algo diferente. Entonces, quedas un poco así, quedas un poco desarraigado, un poco preguntándote por esto, por las raíces.

Me acuerdo que cuando escribí Quebrada, no me acuerdo quién, trajo una frase de García Márquez de Cien años de soledad, que decía que: “uno no pertenece a una tierra hasta tanto uno no tenga un antepasado enterrado allí”. Y son cosas que me doy cuenta a posteriori, porque yo me dejo ser en la escritura, después me doy cuenta las cosas que aparecieron. Un lector de Quebrada me decía: “bueno, pues claro, están los muertos y que uno hasta que no entierra y cómo vamos a hacer y si no te vas”. Bueno, pero hay algo ahí de la migración, del desarraigo, de la pregunta por la tierra, de la pregunta, bueno, por el origen, por los orígenes, en fin, que está vigente en mí, todo el tiempo. Siento que me acompaña constantemente como pregunta, porque también creo que escribir es eso, es como instalarse en la pregunta, no como intención de respuesta. Yo a esta altura de la vida tengo muchas más dudas que a los treinta, muchas más preguntas y muchas menos certezas. Y creo que es eso, es poder habitar la pregunta, sin que te angusties mucho, porque en realidad uno busca respuestas. Pero en algún momento te resignas y decís, bueno, por ahí el camino es instalarte en la pregunta, no necesariamente buscando una respuesta.

KC: Mariana, lo que no me ha quedado claro es por qué se fueron a Brasil con tu familia.

MT: Mi padre era ingeniero. Cuando yo nací, él vivía en Villa Constitución, que es un pueblito cerca de Rosario. Trabajaba en Acindar, una fábrica de acero que está ahí, en Villa Constitución. De hecho, nací en Rosario, no nací en Villa Constitución. Ya vivían mis padres en Villa Constitución, así que me fueron a tener en Rosario donde vivía mi abuela paterna. Así que yo viví los primeros dos años en realidad, en Villa Constitución, en la fábrica, dentro de fábrica Acindar, que tenía los albergues para solteros y casados. Se vivía ahí adentro, adentro de ese complejo. En una época – bueno, yo nací en el 67′ – en el 70′, en San Pablo, en particular, fue un polo industrial muy grande, se desarrolló mucho la industria, y buscaban ingenieros básicamente. Había un montón de rosarinos migrando a San Pablo porque era un lugar de trabajo básicamente. Y, bueno, fue un rosarino primero y otro rosarino después, y los rosarinos ingenieros terminaron siendo una especie de comunidad que fue migrando hacia Brasil por trabajo, en realidad porque ofrecían muy buenas condiciones de trabajo allá. Y, bueno, dejó a Asindar y fue a trabajar allá a una empresa. Así que fue por trabajo, básicamente. Y mamá que era abogada, bueno fue todo un tema, pero bueno yo tenía dos años, mi hermana tenía cuatro meses.

KC: Ah.

MT: Y a papá le ofrecen un contrato por dos años, mamá dice: “bueno, tengo las hijas chicas, interrumpo mi estudio jurídico”- que estaba en Buenos Aires, no en Rosario-. La vida de ellos era muy nómada porque papá estaba en Villa Constitución pero mamá trabajaba en Buenos Aires, así que se veían los fines de semana. Mi mamá dijo: “por dos años voy”. Pero bueno, los dos años fueron catorce. Fue un montón de tiempo. Pero bueno, eso, fue por trabajo, básicamente.

Lo difícil era cruzar la frontera en la década del setenta, de verdad te digo, porque entre las dos dictaduras. Yo hoy veo un uniforme y creo que me agarra, es como una aversión que tengo muy grande, por el terror. Papá se ponía lívido en la frontera-yo me acuerdo siempre-cuando cruzábamos nos paraban, bueno, nos paraban infinitas veces, y me acuerdo de la lividez de papá. A mí me quedó como un, es algo corporal, de lo que no me pude sustraer, ni aún hoy, le tengo infinita aversión a cualquier cosa que sea así que me remita a aquellos tiempos. 

KC: ¿Y cómo fue para ti, Mariana, no es regresar a Argentina, es volver a vivir en Argentina? ¿Cómo es esa experiencia para una joven adolescente?

MT: En realidad yo tuve dos regresos. El primero, fue a los diez años, mamá se cansó de Brasil, papá no, asi que, mamá vino con nosotros, cuando yo tenía diez y mi hermana ocho, vino para acá. Lo que pasa es que como papá quedó en Brasil, vivíamos medio año en cada país, y eso se mantuvo hasta los diecisiete, dieciocho, hasta que papá volvió definitivamente a la Argentina. De modo que vivíamos, era raro, porque estábamos acá al tiempo académico indispensable y pasábamos en Brasil el resto del tiempo. Yo me acuerdo que la primera pregunta que le hice a mamá, cuando a los diez años nos pasan de un liceo al otro, fue: “¿mamá, por qué nos traes a vivir a un pueblo?”. La dimensión de Buenos Aires para mis parámetros infantiles era un pueblo, porque San Pablo es cuatro veces Buenos Aires. Esa fue la primera pregunta. Mi sensación era que me achicaban el territorio, que vivíamos en un lugar que era, la verdad que Buenos Aires tenía una escala mucho más humana que San Pablo, y más para la mirada de un niño. Así que esa fue la primera pregunta.

Lo siguiente que me impactó de Buenos Aires, debo decir, de los setentas, fue la pacatería, Brasil era como un territorio de mucha más libertad para mí. Los ojos de la gente, cómo te miraban, cómo opinaban de cómo te vestías, de cómo hablabas, esa mirada inquisidora. Había una cosa muy pacata en Argentina y yo eso lo sufrí mucho de chica, mucho. Fue una adaptación muy difícil. Y a la lengua también, porque en ese liceo nos alfabetizaron en francés y lo único que nos enseñaban de gramática era en francés. Entonces, claro, el encuentro con la escolaridad en español era muy complicado, porque era una lengua que hablábamos pero que no sabíamos escribir. Entonces, me acuerdo de escribir «iba» con «h», porque era muy difícil pasar a la escritura de la lengua madre, paradójicamente. Me costó mucho. Odié volver, o sea, volver no, porque no volví, porque además no había vivido en Buenos Aires. El arribo a Buenos Aires fue muy costoso. 

KC: ¿Y cuánto tiempo te tomó sentirte argentina? En el sentido, no de sentirte argentina, sino de sentir que pertenezco aquí. 

MT: No lo siento.

KC: Ah, no lo sientes.

MT: No, no lo siento, no lo pude sentir nunca. No lo pude sentir nunca respecto de ninguno de mis lugares te diría; ni de Rosario, ni de Buenos Aires, ni de Brasil, San Pablo, como lo quieras llamar. Por eso te digo que es esa sensación muy entrecomillada, un poco apátrida. La verdad que Rosario sí son mis raíces, es donde se crió mi padre, es donde estaba mi abuela, a mi abuelo paterno no lo conocí, pero nunca fue mi ciudad. Pero sí, estoy muy anudada a Rosario, porque era donde pasaba algunos veranos de la infancia y eso marca mucho. Entonces, sí que Rosario me trae unos recuerdos infantiles que aparecen, incluso a veces se cuelan esos recuerdos de la casa de la abuela, las tardes lentas del verano, los mosquitos, el parque Independencia. Tengo muchos recuerdos, pero eran los veranos de la infancia, que viste que se hacen eternos. Entonces, claro que estoy anudada a Rosario, pero yo nunca fui de Rosario, vos me llevás a Rosario y no te puedo decir que es mi ciudad, porque incluso me pierdo.

