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#27 Entrevista a Alan Pauls (Parte 2)

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Hola, hola ¿cómo estás? Grabo este episodio 27, y la segunda parte de la entrevista al escritor Alan Pauls, hoy jueves 17 de septiembre del 2020. Aquí en Chile estamos todos en modo “fin de semana de fiestas patrias” y sin duda, será muy distinto de cómo acostumbramos a celebrarlo. Tal cual te conté, yo andaré sumergida en modo “año nuevo judío” todo el sábado y domingo.

La entrevista que hoy vas a escuchar muestra el lado más íntimo y privado de Alan Pauls. Aquí reflexiona sobre su aspecto físico y cuáles son sus miedos a envejecer, también sobre sus expectativas del futuro, su relación con Chile y mucho más.

Mi recuento personal

Siento que fue ayer cuando escribí la introducción del episodio anterior, el 26. Me he dedicado a cocinar muchos queques de miel porque me gusta regalarlos para Rosh Hashaná, el año nuevo judío.

Terminé de leer dos libros que me gustaron mucho. Un clásico de Guy de Maupassant, Bel-Ami y uno nuevo, recién estrenado Mi abuela estuvo en Auschwitz del chileno Marcos Alvo, los dos me gustaron mucho.

Agradezco los buenos comentarios y en especial a Roberto Reisberg que me escribió diciendo “Leí tu entrevista en La Tercera, te felicito. Un capo Pauls”.

Ahora te dejo con la entrevista, ojalá la disfrutes y recuerda, la transcripción la encuentras en mi página web www.karencodner.com/podcast.

Entrevista a Alan Pauls, 2ª parte

KC: Vámonos ahora a la segunda parte de la entrevista Alan. Que es lo que te digo, triple militancia, pero cuando puse este subtítulo “triple militancia” dije: “yo creo que me quedo corta” porque era cómo tantas facetas dentro de una persona, intereses estoy hablando, en un sentido más amplio, porque eres escritor, ensayista digamos, guionista en esa área de escritor, crítico de cine, actor ¿Eres un tipo con déficit atencional o te quedas en esa que son tantas mis pasiones o mis intereses que no sé qué elegir, ni cómo organizarme?

AP: No, no, todo lo contrario, al contrario, yo soy una persona que solamente funciona bien en la tensión continua y concentrado. No puedo distraerme productivamente, la distracción no funciona creativamente para mí, en ese sentido soy como muy chapado a la antigua, me gusta quedarme tres horas con algo, cuando tengo que comentar un texto, en uno de los talleres de escritura, estoy una hora con un texto que puede tener dos páginas, me gustan las novelas largas, me gustan las películas largas, me gustan las relaciones amorosas largas. Todo lo que hice en mi vida, salvo tal vez actuar, que es algo que hice solamente porque a dos o tres directores de cine se les ocurrió la idea de que yo podía funcionar del otro lado de una cámara, todo lo que hice en mi vida pasa por una máquina de escribir, o sea, que en realidad yo no considero que haga muchas cosas, o que haya hecho muchas cosas, considero que hice muy pocas, muy muy pocas. En todo caso, hice muchas cosas que pasan todas por una misma máquina, que es la máquina de escribir.

KC: Y en ese sentido, porque mira anoche, me da vergüenza reconocerlo, pero vi Hamilton, no sé si has escuchado el Broadway, Hamilton, un musical, buenísimo, que sold out. Efecto de la pandemia, he hecho dos cosas que jamás en mi vida había hecho, de ver algo pirateado, porque soy anti-eso, pero, y ahí se habla mucho del legado, el legado que no es algo novedoso, para los chilenos nos tiene obsesionados el tema del legado, me imagino que para los argentinos también. Y en tu caso ¿Cómo es el tema del legado? ¿Cómo te vinculas con lo que tú dices: «bueno, yo a los 80 quiero que el legado sea de Alan Pauls«? Porque no creo que no lo hayas pensado.

AP: ¿El legado en el sentido de lo que yo dejo, o en el sentido de lo que me dejaron a mí?

KC: No, de lo que tú dejas. 

AP: De lo que yo dejo. Bueno me parece un poco pronto todavía para hablar de lo que yo dejo, porque no pienso irme de este lugar.

KC: Pero nos estamos imaginando en décadas. 

AP: No, no tengo idea la verdad, no tengo idea. Te diría como la respuesta a esa pregunta para mí es como una preocupación completamente pedestre, prosaica, que es ojalá que mis derechos de autor sirvan para que mis hijos la pasen mejor en la vida, tengan que hacer menos cosas que no quieren hacer, puedan hacer más cosas que las que podrían hacer si no los tuvieran, como una idea muy banal. Después, me parece, que está la cuestión de lo que uno deja, en el sentido de lo que uno transmite, pero que ya no es exactamente lo que uno deja, porque lo que uno deja es un poco la idea que para que uno lo deje, uno tiene que haberse ido. En cambio, la idea de una transmisión es la idea de que los dos, el que transmite y el que recibe la transmisión, están al mismo tiempo en un, digamos, nuestra transmisión en este momento, esto es una transmisión. 

KC: Claro

AP: La idea de transmisión me parece que es una idea más linda, es más democrática en cierto sentido. En el sentido de que los dos participamos de una especie de intercambio, la transmisión nunca es unilateral, no es que yo te transmito a ti.

KC: Es verdad.

AP: En el legado, yo creo que, por lo menos en la idea convencional del legado, siempre está esa idea como un poco vertical, que, por supuesto nunca es así, porque uno hereda aquello en realidad de lo que se apropió, y no recibe simplemente mecánicamente algo que alguien le deja. Está lo que te dejan y está lo que vos reconoces como herencia, que puede ser que no te lo hayan dejado, sino que tienes que apropiártelo, y esas yo creo que son las verdaderas herencias, las herencias que uno toma, no las que le dejan.

