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Queridos amigos,
Escribo con la cabeza algo mareada, he tenido una semana intensa, estirando el reloj lo que más he podido. Supongo que a todos nos sucede y bueno, podría concluir que estoy aprovechando literalmente el día.
El jueves participé en una mesa redonda sobre la censura editorial en los tiempos actuales en la librería del Gam, que es un centro cultural ubicado en pleno centro de Santiago. Todo partió con Roald Dahl, el autor de Charlie y la Fábrica de Chocolate, James y el melocotón gigante, entre muchos, muchos libros. Resulta que en febrero pasado la editorial Puffin Books, la división infantil de la editorial Penguin Random House comunicó que iba a editar los libros del inglés ildade acuerdo a los parámetros de los “senstive readers” que en español serían como lectores sensibles. Ellos se dedican a buscar contenido ofensivo, poniendo énfasis en cuestiones de género, origen y religión entre otros. Hace poco escuché algo genial: si te pagan para encontrar lo que te ofende, de seguro lo encuentras. Es una especie de limpieza lingüística, donde la palabra “gordo” se vería reemplazada por una “persona algo más gruesa”, “la mujer que atiende la caja de un supermercado”, sería una “estudiante universitaria”, “el viejo hipócrita” un “anciano que le cuesta ser sincero”.
Y como buena polémica, las reacciones inundaron el templo de Twitter y de los medios en general. Incluso el primer ministro de Reino Unido Rishi Sunak lanzó su declaración: «deben protegerse, preservarse y no modificarse”. Y Salman Rushdie, escritor inglés y alguien que ha conocido el odio en primera persona comentó en Twitter: «Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda (…) Puffin Books y los encargados del legado de Dahl deberían estar avergonzados».Dahl no fue un santo ¡Claro que no! Según sus declaraciones fue un antisemita declarado, negó el Holocausto, declaró que en algo debe de haber tenido razón Hitler para aniquilar a los judíos. Se portó pésimo con su primera señora, era un misógino declarado. Y a pesar de todas sus deficiencias, yo digo: fue un genio.
En el conversatorio estuve con al escritor Marcelo Simonetti; Francisca Jiménez, editora general de ediciones Mis Raíces y Andrea Viu, editora. Concluimos que lo primordial es respetar la obra artística del autor y con ello en el horizonte, discurrimos sobre lo delicado que puede ser la intervención. Si nos dedicamos a editar cada libro publicado hasta la fecha, estaríamos atentando contra nuestra poca historia y nos quedaríamos sin memoria, ignorantes de cómo se vivía y se pensaba en el pasado.
Dahl logró que miles y miles de niños se divirtieran con sus historias y yo misma -en preparación para el encuentro leí Matilda– me encontré riéndome con sus historias. Imagínense, lo publicaron en 1988. Ella lo pasaba pésimo en su casa, con unos padres tan malos que de seguro hoy los habrían encerrado en una cárcel de alta seguridad. Matilda, una niña prodigio de cinco años, encontró refugio en el colegio y en especial en una profesora, la señorita Honey.
Estoy segura de que no tenemos derecho a intervenir lo que otros crearon. Quizá la solución sería, tal cual propuso Marcelo Simonetti, tener dos ediciones, o bien, acompañar el texto con una explicación. Andrea Viu fue tajante: para ella todo se reduce a un tema económico, ahora que los derechos de publicación de Dahl son de Netflix y necesitan blanquear el contenido. Francisca Jiménez, quien ha estado en incontables ocasiones en colegios, ofreciendo talleres con sus libros, dijo que el problema es de los adultos. O sea, son los padres cuando leen los textos los que arman en barullo. En eso sí que estuvimos de acuerdo los cuatro.
Quizás muchos padres leen con sus hijos, pero los que no es una excelente oportunidad pedagógica para los profesores. Pero la situación es peor -esto lo supe en la mesa redonda- porque muchos docentes no leen los textos que dan a sus estudiantes.