Y San Pablo no la revisité más tampoco y nunca fue mi ciudad, porque fui una argentina criada en Brasil. Fui una brasileña de padres argentinos, si querés. Yo tampoco era de ahí porque tenía una cultura diferente, porque comíamos diferente, porque comíamos en diferentes horarios, porque la cultura era otra. A pesar de que sí me arraigué mucho a Brasil, mucho. Es donde me siento más cómoda, tal vez, y tal vez porque fue el país de la infancia.

Y Buenos Aires, mira que es donde más he vivido, y sin embargo, nunca me sentí porteña. Nunca pude apropiarme del todo. Te diría que sí, tal vez, es la ciudad donde más estuve, por lo tanto, debería decir que me siento porteña, pero te mentiría porque no me pasa eso. Me siento una extranjera en Buenos Aires.

KC: ¿Y nunca intentaste vivir en Brasil de adulta?

MT: Bueno, estos viajes que estoy haciendo, que hice el año pasado y que hago ahora, es una exploración de eso, tal vez, incluso, una exploración de la lengua, porque también me anda pasando que estoy con alguna dificultad, bueno, a ver, me sentí muy cómoda escribiendo en mi lengua madre, que mi lengua madre sin duda es el español, el castellano, pero ando con necesidad de explorar si no podría tal vez escribir en portugués. Estoy como un poco ahí, encabalgada o hablando de lo que hablamos hace un rato, de esto de instalarte en una pregunta. Estoy con la pregunta en la cabeza, de tal vez querer en algún momento, explorar si podría – tal vez no podría, no lo sé – escribir en portugués. Así que bueno, estoy así, como en un momento de mucha pregunta. 

Pero sí que tu pregunta es muy profunda para mí, porque yo nunca tuve una respuesta y porque de verdad, que no me apropié nunca de ninguno de estos territorios completamente. Por eso lo puedo responder, en mi cabeza lo puedo pensar, en tanto que lengua. Yo sé profundamente que mi lengua madre es el castellano. 

KC: Pero no lo viviste así cuando volviste a la Argentina, porque si escribías «iba» con “h”, es tu lengua materna, pero en realidad la tuviste que volver a apropiar. Hay un proceso de apropiación, porque en ese minuto para ti, tu lengua materna era el portugués.

MT: El francés te diría. 

KC:  Ah, el francés.

MT: Porque mi lengua académica, y que nunca me pude apropiar del todo, pero mi lengua académica era el francés. Porque vos pensá, que te mandan a una escuela, que es lo único que tenés de lecto-escritura en primer grado, y estás todo el día con profesores franceses, preceptores franceses, compañeros franceses y te enseñan a escribir en francés. Entonces, cuando yo quería escribir tanto en portugués como en español, no sabía escribir esas lenguas. Las podía hablar, pero era oralidad pura, y las hablaba correctamente, las pronunciaba correctamente, pero era oralidad, no había escritura en esa lengua. Es como, imagínate, no sé, una comunidad ágrafa, bueno, la hablan, pero no la escriben. Y lamentablemente, el liceo de acá no tenía, en cuarto grado te ponían dos horas semanales de portugués, que yo las recuerdo y eran muy buenas clases de gramática y me agarré de eso, de ese poquito que tuve.

Y el castellano lo aprendí cuando me fui a Argentina en la primaria, que bueno, a cachetazo limpio, pero enseguida me apasioné por mi lengua madre, por la escritura. Porque, a ver, esto que vos traías al principio, cuando yo leía en Brasil, mamá y papá no se mudaron con la biblioteca, entonces compraron libros en portugués. En casa había dos colecciones, una de literatura universal y una de literatura infanto-juvenil en portugués. Eso era la biblioteca de Brasil, era corta, lo que habían comprado cuando se mudaron. Y me acuerdo que apiladitos abajo, había unos libros que ellos llevaron que eran del Séptimo círculo, que era una colección de policiales que organizaban Borges, Bioy Casares – que es preciosa- y libros de Agatha Christie y de Isaac Asimov, no los de Isaac Asimov estaban en portugués. O sea, en castellano había el Séptimo círculo y Agatha Christie, era lo único que había. Y después, la biblioteca del liceo, que ellos tenían el hábito de pedirle a todos los chicos que sacaran un libro por semana y después lo devolvieran. Entonces, el libro semanal estaba en francés y el resto de los libros estaban ahí en portugués.

Pero, cuando yo a los trece años, Karen, me encuentro por primera vez con el castellano en forma de literatura, que mamá viene a casa un día con dos libros: uno era Cien años de soledad y el otro La casa verde de Vargas Llosas, eso fue lo primero que yo leo literario, no libro escolar, en castellano. Yo, ahí, los ojos no me alcanzaban. Ahí es donde a mí se me produce el quiebre, y a partir de ahí yo no puedo dejar de leer, me agarra la voracidad. Porque hasta esa edad, yo leía, te diría, viste esa lectura, bueno, cuando yo digo el Netflix, o sea, era mi entretenimiento. Vos pensá que la televisión era muy cortita la transmisión, en blanco y negro, un televisor chiquito. No era lo de hoy, lo audiovisual no poblaba. Entonces, yo me encerraba en el cuarto a leer a Dickens, Poe, Hemingway, lo que había en esa biblioteca que te cuento, Colette, no sé, como novelas infantiles que sacaba de liceo, esas cosas. Pero cuando me encuentro con Cien años de soledad, yo no me olvido más, fue un verano, mamá entró a casa con eso, mi posición natural a partir de ahí era boca abajo en la cama leyendo. “¿Y no querés venir al parque?”, “no”- les digo – “yo estoy acá en mi mundo”. A partir de ahí, entra en mi mundo, y era lectura y lectura, y de avidez, y me agarró.

Claro, como me regaló Vargas Llosa y García Márquez, yo leí todo lo que encontré de García Márquez y Vargas Llosa. Cuando lo agoté, empecé a buscar, y empecé con Donoso, con Alejo Carpentier, con Rulfo, fueron mis primeras lecturas de Cortázar, de Borges. Y a partir de ahí, fue todo literatura latinoamericana, de los trece para siempre, o sea, para toda una etapa hasta los veinte te diría, fue como agotarme y agotarlos, en leer obra. Porque, además, a partir de ahí y hasta el día de hoy, cuando una pluma me deslumbra digo, esa avidez, dame más, quiero más de esto. Me ha pasado después así como esos primeros deslumbramientos, pero yo no he vuelto más de ese deslumbramiento. Es decir, mi fascinación con la lectura y con la literatura se da a partir del encuentro literario con mi lengua madre, eso me instala en el castellano. 

Por eso te decía, que si hablamos de patria, yo te puedo decir mi patria es el castellano. No tengo un territorio, pero sí el territorio lingüístico, y es donde me sentí muy cómoda. Porque además, y con esto cierro, pero viste que no es lo mismo leer un texto en su idioma original que en una traducción. Hay una intermediación, hay un otro que ha traducido ese texto a su lengua y hay una apropiación, una re-escritura. Y depende de qué tipo de re-escritura, porque no te olvides que había traducciones horribles.