KC: Las que uno al final es como que tú llegas con esta herencia, tienes el pasivo y bueno ¿vamos a hacer algo con eso o no? ¿o lo dejamos allá?

AP: Sí, pero también quiero decir, no sé, yo tengo una madre, tuve un padre, tengo gente que me precedió, que me dio cosas, que me dejó cosas, y muchas de esas cosas seguramente son mi herencia, digamos, fatal, mi herencia inevitable, pero seguramente hay muchas personas con las que yo no tuve ningún vínculo de sangre, ni viví con ellas, ni fui particularmente discípulo de ellas, que sin embargo, han sido para mí, igual de valiosos, igual de productivos y de inseminadores que mis padres, entonces esos son para mí mis legados, los legados que yo elijo para mí.

KC: ¿Y de quién vienen esos legados independientes de tus padres?

AP: Personas, amigos, escritores, artistas.

KC: ¿Cuáles escritores? ¿cuáles artistas? Que se te vengan así ahora que te digo.

AP: Bueno, hay un escritor francés que a mí siempre me gustó mucho, que es Roland Barthes, que es un escritor al que yo leí mucho, sobre cual escribí, al que traduje, que prologué, que es un escritor como que me acompaña desde hace, hoy día, cuarenta y cinco años, o sea que es realmente una especie de compañero, como un transmisor.

Roland Barthes

KC: Lo descubriste chiquito, a los dieciséis años, a los dieciséis años no es fácil leerlo.

AP: Bueno, hay cosas de Barthes que es más fácil leer a los dieciséis años, pero digamos que yo era un lector curioso en ese momento y encontré en la escuela un par de profesores como muy despiertos, que vieron en mí esa especie de apetencia de lector y me avivaron. Cuando uno tiene un cierto deseo, es medio inevitable, que ese deseo encienda también el deseo de los demás. Hay algo ahí cómo funciona, las redes se arman, los circuitos se arman, o sea, esos profesores para mí, parte de la herencia que a mí me constituye, son esos profesores, esos dos profesores que yo tuve en la escuela, a ellos yo diría que les debo todo. 

KC: ¿Cómo se llaman? Porque lo escuché.

AP: Bueno, el profesor para mí más importante fue Jorge Panesi, que fue un profesor de la escuela secundaria, que es un crítico literario muy importante en la Argentina, un investigador, un ensayista, pero en ese momento era un profesor que tenía, no sé, apenas diez años más que yo, debía tener veintisiete, treinta años. 

KC: Y lo veías grande ¿no?

AP: Cuando yo pienso en que el legado venía de una persona de veintiocho años, de treinta años, que estaba haciendo sus primeras armas como profesor en una escuela secundaria, no lo puedo creer. Y, sin embargo, era persona brillante que estaba ahí, y que vio simplemente que yo tenía ganas de algo, y que él podía de algún modo contribuir a que esas ganas se expandieran porque es eso básicamente, y eso es un legado.

KC: Eres afortunado.

AP: Sí, pero yo creo que muchos de nosotros tuvimos como experiencias parecidas en la escuela, y por ahí son cosas que tienen un efecto residual. Yo, tal vez, a los catorce años ya me gustaba mucho leer, o sea ya sabía eso, por ahí a los catorce muchos chicos no saben qué quieren hacer o qué les interesa, yo tuve esa suerte tal vez, que ya estaba clavado en algo. Pero yo creo que muchos tienen la experiencia de darse cuenta, diez años más tarde, después de que dejaron la escuela, «ah, pero entonces hay alguien que me abrió la cabeza sin que yo en ese momento fuera demasiado consciente».

Su relación con el cine

KC: Y tu amor por el cine Alan, tu amor por el cine ¿nace en esa misma época, o es posterior? ¿cómo funcionan estos mundos?

AP: No, bueno me parece que uno es espectador de cine mucho antes que leer. Para empezar uno puede ver películas antes de saber leer, entonces, el cine es algo que entra mucho más rápido, y el cine por supuesto es una cosa, que forma parte de la cultura de masa de una manera que la literatura todavía no, la literatura, todavía uno tiene que trabajar para leer, para ver películas no se hace falta trabajar

KC: No, eres pasivo. Eres un recipiente.

AP: Sí, es más, uno puede optar una actitud más activa pero el medio en sí y el dispositivo de la contemplación, es un dispositivo que implica cierta pasividad. Pero yo fui al cine muy chiquito y me gustó mucho el cine, muy rápido, y más o menos, a los doce, trece, catorce años, me empezó a interesar el cine con la misma urgencia y la misma pasión con la que me interesaba la literatura.

KC: Y entre el género ensayo, novela, biografía, cuentos ¿con cuál te quedas, o con cuál te sientes más cómodo? tú como profesional, que se te da naturalmente. 

AP: Yo creo que la prosa narrativa, o sea, la novela y el ensayo, me parece que son las cosas que más me estimulan.

KC: Hace trece años, me puedes corregir si estoy mal, trabajas en el programa de cine Primer plano.

AP: Sí, trabajaba porque terminó.

KC: Terminó ¿no? Porque yo estuve averiguando y no me quedó claro. ¿Cuándo terminó?

AP: Terminó hace dos años, o tres años, tres años creo, el 2017 terminó. 

KC: ¿Y cómo fue ese duelo?

AP: No fue en realidad un duelo, porque los últimos años del ciclo siempre habían sido años un poco robados a la muerte del programa porque siempre pensábamos bueno este año se acabó, este año se acabó, este año se acabó, y por alguna milagrosa razón el programa continuaba, pero todos un poco, los que lo hacíamos, como lo hicimos durante quince años éramos medio como una especie de pequeña familia, decíamos: «bueno, genial que podamos hacerlo un años más pero tal vez sea el último, y cuando terminó, terminó. Fueron quince años, lo cual, para tele, para mí es una cosa totalmente prodigiosa, y sobre todo un programa pequeño de cine independiente, y probaba materiales muy extravagantes, muchas películas que nunca se estrenaron en salas comerciales. O sea, fue un milagro, ese programa fue un milagro para mí. 

