Escribo en un café, con el cielo gris, la temperatura más baja en Santiago. El otoño está entre nosotros. Agradezco el cambio de estaciones, el movimiento permanente.
En una semana más escribiré desde París porque estaré ad portas de correr mi quinta maratón. La última fue en Minneapolis, “Twin Cities” en octubre del año pasado. Se me pasó muy rápido el tiempo entre una y otra. Pero sobre todo, entrené súper distinto. Por lo mismo es una gran incógnita cómo serán mis resultados.
Desde que comencé a correr maratones en el 2015, venía realizado una preparación más o menos similar. De manera progresiva aumentaba la cantidad de kilómetros, llegando en una semana a correr 50. Ahora, en cambio, no solo incrementé la carga semanal -hasta más de 70km- sino que la cinta “la trotadora” se fue convirtiendo en mi mejor amiga; hasta hace poco no la soportaba, no entendía cómo se podía correr encerrada en un gimnasio. Esto me obligó a soportar un entrenamiento mucho más duro, porque fueron más kilómetros y más intensos también en ritmo. Varios días tuve que batallar contra mi resistencia, sorprender a mi corazón, salirme de la zona de confort.
El domingo 14 de abril, cuando esté en la parte más difícil del recorrido -por lo general alrededor del km 33- voy a visualizarme en esa cinta dando lo máximo. O me acordaré del verano cuando tuve que correr con un calor espantoso bien temprano mientras todos dormían o en un gimnasio sin ventanas y sola.
Para mí entrenarme es mucho más que estar bien con el cuerpo, sino que me obliga a adiestrar mi cabeza. Gracias a este deporte he logrado controlar mis tensiones, mi ansiedad y saber que me puedo sobreponer y siempre va a llegar el descanso, la paz. Aunque sea a un costo enorme, difícil, doloroso. Me obliga a no tenerme compasión, a disminuir mi teatralidad y saber que hay otros como yo, que también están dando lo mejor.
Es difícil someterse a estos ejercicios, pero desde que comencé a correr he mejorado muchos aspectos de mí.
Hoy por ejemplo, estaba a las siete de la mañana entrenando.
Ayer, también.
Mi cuerpo viene programado para ser un ave nocturna y he tenido que romper con ello. Ahora, prefiero levantarme bien temprano y ojalá dormirme antes de las once. Si no corro a primera hora, sé que me va a costar el triple hacerlo en la tarde.
Todo conlleva una enorme preparación. Ya tengo lista mi ropa, las sales, los geles, los guantes, el gorro y el polar que voy a botar ese domingo 14 de abril -hay instituciones encargadas de recolectar la ropa para luego donarla-, la pulsera en que llevo anotado el ritmo.
También sé que si me anticipo y me preparo obsesivamente, puedo alcanzar mejores resultados porque me pongo menos nerviosa. Las zapatillas, por ejemplo, irán conmigo en mi bolso de mano.
En una semana más estaré en la ciudad luz, ahí les iré contando cómo va el último capítulo de esta maratón.
¿Alguna vez se han preparado así?