Yo creo que me pasé la infancia, como era una lectura de entretenimiento, no importa si vos sos un lector de trama, vos querés saber qué pasa, es como ver la telenovela, por eso digo que era mi Netflix ese libro de la infancia, porque no me importaba cómo estaba escrito. Yo lloraba con la historia de Oliver Twist. Con Dickens yo me acuerdo llorando en el cuarto de mi infancia en uno de los departamentos donde vivía en San Pablo. Tengo ese recuerdo de emocionarme con la trama. Por eso te digo que era como una televisión, pero no por la forma, porque además era Dickens traducido o al francés o al portugués, Hemingway traducido al portugués. En traducciones que, de esas colecciones que andá a saber, no había una apreciación de la lengua, que es lo que me pasó cuando mamá me trae García Márquez y Vargas Llosa, ahí es donde yo digo, se puede escribir así. Eso es lo que mí me pasa.

KC: ¿Y para tus padres no fue difícil de repente esta metamorfosis de esta hija que se quedó encerrada en su cuarto leyendo?

MT: Bueno, tanto como criar. Claro, sí, porque me encerraba. No, a ver, papá como trabajaba en fábricas en San Pablo, él no estaba en la semana, él se iba los lunes muy temprano, siempre a las afueras donde estaban las fábricas que él tenía que construir y volvía los viernes, yo lo veía a papá el fin de semana. Y en la semana, la rutina era ir a la escuela a la mañana, a la tarde hacer los deberes, después bajábamos a jugar al fútbol en la vereda, en la calle y después se cenaba. La vida infantil era eso. Entonces, cuando no se jugaba al fútbol, se leía a la tarde. Bueno, la tarde de un niño, viste que el tiempo infantil es como muy largo, después se nos acelera el tiempo a los adultos, pero para el niño un día es un montón de tiempo, un verano es eterno, entonces, en la infancia, el día era larguísimo. Ir a la escuela, hacer los deberes y, después, ya era tiempo libre hasta la hora de la cena, de bañarse y cenar. En casa se cenaba siempre muy tarde. 

Mirá el recuerdo que me traes ahora Karen. En el liceo francés de la primaria, sería tercero, cuarto grado, muy chiquita, un día a la maestra francesa se le da por preguntar a qué hora comíamos, mirá la pregunta, digo, qué raro no es un interrogatorio infantil. Entonces, claro, en Brasil ahora fíjate que está anocheciendo son cinco y veintiséis, ya en un ratito, se cena mucho más temprano que en Argentina, culturalmente.. a partir de las seis es la noche, a las seis es la tarde para nosotros, se le dice, seis de la noche, siete es re noche, ocho es trasnoche. Entonces, se come a partir de las seis y media, siete, siete y media es la cena acá en Brasil. Pero mamá y papá conservaban la cultura argentina, jamás se sentaba uno comer antes de las nueve de la noche, ni por error, entonces, teníamos un montón de noche antes de la hora de comer. Entonces, cuando esta maestra francesa pregunta a qué hora se cenaba en cada casa,  yo contesto a las nueve, nueve y media. Era la hora que había que estar durmiendo. El horror de que se hacía mal, yo no me olvido más la cara, el rostro de desaprobación. Bueno, eso. No sé a qué venía el cuento de la hora de la cena. 

Entonces, no sé si me creía encerrada pero sí, a mí me gustaba, así como podía bajar a jugar con otros niños al fútbol, podía pasar una tarde leyendo si estaba enganchada con Dickens o con Hemingway, que fueron mis pasiones de niñas. Como con Cien años de soledad, que me decían vamos al parque – no –  digo yo. Yo me acuerdo de leer Cien años de soledad, boca abajo sin parar, me paraba a cenar nada más. Y me acuerdo terminarlo y tratar de hacer el árbol genealógico y volver a leerlo, anotando, que después vi que había algunas ediciones que ya venían con el árbol. Yo tengo esa edición de Sudamericana que es preciosa, no sé si es preciosa, pero es la que teníamos en ese momento, en el año 81’ fue esto.

KC: Mariana, hablemos de, que es súper interesante, a mí me encanta cuando entrevisto a escritores que han tenido múltiples formaciones. En Letras Libres, que ahí hay un perfil maravilloso, una entrevista que te hacen buenísima, tenías la duda de si estudias letras, psicología o filosofía. Dices que le tenías una gran admiración a la literatura, pero me daba mucho pudor, miedo. Así que dije que voy a estudiar psicología, que ahí sí voy a poder. 

Estudiaste psicología y te especializaste en psicología forense. Escribiste un manual de psicología forense de casi seiscientas páginas. No sé lo que significa eso, no tengo la menor idea, pero suena a un tocho, algo grande, como dirían los españoles. Se te abre la psicología y además en forense, es una decisión bastante atípica ¿no?

MT: Si. En realidad, me dediqué siempre en mi etapa de ejercicio profesional tanto a la clínica como a la psicología forense, eran dos esferas que transité con la misma intensidad. Incluso di clases de clínica de adultos en la facultad y también de psicología forense. Eran como un poco las dos áreas. Yo te diría que termino abandonando la profesión por haberme dedicado casualmente a las psicología forense por una invitación, viste eso de que cursas una materia te invitan a ser docente y te metes, y después te apasionas. Siempre mis trabajos de investigación en el área tenían mucho que ver con el análisis de lo discursivo, esa interrelación entre el discurso psicológico, psicoanalítico, el discurso judicial, forense. Me hacía mucha pregunta eso, el discurso forense jurídico todo el tiempo me hacía preguntas.

KC: Pero primero, ¿qué es la psicología forense? Yo entiendo lo que es psicología y lo que forense, pero no entiendo dónde está el cruce.

MT: Bueno, básicamente son las preguntas que te dirige un juez. Viste que hay peritaje, hay peritos, vos no sé, un choque y el juez le pregunta a un ingeniero: «bueno, escúcheme, este auto que está chocado así, de cómo la velocidad, quién, cómo». Para aclarar algo. Y es lo mismo, es decir, que hay fueros, entonces bueno, tenés en penal, es un tipo de laburo, en civil es otro, en laboral, en fin. Pero bueno, son preguntas que dirige un juez, según los fueros, para aclarar alguna cuestión a un perito que en este caso es psicólogo. Así que básicamente es eso, las respuestas que uno puede, las respuestas muy entre comillas. Hoy me pregunto con qué tupé me dediqué a eso, porque no podría responder nada. Pero bueno, hay un momento de la vida también Karen, que fueron mis treinta, te diría, mis veinte y pico, treinta, treinta y pico, hay momentos de la vida que hoy la miro y digo: “mira vos con que certidumbre yo era capaz de transitar la vida a los treinta y pico”. Me sentía como con la sensación de yo sé algo del mundo.

KC: Pecho paloma.

MT: Estudié, me recibí, me formé, me especialicé entonces yo sé, pregúntame ¿qué me querés preguntar? yo te voy a responder. Hoy, te diría, no podría hacerlo, porque no sé nada, no tengo la menor idea de nada, de absolutamente nada. Son más preguntas todo el tiempo. Pero bueno, a los treinta y pico ahí estaba yo como docente, escribiendo un manual enorme de psicología, respondiéndole al mundo. No sé, creo que es un momento de la vida que es esto, que es el momento del hacer. Viste que hay un momento de la vida que te pones a hacer; tenés hijos, te casás, no sé, haces, En algún momento parás, mirás para atrás y dices, ¿qué carajo hice? Qué manera hacer cosas, qué sé yo. Así que estaba en esa etapa en la que me creía que me sabía algo. Así que, bueno, respondía preguntas eso básicamente. 