KC: ¿Viste la última de Roman Polanski, o no?

AP: No.

KC: Vela, esa es la otra cosa que hice pirateada, ¿Cuevana se llama, algo así?

AP: Sí, Cuevana. 

KC: J’accuse, que yo no sé francés no sé si lo estoy diciendo… Vela, y cuando la veas te pido por favor que me mandes un correo. 

AP: Okey, okey.

KC: Porque tiene cosas que son impactantes, nadie la ha querido distribuir tampoco esa película, por eso la tuve que ver pirateada.

AP: ¿Pero por el temita que hay con Polanski, con el sujeto jurídico Polanski?

KC: Sí, pero no tiene distribución a nivel mundial y solo la encuentras ahí. Ojalá que me cuentes.  ¿Cómo fue trabajar con Fito Páez en Vidas privadas?

AP: Genial, genial. Bueno, de hecho, yo me hice amigo de Fito trabajando, yo no lo conocía antes de trabajar en el guion de la película, nos habíamos visto algunas veces en situaciones sociales, pero estuvimos trabajando como un año juntos y ahí realmente nos hicimos amigos. Para mí fue un placer total porque no solo es una persona muy agradable para trabajar.

KC: Ah, mira.

AP: No solo es una persona muy libre para trabajar, sino que también tiene una relación con el cine que a mí me gustó mucho descubrir, porque es un espectador como muy cultivado, muy perspicaz, muy poco rockero en cierto sentido, y me interesó mucho trabajar con él y por eso acepté, además, porque el proyecto que me proponía era el último tipo de proyecto que yo iba a esperar de una estrella de rock como Fito Páez.

KC: Dejaste, en ese sentido, yo estoy mirando aquí tu carrera y has dejado un poco de lado más el cine ¿o no? 

AP: Sí, o sea tuve dos relaciones básicas con el cine que fueron como crítico y como guionista. Como crítico fui crítico en diarios, fui crítico en revistas, fui crítico en programas de televisión también. Y como guionista, tuve como creo que dos problemas, que fue, por un lado, yo no soy un buen guionista de cine realmente, no soy un guionista profesional, además. O sea, no soy alguien que da soluciones profesionales en sus guiones. Y, por otro lado, creo que me tocó una muy mala época del cine argentino para trabajar como guionista porque fue la década de los ochenta, que fue, creo, una de las peores décadas del cine argentino. Era un momento, en el que la pequeña media docena de películas argentinas que se hicieron conocidas, fueron películas muy montadas sobre el acontecimiento político de la recuperación de la democracia en Argentina, pero para mí no tenían mayor interés cinematográfico, y había, en ese momento, una especie de agotamiento generacional entre los directores de cine, y a mí me tocó trabajar con muchos de esos directores que no eran directores que a mí resultaran muy estimulantes. Y una década después, cuando apareció el llamado nuevo cine argentino y aparecieron ahí diez directores o directoras con los que yo hubiera deseado muchísimo trabajar, ya eran directores y directoras que trabajaban con sus propios guiones, entonces ahí ya medio me quedé fuera de la fiesta. 

KC: Pero sí fuiste actor.

AP: Bueno, fui actor, pero porque hubo algunos directores que dijeron: “veo la cara de este tipo en este personaje”, y me parece que, porque les interesaba también mi perfil como escritor, y también mi perfil de escritor muy vinculado con el cine, como cierta plusvalía que yo traía como personaje del mundo de la cultura. Pero digo, nunca creí yo que fuera actor y creo que ellos tampoco, era más como una especie de máscara que estaba ahí.

El lado más íntimo de Alan Pauls

KC: Vámonos ahora, Alan, a la tercera parte que es más tú Alan Pauls como ser humano, como persona, digamos, no se puede diferenciar tanto, pero nos hemos enfocado mucho en la parte profesional.  Ya vas por los 61 años ¿no?

AP: Yes.

KC: Investigando, a mí me encanto la pregunta que te hizo Luciana Vásquez en «Resultadores» que fue en junio del 2018, eso de que eres un hombre guapo, y ella no te soltó hasta ver cómo era tu relación con el cuerpo o con el físico, una pregunta que antiguamente solo se la hacía a las mujeres, y hoy ya está más democratizada, y se hace a todos. Pero, cuando te miras al espejo,  qué echas de menos de ti mismo, de ese Alan Pauls joven de los treinta, de tu físico, que eres muy guapo, entonces ¿Cómo te vinculas tú con el paso del tiempo, y a la vez cómo te ha marcado eso en una carrera altamente cultural, en donde el cuerpo no es valorizado?

AP: Yo creo que lo que echo de menos es la posibilidad de no usar anteojos, porque por ejemplo, si me tengo que mirar la espejo necesito anteojos, si quiero verme, puedo mirarme al espejo y fingir que veo, y decir está todo bien, pero digo si quiero ver qué pasa en mi cara, realmente, hoy tengo que usar anteojos, y creo que lo que menos soporto de la edad, realmente, es la cuestión de tener que usar anteojos, de tener que usar una prótesis para mirar, para ver, todo lo demás me importa poco, me importa poco que la piel se caiga, me importa poco las canas, me importa poco… pero tener que recurrir a anteojos, es una especie de trauma del que no me recupero. O sea, pierdo los anteojos, tengo una relación completamente neurótica con los anteojos, los pierdo, los rompo, me interesan, estoy todo el tiempo mirando modelos de anteojos pensando en que pronto perderé los que ya tengo, gasto un dinero demencial en anteojos, y cuando decido no gastar más dinero en anteojos, compro anteojos baratos que son malos, entonces veo peor.

