Pasamos por olores como eucalipto, mirto, lavanda, la música de música de Fur Elise, escribir a la luz de las velas. El objetivo era crear un espacio que los invitara a explorar su potencial creativo y su capacidad de expresión por medio del lenguaje escrito. Momento estelar: leer en voz alta sus escritos, sin grandes ediciones, sus rostros muestran asombro, la conmoción ante esas palabras que tanto sentido les hacen.
Trabajar con jóvenes me ha conectado profundamente con mi adolescencia.
La incertidumbre, las preguntas, los dolores se manifiestan en sus textos. Muestran a personas vulnerables, les incomoda ser tristes, oscuros. Quizá anhelan que la vida sea pura alegría, pero se están dando cuenta de que eso es una quimera. Me ha impactado cuánto se refleja la personalidad del autor en su creación. Al estructurado, le cuesta soltar su lápiz, dejarse llevar sin hacer caso a la estructura. El que se refugia en la risa, anhela que sus textos sean solo dicha, el sensible y estético, busca un lenguaje precioso. Algunos, se impactan con lo que escriben, les cuesta dar crédito a lo que han hecho a partir de su propio oficio.
Grandes desafíos
Uno de los mayores desafíos para ellos ha sido el hábito. Antes de irnos de vacaciones de invierno les pedí que escribieran cada día, un par de líneas, párrafos, una página. No importaba. Pero a diario. Al regreso salieron perlas de esos textos, pero inevitablemente ellos fueron perdiendo la costumbre. Tomaron conciencia de que para ser un buen escritor la única manera es por medio de la perseverancia. Asimismo, fue desafiante la reescritura. Si bien fueron capaces de soportar las críticas a los textos -este es un ejercicio que pocos pueden resistir, a nadie le gusta que los miren con recelo, tachen, cambien, lo se ha creado- fueron estoicos. Sin embargo, volver a escribir el mismo texto, hacerlo otra vez y otra vez, es sido difícil. Quieren crear ahora, seguir adelante, exponerse. Ya se darán cuenta de que la única manera para producir algo magistral es por medio de la revisión exhaustiva, casi obsesa.
Para mí, la profesora – soy una una guía, más que un docente- también ha sido un reto. Esta es la primera vez que dicto un taller de creación literaria. Mi experiencia como alumna durante años en talleres de magistrales escritores, como Ana María Güraldes y Marco Antonio de la Parra, me permitieron tener la confianza para lanzarme a esta nueva aventura. Pocos alumnos, adolescentes, sin conocerlos en su mayoría, me atreví. He tenido que programar clases, buscar actividades que los seduzcan, abrirles espacios para que se puedan expresar y dar rienda suelta a su genio creador.
Siento una tremenda responsabilidad. Me doy cuenta de que este taller ha significado mucho para ellos . Lo que ellos ignoran, es cuánto ha significado para mí.
¿Te ha sucedido?
Libro de la semana: «Mientras escribo de Stephen King ”