En penal era mucho así, él que apuñaló a la novia, setecientas apuñaladas, esa cosa morbo de. Bueno y había de eso mucho. Y en penal te preguntan básicamente, pero por un interés jurídico, si la persona comprendió y dirigió sus actos, porque si comprendió y dirigió sus actos va en cana y si no comprendió y no dirigió sus actos va al psiquiátrico. De alguna manera te encierran. Después, en civil se elaboraba mucho un concepto, fíjate lo que es un constructo jurídico hablando de la interrelación de discursos, lo que te pregunta el juez es si alguien padece un daño psíquico. Fíjate que daño psíquico no es ningún constructo, ni psicoanalítico ni psicológico, no hay una patología que se llame daño psíquico ¿qué es el daño psíquico? El daño psíquico es un constructo jurídico que te dicen, bueno quedó alguna secuela de orden psicológico que sea resarcible porque el derecho civil es si es resarcible. Si vos tuviste un accidente, no se puede echar atrás el accidente, el daño está ocurrido. Entonces, bueno uno de los daños que se resarce es el daño psicológico. Entonces, bueno, la pregunta es si hay alguna patología o alguna limitación que le quedó a la persona a partir de por ejemplo sufrir un accidente de cualquier naturaleza. Yo me acuerdo que uno de los cuentos que escribí en un libro que se llama Cotidiano fue el único que escribí a partir de un peritaje pero fue una mujer…

KC: Que acaba de salir una nueva edición de eso.

MT: Sí. Una mujer que perdió la memoria porque caminando por el microcentro porteño se le cayó un pedazo de mampostería de un balcón en la cabeza y perdió la memoria y no sabía quién era. Entraba a la casa y no reconocía al marido, no reconocía a la hija, y no reconocía a la madre, y no sabía nada de ella, de su vida. Y bueno, fue un caso que a mí me conmovió bastante, que una mujer de treinta y ocho años, que de golpe perdés la memoria y no sabés quién sos, quién es tu, nada.

Entonces, bueno, tuve necesidad de escribir ese cuento, que se llama Construcción, que fue un poco explorar qué había sido, porque lo que tiene el proceso pericial es que vos ves a una persona a lo largo del proceso pericial, que son unas entrevistas diagnósticas, después se hace un informe, y a diferencia de la psicología clínica que a lo mejor que seguís más de cerca a alguien, en este caso se termina. Entonces, elevás el informe y no sabes qué pasó después, no hay un seguimiento. Y me acuerdo que tuve necesidad preguntarme qué había sido la vida de esta mujer que había perdido la memoria, y escribí ese cuento a modo de construcción, de un posible devenir.

KC: Mariana ¿Y cuándo empieza la crisis, la crisis para decir hasta aquí llego la psicología forense y realmente persigo este sueño o esta pasión, de dedicarme profesionalmente a la literatura? Siendo que no venías del mundo la literatura solamente una lectora.

MT:  Claro, sí. Es lo que vos decías, cuando yo le tenía, bueno, como uno cuando se fascina mucho con algo, te da un poco de miedo, decís no, el gimnasta ruso que yo no voy a poder llegar ahí, no soy capaz de eso, entonces dices, bueno, voy a ser este profe de educación física, no sé. La sensación era un poco esa.

KC: Vas a tener que encender tu luz porque estás muy oscura.

MT: Sí es que prendí toda la luz posible.

KC: Y te van a llegar los mosquitos.

MT: Perdonen que estamos en la selva.

KC: No, ahí está más iluminada tu carita.

MT: El recuerdo que tengo es este; yo empecé a trabajar demasiado en psicología forense entonces me llegaban casos cada vez más trágicos, cada vez más pesados. Y me acuerdo de volver un día del cuerpo médico forense, que había peritado una secta que abusaba a menores y había tenido muchas entrevistas de esas, de abuso sexual de menores. Y llegué a casa, mi hijo mayor era chico en ese momento, y me acuerdo que empecé a mover el cochecito con mi hijo pequeño para dormirlo, y yo estaba así, viste estaba como, me acuerdo de mirarlo a mi marido y decirle me voy a caminar. Me fui a caminar y ahí dije, bueno creo que ya, yo toqué fondo. A ver, creo que este desvío, dejar de escribir, escribí, digo, empecé con las cartas de como narrativa vital, seguí todo el tiempo mío de ejercicio profesional de escritura pura, porque como estaba en el instituto de investigaciones escribía artículos para la revista, escribía informes periciales, escribí el manual, siempre escribí. Lo que pasa es que la escritura académica como tiene un formato y tenés que responder al referato, y a esto y a lo otro y la sinopsis y el pie de página, entonces me daba un marco de escritura que a mí me daba seguridad. Yo decía: “bueno acá me puedo manejar, puedo expresar una idea, pero hay un formato que me contiene”. Me daba eso, me daba pánico escribir fuera del formato. Pero bueno, creo que llegó un momento donde esa escritura se me había acabado, pienso yo. Ese modo de escritura me tocó fondo. Ya no quería escribir informes periciales, ya no quería responder nada a la justicia, de ningún tipo. Ya no tenía respuestas para dar.

KC: ¿Pero renunciaste un día para otro? ¿Cómo fue esa transición?

MT: Sí, un día dije, bueno este día que te cuento que el recuerdo fue físico.

KC: Yo pensé que me ibas a decir me puse a amasar porque…

MT: No, el cochecito, porque yo vivía en un departamento que era doble circulación. Entonces, para dormirlo a mi hijo, me acuerdo que yo entraba por el escritorio donde estudiaba, pasaba por un pasillo entre dormitorios y volvía al living. Y era un circuito, que pobre los vecinos de abajo, porque era un círculo pequeño, no tenía muchos metros. Pero en ese momento era, si no querías bajar a la calle, era en un quinto piso. Y entonces, a veces, arrorró, y así, para que se duerma. No, y ese día yo estaba que hacía surcos en el piso de madera. Entonces, me acuerdo que llegué tan cargada, digamos, que le dije a mi ex, le digo, bueno, no sé, hacé surcos vos. Me fui a la calle, necesitaba aire. Fue tan pesado ese día laboral que es como que llegué a casa entre y empecé con esto que dije, no, no. Y ahí creo que fue como el primer quiebre. Y el segundo quiebre, fue esto, creo que parte de esa crisis fue: ¿te acordás que vos querías escribir cuando tenías diecisiete? O sea, en ese momento que vos trajiste hoy, tan amablemente, de la pregunta porque yo leía en esa época, psicoanálisis me encantaba, leía a Nietzsche, Nietzsche era como me rompió la cabeza a los diecisiete, no podía parar, así como no podía parar de leer literatura tampoco. Entonces psicoanálisis, filosofía y literatura eran lecturas que me habitaron ahí en esa etapa tan decisoria también, tan fuerte, porque es una etapa de búsqueda de identidad, en ese momento del final del colegio, la adolescencia media que es a partir de los catorce hasta los dieciséis, hay un momento que algo te interpeló, algo te hizo preguntas y está todo ese deseo tan vivo de esos años. Pero a mí me interpelaba todo, la verdad es que yo leía a Freud y estaba perpleja, y leía a García Márquez y estaba perpleja.

KC: Pero eso es un problema.

MT: Sí, tenía esa triple perplejidad en ese momento. Creo que me decidí por lo que me daba menos miedo, te diría, que me colmó porque mi etapa de ejercicio profesional y docente, fue muy intenso y fue de mucha dedicación. Yo ahí no transité esos años con duda, los transité, como te digo, con la convicción de yo sé, viste esa onda, como que estaba convencida. Pero creo que al cabo de un tiempo me agoté, en esto que te cuento que ya no tenía respuestas para decir. El horror es tan grande a veces, ahí es donde me empiezo a decir, yo no tengo respuestas para dar. Esto es mentira. Era un constructo. Era una ficción. Esos informes periciales, aún con que tenés eso que te decía como ese cobijo de la forma, ya era mentira, no había una verdad. Hubo un momento que a mí se me rompe ese, yo puedo responderte, yo te voy a decir.