Alan Pauls

KC: Y Alan cómo fue… mira los prototipos, digamos, la Miss Universo no puede ser muy inteligente, el escritor no puede ser muy lindo. Eso es lo que se supone, o muy culto, es como la Susan Sontag yo pienso a veces, que era una mujer que tenía facha pero que no era una mujer linda, no era una belleza de canon occidental. ¿Cómo fue para ti esa tensión?

AP: Era una belleza total Susan Sontag, para mí era una belleza total.

KC: Para ti, pero no para cualquiera. Pero ¿cómo ha sido para ti, tú tener algo armónico, un cuerpo lindo, una mirada linda y trabajar en un mundo que no privilegia eso? ¿Te ha traído esa tensión?

AP: Yo nunca quise ser solo una cara bonita, esa es la historia de mi vida.

KC: ¡Vámonos, listo, estamos!

AP:  Y me parece que me dediqué bastante a eso.

KC: ¡Te resultó!

AP: No ser solo una cara bonita, no tengo nada en contra de ser una cara bonita, pero siempre me impresionó esa frase de las pobres personas, sobre todo mujeres, como tú dices, como que tenían que demostrar que no eran solamente una cara bonita. Yo no tuve, la verdad que no tuve. Yo creo, que la experiencia de la belleza es una experiencia muy interesante en los varones porque es una experiencia bastante tabú, o sea los varones no hablan de su relación con la belleza, la dan por sentada, en los casos de los varones bellos, digamos. Y la dan por sentada sobre todo cuando hay algo que la enmarca, y que le da un sentido, por ejemplo, en el caso de los actores, o en el caso de los modelos, o sea cuando la belleza produce algún tipo de rentabilidad económica, social, simbólica, etcétera. Pero las personas que son guapas o lindas de por sí, en la relación que esas personas tienen con eso, con esa imagen que dan etcétera. En caso de los varones no es un tema del que se hable.

KC: No, por eso me gustó la pregunta de Luciana.

AP: Sí, no, yo estoy de acuerdo. Y me acuerdo que en ese momento cuando me la hizo, me pareció que era una pregunta muy pertinente, más allá de mi caso personal, porque me parece que es un tema, digamos, cuando uno discute mucho de qué hablan las mujeres entre sí, de qué hablan los varones entre sí, por ejemplo, los varones entre sí, no hablan ni de sus problemas sexuales, ni, por ejemplo, de esa cuestión, de esa relación que pueden tener con sus propios cuerpos, o con la belleza más particularmente. No es una cuestión fácil porque tampoco uno sabe muy bien qué relación tiene ¿no?

KC: Claro, el hombre lo ha pensado menos.

AP: No, porque me parece que el hombre, si lo ha pensado, si lo piensa, lo piensa en términos como de instrumentalidad, y la belleza en el caso de un hombre es lo que le permite conquistar chicas, o conquistar chicos, como una idea media don juanesca, y muy instrumental. Pero nunca se reflexiona sobre esa relación en un plano que no sea instrumental, o sea, qué significaba, por ejemplo, ser muy mirado de niño, o ser muy tocado de niño. Por ejemplo, yo tengo una experiencia muy fuerte, me acuerdo de niño, de tener diez años y viajar con mi hermano y mi padre por primera vez en avión, fuera de la Argentina, fuimos a Brasil, a Rio de Janeiro, en unas vacaciones de invierno, era la primera vez que yo viajaba en avión, la primera vez que salía del país, la primera vez que iba a un lugar donde se hablaba otro idioma. Y cuando llegué a Río, por supuesto, era la primera vez donde yo iba a un lugar donde había negros, y yo cuando tenía diez años, era rubio, rubio, así como David Bowie digamos, tenía como un pelo como casi blanco, lacio. Y yo me acuerdo de estar caminando por Copacabana, por la playa, y me acuerdo de la sensación de ser muy mirado, sobre todo por negros y negras, gente de color, que me miraba como diciendo: «Y este qué es, qué tiene en la cabeza». Y había algo de eso que, o sea no tiene exactamente que ver con la belleza, o tiene que ver con la belleza, pero la belleza en relación con la raza, en relación con qué quiere decir ser rubio y ser blanco, en un contexto donde hay otros colores, otras razas, otros valores de belleza, pero había como cierta sensación, si quieres, de excepcionalidad. Yo creo que la belleza tiene algo muy raro, que produce efectos muy perturbadores, que es que te vincula de algún modo con una cierta excepcionalidad, que es una excepcionalidad por la cual no has hecho nada, absolutamente nada.

KC: Es como lo que estábamos hablando antes. 

AP: Claro, es una herencia no un legado, es algo de lo que no te has apropiado. Muchas veces, los varones lo que tenemos hacer es encontrar la vuelta, encontrar la manera de apropiarnos de eso que recibimos, medio sin haber hecho nada, como una especie de capital automático. Porque si no, medio terminas siendo un poco víctima de eso. En general, se piensa que la belleza puede aplastar a las mujeres, pero a los hombres siempre les sirve, y no es así, yo creo que la belleza puede aplastar también a los varones, los puedes problematizar.

KC: Alan, ¿Estás enamorado?

AP: Sí, claro. 

KC: ¿Quién es la afortunada?

AP: Mi mujer, Lola Arias, la madre de mi hijo. 

KC: ¿Cuánto llevan casados?

AP: Llevamos juntos diez años, y vivimos juntos desde hace seis, que fue el año en que nació nuestro hijo.

KC: ¿Fuiste papá viejo?

AP: Bueno, fui papá no viejo, a los treinta y cuatro, cuando tuve a mi hija con Vivi Tellas, y después reincidí ya un poco quincuagenario.

KC: O sea, que Remo ¿cuánto tiene hoy?

AP: Seis.

