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Escribir la novela

Rápido. Eso sucede. Los días pasan tan aceleradamente que me sorprendo de estar escribiendo otra vez para el blog.  Ya llevo casi un mes publicando. Ha sido una experiencia muy gratificante.  

A muchos de ustedes la última entrada les generó una especie de alivio. Los que nos dedicamos a la literatura, somos buenos para predicar “hay que leer”. En escasas ocasiones decimos “tienes permiso para detenerte, sigue esa lectura en un tiempo más”.

Por definición el acto de leer debe ser asociado a algo placentero. Es íntimo, nos permite suspender nuestras preocupaciones para conocer otras vidas. Para que sea  un real deleite, debemos conocernos como lectores y respetar los gustos individuales.

UNA NUEVA NOVELA

Otros seguidores del blog me han preguntando cuándo saldrá la segunda novela que estoy escribiendo. Lo hago lo más rápido que puedo, es decir, lento. Un ritmo ajeno al que hoy vivimos. Apurarse en la escritura es un error. También una gran tentación. Muchos escritores prefieren hacerlo rápido, publicar cada año, pero para mí es imposible.  Me encantaría tener ese nivel de productividad, pero sé que necesito meses para decantar la historia.

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Así como la paciencia se pone a prueba en este oficio, también la perseverancia. Es complejo escribir cuando tienes muchas preocupaciones.

Desconectarse del teléfono, correo y WhatsApp. Esta ocupación es más difícil aún porque no existe una fecha límite. Esa me la autoimpongo. Mi meta: el primer borrador listo a fines de este noviembre. Pero sé que si aparece un imponderable, muchos feriados, viajes, mi ritmo decaerá sustancialmente.

La primera novela que publiqué Respirar bajo el agua, fue bajo un régimen de trabajo muy distinto.  Solo había escrito  en formato cuento y siempre había anhelado escribir una novela. Mi nana que llevaba diez años trabajando en casa, se enfermó de un cáncer fulminante. Esa tristeza fue la propulsora. Así inicié la escritura. Comencé como una novata. Desconocía por completo el mecanismo que se  requiere para estructurarla. Pero entonces, además de ser mamá de cuatro, también trabajaba en la Fundación Memoria Viva. Luego, me puse a estudiar un Magister en Literatura Comparada en la UAI lo que me impidió aún más escribir sistemáticamente.  Por eso Respirar bajo el agua me tomó cuatro años.

Hoy la situación es distinta. Ya me gradué del Magíster y puedo combinar mi trabajo en Memoria Viva con la escritura. Intento que cada capítulo me tome diez días.



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Dos mujeres en una noche de duelo

¿Cómo se fue generando la trama de la próxima novela? Habían pasado dos años desde  la publicación de Respirar bajo el agua; todavía no lograba escribir algo bueno. Eso me tenía muy triste. Hasta pensé que nunca más iba a poder generar un nuevo escrito. Pero como soy insistente, me obligué a venir a diario al taller hasta agarrar el ritmo. Leía muchísimo.

Si bien ya había delineado la  historia de una niña que crece en Detroit y que de una u otra forma la haría llegar a Chile, no estaba satisfecha.

Pero de pronto, todo cambió.

LA MÚSICA YIDDISH

Era media mañana. Me acuerdo como hoy. Estaba en mi taller frente a la página en blanco (léase, pantalla del computador en blanco). No me salía ninguna frase. Puse un disco de música yiddish,  pertenecía a la bisabuelita de mis hijos que hoy tiene 104 años. Leí la carátula. La canción se llamaba “Siete hijas”. De pronto, sin proponérmelo, comencé a escribir sobre una familia que vive en Brooklyn, siete hijas, las letras danzaban en esa pantalla de computador. Desde ese instante no me detuve. ¿Qué pasó con lo de Detroit? Reciclé ciertos elementos.  N

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Para algunos ese instante de creación es la “musa”, para otros, “inspiración”. Para mí, simplemente, trabajo.

Nada de estas iluminaciones maravillosas ocurrirían sin que yo hubiera hecho lo que quiero y me fascina: escribir diariamente.

Un paso fundamental para avanzar en la nueva novela fue la generación de la escaleta.  Esto es una especie de carta Gantt en que se detalla lo que va a suceder en cada capítulo. MI escaleta es mi guía. A veces debo modificarla, en otras, agrego un nuevo capítulo y también, eliminó. Hoy sé que la nueva novela -de la que aún no tengo el título definitivo- tendrá 22 capítulos.

Hoy estoy trabajando en el capítulo 15. Cada vez que inicio un nuevo episodio sufro bastante. Si bien tengo clarísimo lo que sucede en cada uno de ellos, es difícil iniciar la trama de cada uno. Tengo la certeza, eso sí, de que en algún momento volveré a bailar con las palabras en la pantalla.

Cuando finalice el primer borrador, será el momento de imprimirla y releerla. Con un lápiz en la mano haré infinitas correcciones, tendré que agregar más material, sacar otro. No podré tener compasión con los personajes ni con la tensión del relato. Así se genera vínculo inusual con la creación. Debo quererlo lo suficiente para borrar lo que requiere la historia.  Si bien lo que quiero y lo estimo, tengo que ser capaz de mirarlo de manera imparcial; la única manera de que sea bueno es por medio del destete con el autor.

Quedan muchos meses por delante.

Después de esa revisión viene una segunda etapa. La reescritura y la búsqueda de editorial. Más meses aún.

Pero mejor no pienso en ello. Si bien las dudas me embargan por completo, he aprendido ha escribir por placer, porque me gusta. Es delicioso cuando mis manos danzan sobre el teclado, como si nada fuera a interrumpir la creación.

 

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