KC: Pero Mariana, lo que no me queda claro es que tú rompes con tu trabajo formal y me imagino que hay un día en que te despiertas y dices, ¿y ahora qué? ¿cómo sigo adelante? ¿cómo me empiezo a definir?

MT:  Sí, pero fue un proceso. Yo lo primero que decido dejar, fruto de esa crisis que te cuento, es que yo no tomé más pericias. O sea, yo no ya tomé trabajo pericial. Dije, esto yo no lo puedo hacer. Yo entera, sin romperme el alma, no lo puedo hacer más. Esto yo lo abandono. No es para mí. Fue un tránsito, lo hice. No es para mí. Lo dejé.

KC: Perfecto.

MT: Después dije, voy a dejar, yo tenía el consultorio con pacientes, entonces, fui mermando, es decir, no tomando más, fui como derivando y me quedé con unos pocos pacientes. Y lo último que dejé, que ahí sí fue romperme acá al medio como si me clavaras una daga, yo amaba la docencia universitaria, era muy feliz en ese territorio y fue lo último que dejé. Así que fue todo un proceso, te diría. Primero, dejé la psicología forense. Después, dejé la psicología clínica. Y por último, dejé la docencia porque un docente que no ejerce la verdad, no es simplemente repetir de memoria un texto, entonces ahí renuncié a la facultad. Eso fue lo último. Pero esto fue un proceso de unos tres años, no es que de un día al otro dije catárticamente, no puedo más, no. Fue un proceso vital, te diría, de ir dejando aquello que me había colmado un tiempo y que ya no me colmaba. Empezar a habilitarme. Barthes tiene este libro, La preparación de la novela, donde él plantea, que es muy bonito porque dice, a ver, uno puede tener el deseo de escritura, que yo tenía desde los diecisiete, ponéle, e hice como un desvío digamos, que fue todo esto que te cuento, hasta que me pregunto: “¿pero te acordás Mariana que vos lo que querías era escribir?” que era en realidad leer, volver a la lectura literaria. Y ahí digo, bueno, ¿y si no te animás ahora cuando te vas a animar? Porque yo ya era grande, ya tenía cuarenta años, que sé yo, por ahí. Es como una etapa de decir. Y bueno, ahí me anoté en la carrera de letras, estudié letras.

KC: Ah, estudiaste letras. Eso sí que no lo sabía. O sea, formalmente volviste ingresar a la universidad como estudiante.

MT: Sí. Claro, volví a ingresar a los cuarenta como estudiante de primer año de letras. Y estudié letras y cuando estaba estudiando, estaba por el tercer año de la carrera más o menos, yo paralelamente a la carrera me agarró a voracidad, viste un poco como te digo esa voracidad. Lo primero que hice en realidad, antes de anotarme en letras, fue hacer muchos talleres de escritura. Empecé con talleres de lectura y escritura.

KC: Eso te iba pregunta.

MT: Empecé con eso. Primero me anoté en un taller de lectura, al año siguiente me anoté en un taller de escritura. Y en un momento, un taller de escritura no me alcanzaba, entonces me anoté como en cuatro o cinco. 

KC: Intensa.

MT: Intensa. Leía mucho. Volví a leer mucha literatura pero a nivel asqueroso, o sea un libro por día. Como si eso retenido de tantos años lo hubiera soltado y la avidez que me agarró era irrefrenable. Me acuerdo que mi profe, el primero de taller, José María Brindis, un queridísimo, adorado escritor argentino y que era amigo de un amigo, y por eso me anoté ahí, me acuerdo que cuando él presentó mi primer libro Cotidiano, dijo: “la veíamos a Mariana salir de la librería – donde era el taller – con pilas de libros que decíamos, primero cómo hace para pagarlos y segundo cómo hace para leerlos porque eran todas las semanas”. Yo leía un libro por día fácil en ese momento, era como no me importaban y mirá que era madre de hijos chicos en ese momento, no sé cómo hacía, yo hoy me lo pregunto a mi edad, esa energía que uno tiene cuando el deseo, por eso vuelvo a lo que decía Barthes, uno puede tener deseo de escritura, pero una cosa es tener el deseo y uno no se lo habilita, que es lo que a mí me pasó entre los diecisietes a los cuarenta, te diría, que no me habilité. Y otra, es habitar ese deseo, es decir, es sentarte y habilitarte. Bueno habitarlo, implica los codazos, implica renunciar a forense, implica un montón de cosas, sentarte a escribir. No es solo tengo el deseo, es habilitarte a habitar ese deseo y ver qué te pasa en ese habitarlo. Y eso es otro proceso, es diferente, es otra cosa.

KC:¿Pero tuviste inseguridades, Mariana, en este proceso? ¿Preguntas, inseguridades, arrepentimiento?

MT: ¿En el proceso de escritura? Es lo que te digo yo, a partir de los cuarenta, yo ya no sé nada. Ese yo sé, me duró los treinta. Me recibí a los veintitrés, me habrá durado diecisiete, quince años, la sensación de yo sé algo de esta vida, nunca más la tuve. Por eso yo digo que escribir es habitar la incertidumbre. Escribir es aprender a sostener la incertidumbre. Porque vos empezás un texto y nunca sabés si ese texto va a prosperar o no. Escribir es un naufragio constante, y además, es un naufragio con la lengua, vos sabés que la lengua no va a dar cuenta de lo que vos querés decir. Vos sabés que la herramienta del escritor no alcanza, vos sabés perfectamente eso. Y acá te cito a Bolaño, otro admirado y querido chileno que es, cuando a él lo entrevistan y dice la literatura se parece bastante a la pelea de los samuráis, porque un samurái no pelea con otro samurái, pelea contra un monstruo y sabe de antemano que será derrotado. Entonces, saber que serás derrotado y tener el valor de salir a pelear, eso es la literatura. Eso dice Bolaño. Y es exactamente lo que nos pasa, porque ahí podemos ir un ensayito de Stevenson que dice, o Pascal Quignard, que es un autor francés que quiero y admiro profundamente, la herramienta, a diferencia del pintor, del músico, el escritor tiene las palabras, es un material gastado, ese mismo material con el que vas a comprar un kilo de papas a la verdulería. Es decir, ¿cómo hacer arte de eso? ¿cómo trabajar? ¿cómo buscar una estética con ese material gastado? Sabiendo además que hay cosas, esto es mío, que no están hechas de palabras, hay emociones que no están hechas de palabras, están acá, son del cuerpo. Pasar el cuerpo a la palabra. Y yo cada vez me doy cuenta, que tanto se escribe desde el cuerpo, desde sensaciones, las sinestesias, desde cosas que son intraducibles a palabras, entonces lo intraducible de lo humano a palabras, esa imposibilidad es con la que trabajamos todo el tiempo. Entonces, hay una frustración, hay un naufragio. Yo entiendo la escritura como una deriva, como un naufragio y cómo aprender sobre todo a no ahogarte en ese intento, a decir, bueno, ¿cómo sostengo el naufragio? Porque es un naufragio y no hay puerto, no hay dónde llegar. Es la navegación misma. Entonces, no hay a dónde llegar, no hay un puerto seguro, no hay un resultado, no hay, viste, no sé, si vos decís, no sé, una cuenta matemática, decís, dos más dos da cuatro. Acá no, nada da cuatro. Entonces, esto es el tiempo de la incertidumbre.