KC: Seis. Y dime una cosa ¿cómo es ser papá en época de COVID en Berlín?

AP: Bueno, fue dentro de todo bastante tolerable, porque lo único que hubo que lamentar, acá en Berlín, fue la suspensión de los jardines de infantes. Mi hijo estaba pasando un promedio de seis a siete horas por día en el jardín de infantes, y con la cuarentena eso se cortó, y durante dos meses estuvo con nosotros full time. Pero de todos modos aquí siempre se pudo salir, hubo dos, las dos primeras semanas de la cuarentena fueron más estrictas, pero siempre se pudo salir. Nunca hubo una restricción del movimiento, entonces, podíamos ir a la plaza, podíamos andar en bicicleta, no podíamos ver gente, no podíamos tener contacto con gente, pero para un niño de seis años, y un niño muy muy enérgico como mi hijo, yo creo que lo peor hubiera sido tener que quedarse encerrado.

KC: Como en la Argentina y en Chile.

AP: Exactamente, yo realmente me pregunto cómo sobrevive la gente con niños de esa edad en Santiago o en Buenos Aires, o en todo Chile o en Argentina, porque me imagino que eso debe ser el infierno, para todos.

KC: ¿Y te ha preguntado cómo hubiera sido tu vínculo o tus recuerdos, tu memoria con el COVID en Buenos Aires y ahora en Alemania? O sea, ¿Qué quieres sacar de esto? Porque vincularse con una sociedad tan distinta a uno, en una pandemia, siendo que la pandemia por sí misma ya es un hecho anormal ¿Qué has reflexionado sobre eso?

AP: Me parece que la pandemia, que, en algún momento, sobre todo al principio del fenómeno, se describió un poco como una especie de peste universal como democrática, como que afectaba a todo el mundo, muy rápidamente demostró ser todo lo contrario. Digamos, algo que ponía en evidencia más que nunca, las desigualdades que hay en el mundo, y me temo que finalmente lo que habrá hecho, cuando pase, si es que pasa porque más bien tiende a indicar que la pandemia en el mejor de los casos se va a convertir en una especia padecimiento crónico, como un estado crónico del planeta, me parece que lo que habremos sacado en limpio, es que las sociedades que peor la pasaron son las sociedades más injustas, más desiguales, que peor han resuelto, o que menos han resuelto sus problemas básicos. Y las sociedades que mejor la pasaron, digamos, son sociedades que de algún modo gestionan de otro modo esas desigualdades, que piensan más en términos de quienes son los sectores más vulnerables y más débiles de la sociedad, a quienes hay que proteger más, en quienes hay que invertir más dinero, en quienes hay que invertir más cuidado. O sea que, en un punto, la pandemia que parece ser una experiencia extraordinariamente novedosa, yo creo que va a ratificar algunas ideas que ya teníamos antes, por lo menos algunos, y sería bueno que por una vez se las escuche. Digo, me parece que el funcionamiento aquí en Alemania fue un funcionamiento para mí bastante, por lo menos en Berlín, porque no es lo mismo Berlín, que Hamburgo o Múnich. Pero la gestión de la pandemia, acá en Berlín, fue muy asombrosamente sensata, inteligente, yo no era un fan de Merkel, pero me parece que hubo como una mezcla muy dosificada y muy inteligente, como muy sensible creo, de principios, o sea, axiomas, ideas sobre el mundo, sobre la enfermedad, la salud, etcétera. Después una especie de atención en lo que está pasando todos los días en la sociedad, como una combinación de principismo absoluto y empírismo absoluto.

KC: Te gustó. 

AP: Entonces, elasticidad para cambiar los principios, para darle vuelta al asunto, para equivocarse, reconocer y retroceder, para olfatear lo qué estaba pensando, para entender cómo funcionaba la sociedad berlinesa y darse cuenta, que lo mismo que se aplicaba en Colonia, por ahí no tenía validez en Berlín.

KC: ¿Y qué te ha gustado, ahora que ya llevas un año viviendo en Berlín, qué te ha gustado de la sociedad berlinesa? ¿qué te ha gustado de los alemanes?

AP: Bueno, yo soy alemán, tengo un pasaporte alemán, mi padre era alemán, mis abuelos vinieron con mi padre de muy niño a la Argentina, o sea, que tengo una relación con Alemania muy particular. Me siento bastante identificado con cierto modo de ser berlinés, como áspero, hosco, malhumorado, pero en el fondo buena onda. Yo creo que tengo algo, un poco de eso. Me gusta mucho de la ciudad que me parece que es como una versión bastante civilizada y utópica de lo que uno podría esperar de una gran ciudad, es decir, un lugar más o menos ordenado, más o menos armónico, y a la vez, un lugar donde puede pasar un poco cualquier cosa. Es una ciudad que es muy difícil aburrirse y, sin embargo, en la ciudad funcionan cosas, principios, reglas, protocolos, muy claros. Pero la ciudad se las ingenió para inventar dentro de sí misma como bolsones de azar, de contingencia, de improvisación, de invención, que yo creo que la mantienen en un estado de vitalidad increíble.

Berlín

AP: Es una ciudad muy prolija, muy limpia y muy sucia, muy hippie, y a la vez, muy careta, como uno dice en Buenos Aires.

KC: ¿Y de Buenos Aires qué echas de menos?

AP: Yo creo que echo de menos mucho a los amigos, a la familia, mucho, mucho a los amigos, o sea, me doy cuenta de que los amigos, bueno siempre lo supe, pero los amigos es el legado también, es lo que uno elige. Creo que extraño un poco el barrio en el que vivía, que es el barrio Colegiales, que es un barrio que tiene cierta afinidad con ciertos barrios de viejitos aquí.

KC: ¿Cómo se llama?

AP: Colegiales.