Concluimos que, si bien no estamos viviendo una época puritana, sí es más “buenista”, como la definió Marcelo Simonetti. Todos queremos parecer buenos, aceptar las diferencias, sin herir a nadie, temerosos de pronunciar alguna palabra que llegue a dañar. No es fácil vivir en este juego de excesivo correctivismo. Para mí, si existe gordo, feo, torpe e idiota en el diccionario, ¿es un crimen utilizar estos adjetivos en una narración ficticia?
Reconozco que yo misma he caído en el juego. Hace unos meses escribí un texto describiendo a alguien como “gordo” y la editora me dijo: esto puede ofender. Quizá la solución está próxima, porque pronto con la inteligencia artificial escudriñaremos los pensamientos de cada uno e imagino que con y un botón, podremos ejecutar la limpieza profunda de esas ideas terribles.
Ursula K. Le Guin, una novelista y ensayista norteamericana (me quedo corta) increíble declaró: “No tenemos porque usar el masculino genérico como norma, tenemos alternativas, así que… ¿Por qué no usarlas?»
La editorial Hekht decidió sumarse a ese carro y tradujo la obra de la autora bajo los parámetros del lenguaje inclusivo. Todo esto lo leí en un artículo de Eterna Cadencia, donde Natalia Ortiz Maldonado y Marilina Winik opinaron que necesitaban este tipo de traducción:
«Necesitábamos unx traductorx sensible a los modos del lenguaje no sexista y, a la vez, a la escritura y belleza de los textos. El trabajo de traducción no es una operación maquínica, un mero cambio de vocales o consonantes. Gabriela Adelstein, quien tradujo el texto, logró hacer todo eso, y creemos que pudo hacerlo tanto por su gran experiencia como traductora como por ser una gran lectora de Kroeber Le Guin».
Yo entiendo que el lenguaje es dinámico y necesariamente en cien años estaremos hablando distinto, pero no soy capaz, y lo digo a modo personal, de estar escribiendo ya sea este boletín, un ensayo o un cuento (y para qué decir una novela) con lenguaje inclusivo. Si inventan algo más sucinto, menos engorroso, lo voy a pensar, pero por el momento me quedo así. De todas formas sigo escribiendo y cuando estoy al frente de la pantalla, pienso en esto. Debe ser por esto que estoy disfrutando tanto la escritura de ensayo, porque allí hay una libertad absoluta que te permite reírte de una misma y de los otros.
Si vas a mi página web, encontrarás fotografías y el streaming de la conversación.
¿Has leído algo que te ofende? Espero tu correo en karen@karencodner.com
Mis recomendaciones
Una película: Farewell Mr. Haffmann de Fred Cavayé en Netflix. La vi en el verano y sin duda es una oportunidad para hacernos preguntas sobre cómo habríamos procedido en las mismas circunstancias, porque todos queremos ser buenos ¿o no?
Un libro: La embriaguez de la metamorfosis, de Stefan Zweig. ¡Qué novela! No quería que se terminara, una elegancia suprema y obvio, en el título ya nos está adelantando que le está haciendo un guiño a Kafka. La trama está divida en dos etapas, en una previa a la Primera Guerra Mundial y luego, la posterior, donde el mundo cae hasta la oscuridad. La publicó editorial Acantilado, como siempre, perfecta traducción.
Mis momentos
Fui feliz Cuando hice una serie completa de ejercicios de push up con harta felicidad. “Lo logré” me dije y a continuación me pregunté ¿con qué ejercicio nuevo va a venir el profesor?
Aprendí: Que la palabra “preticor” significa olor a lluvia de la tierra. Todo esto sucede gracias a una sustancia oleaginosa que impregna los suelos y que se libera con la lluvia, o antes de que llueva. ¿Dónde lo aprendí? De una tremenda cuenta en Twitter, la de Monica Aceytuno.
Estoy agradecida: Por dormir varios días mejor que bien, excelente.
Lee. Escribe. Crea.
Karen.
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