KC: Mariana, pero hablaste de, si mal no recuerdo, que la psicología forense busca responder preguntas. Y la literatura, a mi parecer, tiene esta cosa que nos lleva a hacernos más preguntas y también es la búsqueda de las respuestas, es como algo circular ¿O tú ves que solamente es hacerse preguntas? ¿Qué es la literatura en ese sentido?

 

MT: Bueno, a ver, para mí personalmente, como la entiendo yo, sí te diría que es habitar la pregunta. Es decir, es aprender que no hay respuesta, es aprender que lo que podés hacer es profundizar en la pregunta, desbrozarla un poco más, bifurcarla, ahondarla, aprender la pregunta. Sería esa la respuesta. Es decir, es como ir pudiendo profundizar cada vez más la pregunta, complejizarla más. Jamás, por ejemplo, como lectora, viste esa literatura, esos cuentitos o esos textos que son como redonditos que están como sobre explicado. El narrador de Walter Benjamin, plantea bastante bien esto, dice él ahí: «la mitad del arte de narrar consiste en liberar a la historia de explicaciones». Entonces, viste esos textos que están como sobre explicados, como si el lector fuera un tarado que no va a entender un carajo y tenés que explicarle todo, y está como cerradito. Ahora, a mí en tanto lectora me divierten más los textos que cuando los cierro digo: “Ay, no ¿y ahora?” y que me queda la pregunta reverberante. Entonces, como disfruto de eso como lectora, supongo que también entiendo la escritura de esa manera y entiendo la literatura como un estado de pregunta, no como un estado de respuesta. No pretendo que un texto me responda, sí pretendo que me instalen una pregunta bien hecha, para poder reflexionar, porque la vida es reflexión. Si algo no tiene respuesta no hay como, es más la ciencia a mí me da como mucha ternura, si querés. El otro día hablaba con mi hermana de eso en la playa acá, del encuentro entre poesía y ciencia, que hay un libro de Osvaldo Picardo que un poco aborda el lenguaje científico y poético, y que tanto se parecen porque es como que son porfías. La porfía humana de salir de la cama a mí me interesa. Es decir, si vos pensás, a ver te lo pongo rápidamente como en un ejemplo simple, vivimos en un planeta y vivimos en un sistema solar, y el sol vos sabés que muere, vos sabés que el sol se va a apagar y no va a haber más. Con lo cual, todo el sistema solar no existe más. Con lo cual, ni las pirámides, no va a quedar nada. Entonces vos decís ¿qué sentido tiene salir de la cama para escribir un texto o para construir una pirámide o para lo que sea, si de toda esta cultura, no me va a quedar nada a la larga? entonces ¿qué sentido tiene? Y sin embargo, a mí lo que me parece más poético de la especie, es que salimos de la cama, le damos un sentido y escribimos, leemos, pintamos un cuadro, componemos una música, nos preguntamos algo. Y los científicos tratan de responder ¿qué carajo es aquella galaxia? ¿qué es esto? ¿de qué te moriste? Y hay como cosas muy humanas. Por ejemplo, hay un texto mío que una pregunta, por ejemplo, una tía de mi mamá pero que tenía la edad como si fuera una prima, falleció un día. Entonces fuimos al velorio en un lugar tristísimo, muy frío, horrible. Esta mujer yo la acompañé días antes al velorio del marido había muerto, con el cual había compartido sesenta años de vida conjunta. Salvador se llamaba él, entonces voy al velorio de Salvador, invierno horrible, la abrazo a Beba, esta prima tía de mi mamá, bueno, me dice: “la vida, yo ya estoy, si se murió él”. Ella en un frío horrible del invierno lo entierra al marido. Después, de esa noche, feísima, muy fría, pasa mucho frío, lo ofrecían a té, no quería nada. Una sobrina – porque la única hija que habían tenido había fallecido- la acompaña a su casa, a su departamento. Y ella le da un té y dice me voy a dormir, me voy a acostar. Y Beba se acuesta y se muere, instantáneamente, se acuesta y no se despierta más. Entonces, a ver, si vos me decís, la pobre señora que era mayor, tomó frío, se agarró una neumonía, se murió a la semana, a los diez días, al mes. No,  ella dijo: “para mí ya está, lo dijo a las tres de la mañana y ella a las tres de la tarde había fallecido”. Entonces estas cosas que uno, es como cuando Borges hace esta clasificación, creo que Borges, lo dice mejor que nadie, en realidad, esto que intento decir, que es la porfía del hombre, cuando él dice: «bueno los animales se pueden clasificar en los que pertenecen al emperador, los que de lejos parecen moscas, que rompen jarrones». Es esa arbitrariedad, esa necesidad nuestra de ordenar el caos. 

KC: Mariana, pero una pregunta ahora que te estoy escuchando, hay varias preguntas, pero ¿hay antecedentes literatos en tu familia o tú eres la primera?

MT: No, a ver, mis abuelos maternos leían mucho. Mi abuelo escribía obras de teatro, mi abuelo materno. Y mi mamá nos escribió a mi hermana y a mí. Mi mamá es el ser humano que tiene, yo siempre digo, que tiene una memoria prodigiosa. 

KC: Como tú, porque tu memoria es prodigiosa. Yo te escucho.

MT: No, la mía es un remedo de lo que es la memoria de mi madre. ¿Vos no sabés lo que es? Una persona que se te pone a recitar, siglo de oro español, como se pone a recitar tango, como se pone a recitar gauchesca, lo que quieras; Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, lo que se te ocurra. Pero no te recita la primera o la segunda estrofa, el poema es completo, sin fallar. Es decir, tiene una biblioteca en la cabeza. Y nos crió, a mi hermana y a mí, recitándonos, pero además hasta retándonos con el Martín Fierro, «los hermanos eran unidos porque esa es la ley primera, entre ellos se pelean». Hasta eso. Entonces, sí, hubo mucha cadencia oral, no todo el tiempo, pero hubo mucha cadencia oral de la poesía, aparte mi mamá – ella es abogada, pero ella hubiera querido ser actriz – no solamente recita, recita y recita García Lorca y vos escuchás a Lorca. Es decir, es una actriz recitándote a Lorca, el Romancero gitano, «que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela pero tenía marido». Mamá era eso todo el tiempo, te recitaba gauchesca, que sé yo, Estanislao del Campo. Así que era como mucho eso. Aparte te lo trae en una charla, me acuerdo que a mi hija le decía que un novio le había ghosteado. Entonces mamá dice qué es ghostear . Bueno, que desapareció. Entonces, te sale con Estanislao del Campo y con un poema que dice algo así como: «no ha visto usted un yesquero loco a una chispa salir y como dos baras seguir, pues de ese modo parseo desaparecen las estrellas a morir». Te sale con cómo desaparece una estrella de un poema gauchesco para explicarle a la nieta qué es ghostear viste. Te sale con eso. Entonces, bueno, sí, hay como mucha literatura oral de parte de mamá, de poesía, te diría. 

Mi abuelo escribió un par de obras de teatro, que después las quemó porque no quiso dejar nada. Las representó en el pueblo porque él trabajaba como jefe de estación en el ferrocarril, las iba representando en los pueblos con actrices y actores de mentirita, así del pueblo, la prima, la sobrina, la vecina. Sí, había eso. Y después, mi mamá le pidió las obras, las quemó, un día las quemó literalmente con fuego, quemó las obras de teatro que había escrito, que eran malas y que no había que dejar nada de eso

KC: En una entrevista en el blog Horas robadas, comentas la necesidad imperiosa que tienes de escribir constantemente en café, bares, cruceros, todos en pedacitos de papel ¿Es así?