KC: Colegiales, ah es el barrio Colegiales. Y dime una cosa, yo en el 2009 escuché en una entrevista, que estabas fascinado de saber que tu hija iba a ser hija, porque por primera vez ibas a poder ver la progresión desde el útero hasta que se convierta en la adultez de una mujer, eso lo estabas diciendo un poco en términos literarios ¿Qué te sirvió, en términos literarios, conocer una mujer in situ, desde chiquitita hasta más grande?

AP: ¿En términos literarios o en términos personales?

KC: Personales y literarios.

AP: Sí, yo tenía la ilusión de que, si uno veía como todo el proceso de formación, de génesis de una mujercita, uno iba poder entender algo de la lógica, de la famosa lógica femenina, pero no había tenido en cuenta, de que cuando uno mira ese proceso en tanto que padre, uno está completamente en una especie de hechizo. No tiene la mirada de un entomólogo o de un biólogo, o no sé, de un especialista en cómo se engendran criaturas femeninas. O sea, que todo pasó mientras yo estaba aparentemente mirando otra cosa, o sea, que me lo perdí, me lo perdí. Pero digamos, cuando volví acordarme de la pregunta que me hacía, miraba a mi hija que ya tenía, no sé, diez años, o después quince, o después veinte, o la miro ahora, que tiene veintisiete, casi, y lo que veo es una especie de criatura genial, despierta, amorosa, sensible, inteligente. O sea, una persona como, sí, como una fuente de hechizo.

KC: ¿Rita está ahí con ustedes o no?

AP: No, Rita está en Buenos Aires.

KC: En Buenos Aires. A ver, una cosa que tú has dicho: «La única cosa que nos hace originales son los problemas que tenemos».

AP: Sí.

KC: ¿Cuáles serían tus problemas? Eso lo dijiste el año pasado en tu charla.

AP: ¿Cuáles serían mis problemas? Bueno. tengo muchos, pero, yo creo que tengo muchos problemas que resolví sintácticamente. Por ejemplo, la procrastinación, la compulsión a postergar, a posponer. Por ejemplo, cierta pesadez, todos los grandes atributos del peor signo del zodíaco, que es Tauro, hay que decirlo, cuyas virtudes son todas defectos. Cierta lentitud de movimientos, como una cosa como que requiere cierto tiempo y cierto espacio para moverse. Todo eso yo creo que lo resolví literariamente, en lo que uno podría llamar un cierto estilo y es lo que vos llamabas, esas frases largas o esos párrafos largos. No estoy seguro de haber resulto esos problemas en la vida cotidiana. Creo que muchas personas tendrían mucho derecho a reprochármelos hoy día. Pero bueno, uno hace lo que puede con lo que tiene, con lo que le tocó. Lo que decía con los problemas, es que me parece que uno inventa sus propios problemas en un punto, ¿no?

KC: No, pero a veces los problemas son.

AP: Sí, pero quiero decir, los problemas que uno, por ejemplo, esto que estoy diciendo, que hay alguien que le resulta muy difícil hacer las cosas en el momento que las tiene que hacer, las deja para último momento, todo eso, no es que te cayó un objeto pesado en la cabeza, y que te lastimó la cabeza. No, eso es algo que de algún modo vos vas, en cierto sentido, cultivando a lo largo de la vida. Y en un momento es muy difícil distinguir que es tuyo, y qué es creado, qué se te impuso a lo largo de la vida. Me parece que yo soy eso, que esa es mi forma de vida.

KC: Alan, ¿Y qué te hace enojar?

AP: ¿Qué me hace enojar? Creo que la superficialidad, la crueldad, la mala fe, la mala fe me hace enojar mucho, la brutalidad. Sí, eso.

KC: ¿Y cuál fue tu último momento feliz? Que tú digas: «Karen esto fue» ¿Cuándo tú te vinculas con algo que dices que fue pleno?

AP: Yo creo que esta mañana cuando salimos del médico, mi mujer, mi hijo Remo y yo, estábamos contentos porque su herida en su talón estaba bien, y además el médico, medio que prepo dijo, «Bueno pero si se lastimó el talón, se hizo una herida tan importante, tal vez, hay que darle la vacuna antitetánica, y entonces mi hijo lo miró y dijo: «Una vacuna  antitetánica ay que bueno»  Y todo lo que yo pensé que iba hacer como una pesadilla en la consulta del médico, se empezó como a convertir en una especie de programa divertido. Y le dieron la vacuna, y ni se dio cuenta de que se la habían dado. Y salimos a la calle y era un día lindo y había sol, e íbamos a ir a la juguetería a comprarle una especie de dragón que él quería. Y nos vi ahí, caminando los tres en la calle, contentos, y dije:  «Esto se parece mucho, como a un estado de felicidad». No pasaba nada demasiado trascendente, y ningún deseo muy majestuoso se había realizado, pero había como un bienestar.

 KC: Había algo lindo ahí.

AP: Sí, común, un bienestar común a los tres que era muy parecido a la felicidad.

KC: Me quedan re-pocas preguntas, y algo que siempre me ha gustado saber ¿Cómo lo hace el escritor-lector para elegir que libros llevar consigo cuando se tiene que ir a una residencia por un año a Berlín? ¿qué se lleva con él?