MT: Sí, acá tengo un cuaderno. Sí, no, pero a ver, eso es lo que dice Pascual Quignard, que yo estoy muy de acuerdo, para quién escribe o quiere escribir o qué sé yo, Pascual Quignard dice: “el tono no tiene una segunda oportunidad”. ¿Y con qué lo equipara Pascual Quignard? Con la caricia amorosa, él dice: “Si vos empezás una caricia amorosa en un momento dado con tu amante, con tu pareja, con quien sea, y como no es el momento apropiado la dejas caer para retomarla en otro lugar, en otro momento, dos horas después, no se reaviva con la misma pasión, con el mismo encuentro, con la misma espontaneidad con la que se dio en ese instante». Y él usa esta comparación para hablar del tono en literatura. Él dice que cuando se da un tono de escritura, no hay dos oportunidades, si no lo tomas en el momento, ese tono exacto lo perdiste. Lo podés querer revivir, retomar como la caricia amorosa, no va a volver de la misma manera. Entonces, me pasa que vos me podés ver en cumpleaños, hoy con mi hermana en la playa, que escucho una frase, veo una escena, no es que escribo de esa manera, sino que son notas que tomo porque siento que si eso que estoy viendo en ese instante no lo capturo en el momento, sé que después voy a tener mucha dificultad en recordar y retomar lo que me conmovió de lo que vi o de lo que escuché. Es eso.

KC: ¿Pero cómo organizas todas esas notas?

MT: Sabés que no las organizo porque son notas a las que no vuelvo jamás.

KC: No las vuelves a ver.

MT: No, pero necesito anotarlas. Es como que el acto de anotarlas me las grabara. Es como cuando te levantás a la mañana que si no anotás el sueño o no se lo contás a alguien te lo olvidaste. A mí me basta con que mi mano haga el ejercicio de escribir lo que vi. Es como que eso me lo grabó. Ya después no necesito volver el cuaderno. Son cuadernos a los que no vuelvo nunca. 

KC: Mariana, para preparar esta entrevista busqué muchísimo sobre tu vida personal y no había nada. O sea, yo sabía que tú tenías hijo porque me lo nombraste, porque como nos conocemos de antes ¿Eso es una decisión personal? ¿o es algo que se te ha ido dando así a lo largo del tiempo?

MT: ¿Por publicar vos decís en redes como cuestiones de índole personal?

KC: Pero no, también en entrevistas. Yo recién me vengo a enterar que, no sé si sigues casado o no, pero bueno, tienes dos hijos. Pero en general se sabe muy poco de tu vida privada.

MT: No es que haya ningún afán en particular, pero por ahí no son temas que se han dado. Estuve casada muchos años, ahora estoy separada, tengo tres hijos. Pero bueno, son datos biográficos, es la vida misma, que va yendo. Es como hablar de si estudié una cosa primero y después otra. Por lo menos a mí, no sé, cuando hablo con alguien o lo que me dice algo de la persona es esto que estamos hablando con vos ahora, temas muy profundos porque los otros son como datos biográficos que pueden ser esos como pueden ser otros, porque la vida en eso es bastante caprichosa y es bastante azarosa, y a mí, ves el azar es uno de los temas que me encanta pensar todo el tiempo.

Una vez vi una película, yo soy de ver muy poquito audiovisual porque me cansa ver algo que se mueve en la pantalla, tengo poca paciencia, pero una vez vi una película, Instancias, de una colega escritora que me dijo que, hablando de esto del azar de cómo la vida se te acomoda a veces por las decisiones mínimas que tomas, cómo te interfieren después, o sea, cómo producen efectos y hacen que de golpe te casaste con otro porque abriste una puerta y no la otra, o te anotaste en una facultad y no en la otra, en mi caso. O lo que sea. Eso es tan azaroso, tan básico. Bueno, es una película que la escena inicial o la que recuerdo, es una mujer bajando apuradísima a las escaleras del subte, del metro y en una llega a agarrar el vagón, entra al tren ese y en la otra las puertas se le cierran en las narices y tienen que esperar el otro tren. Y lo que narra este cineasta es la vida de esa mujer, cómo se bifurca a partir de haber entrado ese tren o no haber entrado ese tren. Que es lo mismo que yo te puedo decir haberte anotado en psicología, filosofía. Yo me anoté en psicología, me casé con un ex esposo que lo conocí ¿en dónde? en la Facultad de psicología. Me hubieran anotado en otra, mi vida, mis hijos, todo hubiera sido… y esas cosas azarosas a mí me interpelan un montón, por ejemplo.

KC: Pero, Mariana, me encantaría saber cómo es tu rutina de trabajo.

MT: No tengo rutina.

KC: ¿No tienes rutina de trabajo?

MT: No, soy muy indisciplinada, muy. Escribo cuando me viene, para escribir, escribo y no puedo parar. Y cuando no me viene, no escribo y leo.

KC:¿Y has pasado épocas que no puedes escribir?

MT: Obvio, claro, sí. Pero son etapas que escribís en la cabeza. Estás escribiendo de otra manera. Mi sensación es que estoy escribiendo todo el tiempo, pero hay momentos que estoy escribiendo pensando y hay momentos que estoy escribiendo en el papel. Son maneras de escrituras, creo.

Sí, hay momentos que la cabeza está como pensando y no escribe, no puede escribir porque no hay intelección mínima para ni siquiera explorar un lenguaje para eso, pero creo que uno trata de escribir, como esto, lo que te conmueve, que para mí no está hecho de palabras y que hasta que lográs enfocar una escena. Por eso estas notitas de escenitas, siento que a veces condensan. Por ejemplo, con los cuentos lo veo más claro, porque te puedo contestar más claro con los cuentos. Los cuentos para mí tienen como una urgencia que es más del momento, que es esa notita que después se convierte en cuento, que es aquello que vos viste o escuchaste, puede ser una oración o una imagen. La imagen tiene algo, viste cuando ves un cuadro en un museo, una pintura, una foto, que vos recibís como el impacto, todo junto. Se puede descomponer, pero te lleva un impacto entero, algo que te conmovió. Entonces, para mí muchas veces, como la literatura es diacrónica como la música, tenemos el tiempo, son las artes del tiempo, a diferencia de estos otros que tienen la capacidad como la foto, la pintura, de transmitirte toda una complejidad emocional de golpe, que después la puedes descomponer en la lectura del cuadro o de la foto, pero que en el momento te impacta,  te genera una emoción entera como una bala. Y en cambio, la música o la literatura tienen esta diacronía la necesidad de componer en el tiempo eso que te impactó. Y muchas veces, para mí el desafío de la escritura es eso, es eso que me impactó que vi o que escuché en una mera oración, cómo lo puedes componer en un texto que es diacrónico y sin perder, el desafío, porque se pierde muchas veces, pero es cómo logro que no se pierda ese impacto que tuve, ese tema que me impactó, esa emoción que me embargó en el impacto, a pesar de que lo tengo que descomponer en la diacronía de una narración. Entonces, ese es uno de los desafíos para mí de la escritura y del trabajo con la lengua, que es tan complejo, por esto que decíamos de lo precaria que es la lengua para dar cuenta, porque además  somos esclavos de una lengua, la lengua en la que nacimos, la lengua que habitamos para la escritura y que chiquita que es esa lengua, que escasa que es. Yo te quiero transmitir, si vos nunca probaste el sabor de la manzana verde y quiero usarlo, te lo quiero decir con palabras, yo no te puedo transmitir el sabor de la manzana verde. Los colores, gente que tiene veintisiete mil colores para los verdes y nosotros tenemos verde, verde claro, verde musgo, verde oscuro, andá a escribir un color. Es decir, desde la imposibilidad de escribir un sabor, color, imagínate lo que es escribir un desgarro emocional, escribir un agujero existencial, escribir la pregunta por la vida ¿cómo mierda? o sea, las palabras no, entonces es poca. Y bueno, es navegar esas aguas. Escribir es aceptar la derrota, como decía Bolaño. Es eso.

KC:  Mariana, una vez me dijiste: “Karen, concursa, concursa en todos los concursos que puedas” ¿Por qué?

MT: Bueno, a ver, te puedo hablar de mi experiencia personal y de mis miedos, de mis incertidumbres y todo esto que hablábamos hace un rato. Vos empezás a escribir, haces los talleres, en mi caso bueno estudié letras, después hice una maestría, pero es esto que yo te decía en el fondo, lo de Barthes, es cuando yo me habilito de la escritura. Yo, personalmente, tuve una formación de este papá y mamá como profesionales, que siempre a mi hermana y a mí nos inculcaron mucho lo académico, como esta formación un poco más exacta, que todo tiene un respuesta, que no da lo mismo, como esta exigencia. Me acuerdo que yo, por ejemplo, en un momento, muy chiquita era una nena de siete, ocho años, veía los Juegos Olímpicos y le digo a papá: “quiero hacer gimnasia artística». Y papá me dice: “Ya estás grande para aprender gimnasia artística, eso se estudia a los cuatro o cinco años, vos ya tenés ocho, no, ya no vas a llegar”. Y en un momento le digo que quería estudiar piano, me acuerdo y no sé qué edad tendría, tendría nueve o diez, me dice: “no, eso es que ya estás grande”. Yo estaba siempre grande para poder estudiar lo que quería estudiar. Entonces bueno, esa sensación de que no podés porque ya es tarde, todo es tarde. Por eso te decía que en algún momento uno se habilita porque si no te habilitás vos, siempre va a ser tarde.

KC: De los concursos.

MT:  Bueno. En algún momento yo hacía este primer taller, que te cuento, con José María Brindis, y él viene y nos cuenta que había un concurso abierto de qué sé yo. Para mí, en algún momento, como yo escribía bastante en ese momento de avidez, era una manera de obligarme a volver a un texto y trabajarlo, para mí un texto nunca está terminado, pero bueno, corregirlo lo suficiente como para sentir que lo iba mandar frente a unos ojos que no eran los de mi gente conocida, mi profesor, como mandarlo a un otro, a un tribunal. No sé, como esa sensación. Yo creo que son ejercicios que son válidos en tanto y cuanto a uno le obligan como a revisitar su texto, a retrabajar su texto, a obligarse a que no quede en mero borrador. A mí me obligaba a imprimirlo, a leerlo en voz alta, a pulirlo. Un poco el trabajo de corrección, que en alguna medida, a mí personalmente, me resulta muy vacía la etapa de escritura, lo que a mí más me reconforta es la etapa que sigue al primer borrador, que es la etapa donde siento que hay un texto posible y que ahora, lo más lúdico para mí es trabajarlo, trabajar con el lenguaje, o sea, obligarlo a decir algo. Y es lo que más me divierte. Entonces bueno, un poco los concursos para mí eran como algo lúdico.

Y te decía lo de mandarlo indiscriminadamente, porque también si uno se somete a esa idea y uno se puede desmoronar fácilmente también, porque no hay una respuesta. Entonces bueno, participar de muchos, me parece que es un camino transitable y que por lo menos a mí me parece que funciona mucho esto, como revisitar los textos y buscarles como una forma estética posible.

KC: Ya estamos casi terminando, antes que se me olvide, una escritora mexicana, Laia Jufresa, te mandó muchos cariños y me dijo que su próximo taller de lectura van a leer Quebrada, que todos los que nos están escuchando, favor, corran a todos los libros de Mariana porque son maravillosos. 

MT: Mándale un beso muy grande si hablas con ella, de mí parte.

KC: Le voy a decir. Dime una cosa, ¿en qué estás trabajando ahora?¿estás trabajando en algún proyecto?

MT: Sí. Desde que asumió Milei en mi país como presidente, debo decirte que tuve un tiempo muy disperso. Estuve como muy, ¿cómo decirlo? Como atravesada. Viste cuando empezó la pandemia en el 2020 que de golpe había muertos en Wuhan, y de golpe en Italia, y de golpe estábamos todos…Y te decían que el virus no sabías si venías por aire, por mar o por tierra, por dónde carajo, por los zapatos que había que bañarse, lavar la ropa. Esa primera etapa iniciática de la pandemia, que a mí me agarró una voracidad que en vez de leer literatura o lo que fuera, leía los diarios del mundo, porque necesitaba como entender. Me agarró esa sensación. De golpe, había nuevos actores. Era como ¿qué es esto? Te decían Sandra Pettovello, ministra ¿quién es? y googlear, en YouTube a ver quién era. Estuve muy tomada. Después, entendí que una manera era como volver a las bases, era como retomar la lectura y la escritura, pero vos sabes que me produjo una modificación que en vez de estar en un proyecto a la vez, estoy en este momento en tres proyectos de escritura. Tengo dos novelas diferentes que las estoy escribiendo al unísono y un libro de cuentos que surgen. Y todo el tiempo salto del uno al otro, es decir, cuando no puedo escribir uno, escribo el otro, si no puedo ese, voy al otro, y estoy así. Y esto me pasa desde ese momento, del año pasado, estoy así. Entonces, bueno, estoy escribiendo bastante pero en proyectos muy distintos, que me obligan a un ejercicio para mí novedoso, porque yo te hubiera dicho, si no nos veíamos ahora te hubiera dicho, no, yo cuando me agarro un proyecto de escritura me agarro por el pescuezo y me meto en ese. No, ahora estoy agarrada por múltiples escenarios diferentes; uno estoy en la selva, en el otro estoy en el viento de la Patagonia, en el otro estoy con encuentros urbanos. Y estoy ahí, estoy habitando muchos territorios ahora.

KC: Mariana, me quedaron un montón de preguntas, pero bueno, iremos a tener alguna vez otro encuentro. Te quiero agradecer muchísimo que hayas estado hoy día desde Brasil conversando aquí en Espiral.

MT: Un placer enorme, te agradezco infinitamente el convite. Es una dicha hablar contigo, sinceramente. Bueno, sabes que te quiero un montón, y gracias por el convite, gracias por la oportunidad y por el encuentro, porque siempre disfruto inmensamente de nuestras charlas, así que gracias.

KC: No, y escucharte es un dulce, es maravilloso. Muchas gracias y cuídate harto.

MT: Gracias mi amor, adiós.

Cierre

      Si tuviera que resumir esta conversación diría que es una de las más memorables de Espiral. Porque no solo conocí el lado más íntimo de Leila sino que también su metodología de trabajo. Espero que tú, todos ustedes, la hayan disfrutado tanto como yo. Me gusta que no esté en redes sociales. Marca una diferencia.

     Nos vemos el otro mes, vendrá Mariana Travacio, quien es una de mis escritoras predilectas.

      Ojalá me cuentes dónde estás escuchando Espiral, así este programa se convierte más en una conversación. Ya lo sabes, me encuentras siempre en mi correo karen@karencodner.com, en Substack o en Instagram.

Chaooooo

Lee. Escribe. Crea con Mariana Travacio.