AP: Yo me traje los Diarios de Kafka, porque tuve la misma inquietud que vos, me hice la misma pregunta y la verdad que no pude contestarla. Pensé bueno, llevo un libro gordo para cada mes, me voy a quedar seguro doce meses, finalmente me estoy quedando más tiempo. No me satisfacía y dije, pensé en la famosa pregunta ¿qué libro te llevarías a la isla desierta? y dije: “Bueno, suponiendo que Berlín sea mi isla desierta yo me llevaría a Berlín, los Diarios de Kafka”. Que es un libro que leí muchas veces, que releo mucho, que tiene mucho que ver con Alemania y con el alemán. Y me pareció que era un libro que probablemente no leyera en mi estadía en Berlín, cosa que efectivamente sucedió, nunca lo leí, nunca lo toqué, pero funciona como una especie de talismán, ¿contra qué? No lo sé

KC: Y justamente eso es lo que quería hablar un poco, el tema de memoria, yo trabajo en Holocausto acá en Chile también, trabajo en una fundación que se llama «Memoria Viva», que hemos recolectado los testimonios de refugiados y sobrevivientes del Holocausto y que se albergaron en Chile, generamos un montón de cosas, se llama » Memoria Viva» ¿cómo ves tú el tema de la memoria en Alemania? ¿y cómo la ves tú en un minuto, que escuché por ahí también, que había como una especie, que estaba un poco agotado de la memoria histórica, Argentina? 

AP: Sí, me parece que digamos, uno se cansa de recordar, o sea, es obvio que es una tarea compleja, es una tarea trabajosa, es una tarea que muchas veces, el caso argentino es un caso muy ejemplar creo, es una tarea que muchas veces requiere una cantidad de luchas y de batallas tremendas. Hay gente se dedica su vida a eso, y muchas veces es una tarea que no tiene una recompensa visible. En el caso argentino, yo diría, tuvo bastantes resultados, o sea para mí, incluso para mí propio asombro. Jamás pensé que mi país iba poder jactarse de ser uno de los pocos países del mundo que llevaron a juicio a muchos de los responsables de los crímenes de Estado de la última dictadura. Me parece que, en un sentido, es un trabajo imposible, en el sentido de que nunca va a llegar a la satisfacción total, y justamente porque es imposible no se puede dejar de hacerlo. Pero me parece que, cuando yo decía que en un punto estaba un poco saturada la cosa, lo que quería decir era que se había convertido como en una nueva… que el recuerdo, que la memoria, se había convertido como en una nueva policía, como una especie de obligación de recordar. Entonces, que la memoria había dejado de convertirse en un trabajo, en una misión, en una causa, en una militancia y se había convertido en un deber. Entonces, él que no satisfacía a ese deber, él que no respondía a ese deber, él que no estaba a la altura de ese deber, quedaba inmediatamente reducido a una condición como entre paria, de colaboracionista, de traidor, de indiferente. Y en un punto, yo creo, que la memoria funciona como fuerza muy ligada a otra fuerza, que es la fuerza del olvido ¿no?

KC: Ahí está el hijo de Susan Sontag.

AP: Sí, sí. Pero quiero decir, el olvido es una fuerza muy desacreditada, justamente porque está ligada a la negación, ligado a la indiferencia, ligada a la despolitización, y, sin embargo, yo creo que hay que repensar el olvido, porque el olvido es una fuerza que también esculpe, que también forma, que también le da una cierta vitalidad a la memoria.

KC: ¿Y eso lo ves en Alemania o no?

AP: Bueno, Alemania es como, me parece como la biblia de eso, quiero decir todos estos problemas que nosotros vivimos en Argentina a partir del 80, 81 y 82, o en Chile con la transición y todo eso, me parece que, en Alemania, de algún modo, se pusieron a prueba después de la Segunda Guerra. O sea, yo diría que acá el trabajo de memoria que hay en la ciudad, por ejemplo, es extraordinario, o sea uno ve la historia escrita en la ciudad todo el tiempo, y a la vez, ves las increíbles fuerzas de amnesia, y de borramiento, y de eliminación, que también están actuando en la ciudad, a través de la gentrificación, los cambios urbanos, la repoblación de la ciudad, etcétera. Berlín es una ciudad increíblemente mutante, quizás es una de las ciudades de Europa que más cambió en los últimos cien años. Pero me parece que, en cierto sentido, uno puede ver todo el tiempo esa tensión en la ciudad, y yo creo que eso es algo genial. Porque no es una ciudad que te obliga a recordar todo el tiempo y tampoco es una ciudad que te obliga a decir miremos para adelante, porque si uno mira mucho para atrás se vuelve necrófilo, o se estanca, o elige el duelo como forma de vida. Me parece que, hay algo de esa dialéctica, que yo creo que es bueno.

KC: Justamente hablando de la ciudad, tú venías mucho Chile antes de la pandemia, al programa » La ciudad y las palabras» de la UC, y tienes libros con la Universidad Diego Portales, pero eso ya todos lo saben. Yo quiero que me cuentes una picada, que se dice, algo así que sea un imperdible para ti cuando vienes a Chile, ¿o no hay nada, así como ir a comer, ir a tomar, un bar algo? Un lugar que sea tuyo.

AP: No no, hay muchas cosas que me gustan mucho de Santiago. Y yo tengo una relación con Santiago muy fuerte, tengo una relación muy fuerte con Matías Rivas, que es mi editor ahí, y es un amigo y es alguien, que yo, aunque no nos vemos mucho últimamente, tengo una especie de diálogo mental permanente. Y extraño mucho de Santiago, hay muchas cosas, me gusta mucho de Santiago el barrio de Lastarria, que es donde solía pasar mucho tiempo. Y extraño mucho, sobre todo, como ciertas comidas grupales, un poco orquestadas por Matías, en las que me podía encontrar con mis amigos escritores chilenos, Alejandro Zambra, Rafa Gumucio, Adán Méndez, porque eran… yo gozaba mucho y sufría un poco también, pero gozaba mucho de las sesiones descarnadas de cuereo, que eran esas comidas con eso monstruos de la maledicencia y del ingenio que son los escritores chilenos, son mucho peores, mucho más radicales, mucho más extremos que los argentinos.

KC: Ah, son…

AP: Esa sensación de como cofradía maledicente, y a la vez amorosa, es algo que extraño mucho de Santiago.

KC: ¿Y cómo te vinculas tú Alan…? no sé si estas al tanto de todo este movimiento que ha nacido a través de un artículo, que nació de la revista Harper’s, de la cultura de la cancelación, más de 150 escritores, artistas, ¿Qué piensas tú sobre esto que está sucediendo en el mundo?

AP: Estoy bastante de acuerdo con esa carta.

KC: ¿La habrías firmado?

AP: No, pero no me llegó, pero rara vez me llegan esas cosas. Pero estoy bastante de acuerdo con esas cosas, con el texto, estoy de acuerdo, en general, con la inquietud que me genera una cosa llamada cultura de la cancelación. Y estoy muy preocupado, por la idea, de que la cancelación pueda ser entendida como una operación que resuelve algún tipo de problema, sea cual sea ese problema en la sociedad digamos, o entre géneros, o lo que sea. Hablabas de Polanski antes, de que su película no tenía distribución, para mí, que soy escritor y que me interesa la literatura y me interesa el arte en general, yo creo que hay que aferrarse ahora más que nunca a la distinción entre los sujetos que producen las obras y las obras. O sea que si Polanski violó a una jovencita en la casa de Jack Nicholson en la costa oeste hace cuarenta años, y la justicia lo encuentra culpable y lo condena, que Polanski vaya peso, pero si alguien por eso decide que la Danza de los Vampiros, o el Bebé de Rosemary, o Tess, o cualquier película de Polanski, incluso la peor película de Polanski, no tiene que ser vista por la gente, me parece que eso es una catástrofe, o sea es una catástrofe a nivel cultural, es una catástrofe a nivel político, y es una catástrofe a nivel teórico. O sea, las personas no son lo mismo que las obras hechas por las personas. Digamos, si uno barriera con el browser de la cultura de la cancelación, la historia de la cultura humana, o sea, no va a quedar nada, no va a quedar nada, nada, nada.

KC: Una refundación.

AP: Me parece que las obras nos dan libertad, podemos verlas, podemos pensar cosas geniales a partir de ellas, podemos imaginar cosas, podemos enriquecernos, podemos ser mejores, más inteligentes, más sensibles, más tolerantes con obras hechas por monstruos o monstruas. Eso es algo que hay que entender, es así. Y si nosotros comenzamos a poner todos los gatos en la misma bolsa.

KC: ¿Alan, que estás leyendo? 

AP: ¿Cómo?

KC: ¿Qué estás leyendo?

AP: Ahora estoy leyendo… acabo de terminar de leer un libro de Anne Carson, una poeta canadiense, que se llama La belleza del marido, justamente, un libro extraordinario.

KC: ¿Libro o poesía? Yo no sé, ¿o una mitad de camino, ese libro?

AP: ¿Cómo?

KC: ¿Es libro o poesía? No sé qué es.

AP: Bueno, es poesía narrativa, ella habla del libro como de poesía narrativa.

KC: Te ha gustado.

AP: Sí.

KC: ¿Qué ha sido lo mejor que has leído este año en Berlín?

AP: Leí muchas cosas buenas. Leí una mujer que se llama Deborah Levy, que me encantó, una escritora extraordinaria, que hace auto ficción, que es un género también, del cual estoy un poco harto, pero ella hace algo muy, muy bueno con eso. Leí varias escritoras inglesas del siglo veinte, como de los años cuarenta y cincuenta, que nunca había leído, que me encantaron, Elizabeth Taylor, Barbara Pym.

KC: ¿Te gusto Elizabeth Taylor?

AP: Me gustó mucho, mucho. Me pareció, bueno ese género de escritora menor inglesa, que los ingleses cultivan tan bien.

KC: ¿Y se puede ser honesto en la literatura, que tú dijiste en Knausgård? 

AP: Yo creo que no. Y la verdad que me parece una pena dedicar algo tan interesante como literatura a una virtud tan sobrevalorada como la honestidad. Pero me parece que en Knausgård, su libro, no es importante porque sea honesto, me parece. Es importante porque es un proyecto muy demencial, es un proyecto que para mí funciona solamente en la larga duración, en la duración excesiva, y porque me parece que es un proyecto interesante en la medida que pone un poco a la literatura como en un límite. Hay por momentos que uno no sabe si lo que está leyendo, ya es literatura o cualquier cosa. Para mí, el libro de Knausgård es el primer intento verdaderamente interesante de articular la literatura, que es una forma ya muy antigua, con formas contemporáneas, como, por ejemplo, la serie. 

KC: Y hablando de series ¿qué nos recomiendas para ver? Veamos aquí ya, aprovechemos que te tengo al frente y que estamos terminando ¿qué serie? ¿qué película? Para los que seguimos encerrados.

AP: Yo creo que lo último lindo que vi, en ese sentido, o que me gustó fue, la última temporada de Curb your Enthusiasm de Larry David. Yo soy muy fan de Larry David y me gustó mucho la última temporada, que creo que es diez o la nueve, no sé.

KC: Sí, sí. ¿Alan tienes algo qué te gustaría agregar? porque hemos estado casi una hora y media conversando, pero ya te hice un barrido por todo lo que pude, y podría seguir obviamente, pero quería conocer en su complejidad al autor, ¿Hay algo que te gustaría agregar hoy para el podcast «Celular»?

AP: No, pero quiero saludar y mandar muchos abrazos y besos a mis amigos, amigas, amigues chilenos, chilenas, chilenes.

KC: Amigues, no me gusta a mí eso, pero bueno ya.

AP: No me gustan tampoco los teléfonos celulares y tengo uno, así que, qué vamos a hacer. 

Cierre

Conversar con Alan Pauls fue una experiencia extraordinaria. Sin duda en el futuro nos va a regalar más libros y reflexiones, y tal como dijo en el programa anterior, el próximo marzo lanzará su nueva novela.  Así finalizamos este ciclo con Alan.

¿Hay algún escritor@ que quisieras que entreviste? Espero tus comentarios.

Cuídate.

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